Las conversaciones de paz en Cuba han encendido una luz de esperanza, pero
para muchos colombianos vivir la violencia en carne propia no parece tener fin.
Llevan en sus corazones heridas invisibles que aún no sanan.
Porque está demostrado científicamente que haber su
frido actos de violencia es un factor de riesgo
para la integridad tanto física como psicológica. Aunque en Colombia no ha
habido una investigación global y sistemática sobre cómo la población está
afectada mentalmente por el conflicto de 50 años, la semana pasada Médicos sin
Fronteras (MSF) dio a conocer cifras que dan una idea del sufrimiento que la
gente lleva en el alma a causa de la guerra.
El trabajo se hizo en cuatro departamentos del sur del país –Putumayo,
Caquetá, Cauca y Nariño– donde confluyen y operan
intensamente todos los actores del conflicto. Debido a esto, desde hace siete
años MSF ofrece consulta psicológica a los habitantes de esa zona.
El informe que entregó la semana pasada se hizo con alrededor de 4.500
personas atendidas en 2012, de las cuales el 67 por ciento ha vivido uno o más
hechos relacionados con la violencia. Esa cifra muestra que el país está ante
“uno de los problemas de salud pública más invisibilizados de Colombia”, señaló
Javier Martínez Llorca, coordinador general de esta
organización internacional.
Al desglosar estos hechos violentos, los investigadores encontraron que el
30 por ciento de estos colombianos ha sufrido violencia física; el 16 por
ciento tuvo una pérdida de ingresos familiares; el 16 por ciento fue víctima de
desplazamiento forzado; el 13 por ciento tiene un familiar desaparecido o
asesinado y el 11 por ciento ha sido víctima de amenazas.
Así mismo, el 32 por ciento ha vivido violencia doméstica, que está
íntimamente relacionada con el conflicto.“Este
panorama es preocupante porque muestra tangiblemente a qué y con cuánta
recurrencia estos colombianos se enfrentan a hechos violentos en su vida
diaria”, explica Martínez Llorca.
Los investigadores identificaron que los síntomas individuales más
frecuentes de estos pacientes eran humor triste, preocupación constante,
ansiedad y estrés, irritabilidad e ira; dolor corporal generalizado y otros
problemas psicosomáticos; miedo excesivo, problemas de sueño y reducción de la
cohesión familiar.
Son síntomas menos visibles que las heridas de bala, pero tienen un impacto
muy profundo en las personas afectadas, pues “viven tristes, aburridas, se
sobresaltan ante cualquier ruido y cuando sienten un olor o ven algo, pueden
revivir los eventos violentos como si soñaran despiertas. Por eso a veces
evitan a la gente o ciertos lugares, para no recordar”, señala Cristina
Carreño, referente de salud mental de dicha institución. También tienen
problemas sexuales y sienten culpa porque creen que habrían podido hacer algo
para evitar la tragedia que los marcó.
Al cruzar los datos de los factores de riesgo con los síntomas de los
pacientes, los investigadores identificaron que la exposición a eventos
violentos tiene consecuencias importantes en la salud mental.
Con solo estar expuesto a un hecho violento un individuo es más sensible a
desarrollar cuadros de ansiedad y depresión. Más impactante es que aquellos que
tuvieron tres factores de riesgo fueron 4,3 veces más vulnerables al trastorno
de estrés postraumático que alguien que no ha estado expuesto a esos
hechos.
Quienes estuvieron expuestos a violencia doméstica tienen mayor propensión
a desarrollar ideas o intenciones suicidas, así como a presentar síntomas de
agresividad. Los expuestos a la violencia sexual presentan un mayor riesgo de
desarrollar cuadros depresivos.
Como el trabajo se hizo con una población que acude a centros de salud, se
cree que podría haber más gente afectada entre la que no consulta. “A veces la
gente acude al psicólogo por dolores de cabeza o insomnio y solo cuando se
indaga profundamente salen a flote todas las vivencias traumáticas que les ha
traído el conflicto armado”, dice María José Ramírez, responsable de Asuntos
Humanitarios de MSF.
Y a pesar de que los resultados del estudio no se pueden extrapolar a todo
el país, son significativos porque señalan un panorama de lo que puede estar
ocurriendo en otras zonas de conflicto. “Se podría decir que hay 47 millones de
colombianos afectados por la violencia porque de alguna forma todos hemos
estado expuestos, así sea a través de titulares de prensa. Pero de manera
estricta lo que uno puede afirmar es que esta gente está sufriendo muchísimo”,
señala José Posada, psiquiatra, quien no estuvo involucrado en el
estudio.
Los resultados van en la misma línea de otros conflictos prolongados, como
el palestino. Y tal como está descrito en esos trabajos, en Colombia la
violencia tiene tres caras: una directa y visible, se da en forma de agresiones
y amenazas.
Pero hay otras dos, la estructural y la cultural, que no lo son tanto. La
primera tiene que ver con el abandono estatal al que la población está sometida
por la misma guerra. Para llegar al puesto de salud más cercano, por ejemplo,
una persona en estos lugares gasta 200.000 pesos y en estos centros no
hay psicólogos.
