Editorial: Del POS a la pus

El ministro Santa María, que parece haber tomado el toro por los cuernos, tiene la palabra.

    Las señales de corrupción en el sector de la salud han sido tantas desde su misma creación, hace 18 años, que resulta increíble que, hasta ahora y de manera decidida, un gobierno en pleno convierta en una de sus políticas la difícil tarea de erradicarla.

    Las capturas del lunes pasado son tibias consecuencias del enrevesado sistema en el que se cimienta el modelo que asegura la salud de los colombianos. Un modelo diseñado para que los recursos fluyan a través de interminables cadenas, que mezclan intermediarios públicos y privados en múltiples niveles, y a duras penas dejan entrever el objetivo primario de preservar este derecho de sus afiliados.

    Casi 30 billones de pesos al año, con débil vigilancia y control y sin sistemas de información, cundido de normas ambiguas y permeado por intereses de toda índole, son un botín susceptible de saquear desde cualquier recodo, con una impunidad amparada, en algunos casos, por decisiones oficiales dictadas a la carrera.

    Los recobros, por ejemplo, no hubieran pasado de 300.000 millones de pesos a 2,4 billones en 3 años si el plan de beneficios (POS) se hubiera actualizado, acorde con las necesidades de la gente y en armonía con los perfiles de enfermedad y muerte. Pero nada de esto se surtió a tiempo. El resultado fue el crecimiento de los servicios no POS, que quebraron la salud y se convirtieron en uno de los grandes focos de corrupción.

    Si a lo anterior se agrega que el país no controla el precio de los medicamentos y que a los afiliados no se les niega nada, por cuenta de los comités técnico-científicos, que liberan a las EPS de pagar servicios que terminan asumidos por el Fosyga, el negocio para los terceros no puede ser mejor. Este fondo, que maneja todos los dineros de la salud, fue visitado, por el tema de los recobros, solo una vez por año del 2009 al 2010, por la Superintendencia Nacional del ramo, entidad encargada de vigilarlo.

    Capítulo aparte merece el destino final de los dineros asignados a la población pobre, que en algunas regiones terminaron siendo la caja menor de políticos inescrupulosos y de grupos armados. Se calcula que las defraudaciones del régimen subsidiado por estas causas son de tal magnitud, que frente a ellas el vergonzoso caso de los recién descubiertos delitos en los recobros es mínimo.

    Seis capturas de funcionarios y particulares de mediano nivel son un buen comienzo para la manifiesta decisión del presidente Santos de enfrentar la corrupción en este sector. De igual forma, vale la pena aplaudir la voluntad del ministro de la Protección Social, Mauricio Santa María, de no flaquear en tal propósito; pero la tarea será en vano si no van a la cárcel los peces gordos, que por años se han enriquecido a costillas del bienestar de los colombianos.

    Es hora de reconocer que si bien el actual esquema ha permitido logros asistenciales, también urge asumir que un sistema como este tiene tres pilares ineludibles: los afiliados, las instituciones y personas que los atienden y un Estado que regule con equidad y suficiencia la relación entre los dos anteriores.

    El sistema funciona y disminuye riesgos de corrupción si estos elementos esenciales se relacionan con pocos intermediarios a través de procesos sencillos, de fácil auditoría y vigilancia, hechas por una entidad con capacidad técnica y sancionatoria y autónoma para tomar decisiones.

    Aquí cabe preguntar si la reciente reforma proporciona herramientas que hagan esto posible, o si es necesario pensar de nuevo en una estructura que por fin mejore la salud de los colombianos.

    El ministro Santa María, que parece haber tomado el toro por los cuernos, tiene la palabra.

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