La cultural se refiere a los elementos sociales que refuerzan o legitiman
la violencia directa. Esto lo ha visto en el terreno Carolina López, gestora de
la actividad psicológica de MSF en Cauca y el Pacífico, quien nota que los
niños de edad escolar de esta zona solo hablan de violencia. “Ellos no conocen
la vida sin conflicto. Lo que ven y viven es normal para ellos y eso es muy
peligroso”, dice.
Este es el tercer informe que hace MSF sobre el tema. En uno presentado en
2010 bajo el título Tres veces víctima, hecho en Putumayo, se demostró que el
mayor factor de riesgo era la disfunción familiar, pues el conflicto fragmenta
este núcleo por desplazamiento o ausencia temporal o definitiva de sus
miembros, lo que lleva a relaciones conflictivas.
Así, la familia, que debe ser una red de apoyo primaria, se convierte en
una fuente de problemas. Otro estudio publicado el año pasado en la revista Conflict and Health
mostró que la depresión, el riesgo de suicidio y la agresión están más
relacionadas con factores indirectos de la guerra.
A pesar de que el tema ya se había puesto en relieve, este estudio
tristemente muestra que la problemática sigue vigente, debido en parte a que si
bien se firmó la Ley de Salud Mental a principios de año, aún no ha sido
reglamentada. “Hay buenas intenciones en el papel, pero falta intervenir a la
población”, señala Posada.
Con este nuevo estudio se busca poner el tema en la opinión pública y ofrecer
recomendaciones al Estado, como que se incluya el abordaje psicoterapéutico en
el primer nivel de atención en salud. Además, sugiere que se amplíe el
cubrimiento en salud mental a las personas afectadas y no solo a las víctimas
reconocidas.
Estas heridas, a diferencia de muchas que son físicas, tardan en sanar. Los
investigadores cuentan que muchos pacientes sufrieron hace años el trauma y
todavía viven sus efectos psicológicos como si hubieran ocurrido ayer. “Uno lo
ve en la mirada triste de las madres que tienen un hijo desaparecido”, dice
López.
La verdad, la reparación y la justicia son importantes, pero también se
necesita un acompañamiento psicoterapéutico para quienes han vivido en carne
propia el conflicto colombiano, directa o indirectamente, porque, como dice
Posada, “la paz del espíritu no se soluciona con la firma de un
documento”.
32 por ciento sufre de violencia doméstica
“El problema que tengo es con mi esposo porque toma mucho. Si trabaja dos
semanas, bebe 15 días. Cada vez que él está tomando nadie se le acerca porque
le tienen miedo. Esa situación me da miedo, porque cada vez que bebe entonces
viene y me pega. Lo que más miedo me da es que tiene una escopeta y cuando yo
se la escondo me vuelve a pegar”. Mujer de 60 años, Cauca.
30 por ciento ha sufrido violencia física, asesinato y amenazas
“Había un hombre tirado bocabajo con seis disparos en el cuerpo. Parecía
que su corazón se había roto; salía mucha sangre, casi un baldado, había
botellas partidas, sillas rotas. A mi me dio mucho miedo, pero sentí más dolor
de ver a ese muchacho tan joven en el piso. Yo pensaba que era una persona y
sin importar lo que había hecho no merecía morir así”. Mujer de 38 años, Cauca.
16 por ciento ha sufrido desplazamiento forzado
“Hace 24 días me tocó salir de donde vivía con mi familia y con otras siete
familias, todas amenazadas. Y estoy aquí como me ve, sin nada, porque nada
pudimos sacar. Teníamos finca, animales, comida sembrada y todo se quedó
botado. Pero lo más triste es que me mataron a un hijo de 21 años, un chino
sano, no porque fuera mi hijo sino porque en verdad lo era”. Hombre de 45 años,
Nariño.
13 por ciento ha sufrido la pérdida o desaparición de un familiar
“Una de mis hijas desapareció y hasta el sol de hoy no he vuelto a saber
nada de ella. Con frecuencia en las noches pienso si está viva, en dónde estará
y si se habrá casado. Pero también pienso que puede estar muerta y entonces me
pregunto cómo habrá muerto. Esto es más difícil que haber sabido que a mi hijo
lo mataron”. Mujer de 40 años, Nariño.
7 por ciento ha sido víctima de violencia sexual
“Estaba buscando a mi hija desaparecida. Junto con otra señora nos cogieron
entre 20 hombres y nos violaron; había otras mujeres y a todas nos trataron
como prostitutas. Después de eso casi me enloquezco, quedé sin ganas de nada...
con esa cochinada”, mujer de 44 años, Caquetá.
9 por ciento sufre de discriminación y marginalización
“Sufrimos mucho en Bogotá. Allá la vida es muy difícil, las personas a uno
lo ven como animal raro, lo tratan a uno diferente, pero nos aguantábamos
porque no podíamos hacer nada más”. Mujer de 28 años, Putumayo.