Lo llaman el Carl Sagan
español y tiene credenciales para cargar con ese alias. La primera: ha logrado
mantener durante 16 años en la parrilla televisiva española un programa
dedicado a la divulgación científica, llamado Redes, por el que cada semana desfilan
algunas de las mentes más brillantes del planeta. Un récord de supervivencia en
la ‘caja tonta’.
Segunda: ha vendido más de un
millón de libros de ensayo –supera en su país a gigantes de la ficción como
Pérez Reverte–, en los que disecciona con rigor científico
emociones como el amor o la felicidad.
Y tercera: como Sagan, Eduard
Punset (Barcelona, 1936) tiene un carisma desbordante
y un estilo inconfundible –empezando por sus pelos alocados–,
que lo han convertido en una suerte de gurú del buen vivir. Sus seguidores en
España son legión (hasta un grupo de rock indie, Los punsetes, le rinde homenaje), y como toda figura pública
también cuenta con detractores, que lo ven mucho más cerca de Chopra que de Einstein.
Su currículo es interminable:
abogado, empresario, exiliado, economista del FMI, redactor de la BBC, director
de la edición de The Economist
para América Latina, congresista... Una lista que hace honor a alguien que
defiende que para ser feliz hay que reinventarse y estar dispuesto a cambiar de
opinión cada día.
Punset estuvo hace poco en Colombia para promocionar Viaje
al optimismo (Destino), su libro número 14, que desafía con datos en la mano a
aquellos que predican que todo tiempo pasado fue mejor.
¿Cómo despertó su interés por la ciencia?
Fue gracias a los comunistas.
En los 50 yo pertenecía al Partido Comunista Español y recuerdo que entre la
gran cantidad de cosas disparatadas que intentaban inculcarnos hubo una
absolutamente sensata: nos aconsejaban dejar de escrutar nuestros propios
intestinos y mirar hacia afuera para poder cambiar el mundo. He intentado
seguir esa pauta y dejar de lado las visiones introspectivas para participar y
contar los cambios que están transformando el mundo.
Parte de su popularidad radica en que aborda en clave científica temas
como la felicidad, que habían quedado relegados al terreno de la autoayuda.
Esto es porque ni los
científicos ni los periodistas le habíamos hecho caso a lo que William James,
el fundador de la psicología moderna, predicaba desde el siglo pasado. Él decía
que desde la más tierna infancia el fin último del ser humano es tratar de
conectar con el resto del mundo y obtener reconocimiento y amor de los demás.
Hoy, por primera vez en la historia del pensamiento, la ciencia empieza a
ocuparse del mundo de las emociones.
Pero razón y emoción nunca se han llevado bien…
Esa visión se está revaluando
y muchos científicos trabajan para intentar acercar ambos mundos. Hablamos, por
ejemplo, del equipo de neurólogos y psicólogos de Harvard encabezados por John Bargh, que han descubierto que la intuición ocupa una mayor
parte del cerebro que el pensamiento racional.
Teorías como esa le han valido muchas
críticas, algunos lo han llamado ‘divagador’ en lugar de ‘divulgador’
científico…
Casi nunca me he enfrentado a
esa crítica por una razón sencilla y es que nadie me puede negar que el volumen
de información contenido en el inconsciente es 100.000
veces mayor que el que procesamos racionalmente. Lo dice también un Nobel,
Daniel Kahneman, quien sostiene que la intuición es el secreto de muchos
juicios y decisiones que toma la gente. Es un gran poder y por eso hay que
conocerlo y aprovecharlo.
La felicidad fue la primera de las emociones humanas que abordó en sus
ensayos. ¿Cuándo empieza la ciencia a preocuparse por este tema?
Ha tenido mucho que ver el
aumento de la esperanza de vida. Cuando el ser humano sabía que iba a vivir,
como mucho, unos 30 años, no tenía más remedio que aceptar que solo podría
parir a sus hijos, educarlos y empezar a pensar si habría algo después. Pero
hoy la esperanza de vida se ha duplicado, y cada ocho años aumenta en 2,4 años.
Entonces, la primera pregunta que surge no es saber si hay vida después de la
muerte sino cómo aprovechar toda la que hay antes.
¿Existe la fuente de felicidad?
Sí, en las relaciones
personales, y es un descubrimiento relativamente reciente. Cuando yo era niño
recuerdo que entre más feo fueras y más dioptrías tuvieras más prometedor era
tu futuro en la ciencia porque ibas a estar aislado del mundo. Pero hoy se le
ha dado la vuelta al tema: estudios demuestran que en la soledad se dejan de
producir neuronas y que ese estado no es un gran centro de innovación, como se
creía antes. Por eso la ciencia concluye hoy que es mejor un amigo que un
fármaco.
Lo dice alguien que tiene 650.000 amigos en Facebook…
Las redes sociales están
ayudando muchísimo a que seamos más felices. Los estudios de antropología
evolutiva del profesor de Harvard Robin Dunbar
señalan que el cerebro humano está diseñado para poder relacionarse con 150 personas
máximo. Sin embargo, las redes sociales han empezado a romper esas barreras y
ahora podemos crear entornos de miles, y en distintos hemisferios.
¿Cuál es el mayor enemigo de la felicidad?
El miedo. Si alguien quiere
ser feliz tiene que identificar sus miedos y gestionarlos, como hay que
gestionar otras emociones inherentes al ser humano, como la ira. La felicidad
es la ausencia de miedo.
Si la felicidad es la ausencia de miedo, ¿cómo se explica que Colombia
sea uno de los países más felices, con la historia de violencia que hemos
vivido?
Es una contradicción
aparente, porque las dimensiones de la felicidad que hemos estudiado son
primordialmente individuales y pueden desarrollarse y coexistir con un estado
caótico del entorno. Por supuesto que no hay que descuidar el impacto de la
felicidad a nivel social, pero teniendo siempre de presente que es un fenómeno
individual.
El libro que promociona se llama ‘Viaje al optimismo’. ¿De verdad
vivimos en un mundo mejor?
Contrario a esa frase que ha
hecho escuela, todo tiempo pasado fue peor. La historia de la humanidad nos
habla de un pasado ominoso, cruel, burocrático, dogmático… un mundo violento, en
el que solo prevalecía la fuerza y en el que las acciones instigadas por el
impulso de cubrir las necesidades fisiológicas básicas prevalecían sobre las
acciones para vivir mejor en sociedad. Hoy sabemos que los índices de violencia
han disminuido, incluso en el siglo XX, con dos guerras mundiales de por medio.
También está científicamente demostrado que la empatía y el altruismo están aumentando.
Y en España, ¿qué opinan de que usted vaya por
ahí hablando de optimismo?
Hay que ver la crisis en su
dimensión justa. Durante años tuvimos que escuchar explicaciones –sobre todo de
los políticos– que hablaban de que países como
España, Italia y Grecia eran víctimas de una crisis planetaria. Los economistas
sabíamos que esto era una desfachatez: si padeciéramos una crisis planetaria,
nuestro déficit solo podría explicarse porque todos o alguno de los restantes
planetas, como Urano, Neptuno, Marte o Saturno, hubieran generado el
correspondiente excedente. Y ni siquiera sabemos si hay vida en ellos. Hay que
tener claro que nos enfrentamos a crisis específicas de países específicos y la
prueba de ello es Colombia, donde no hay crisis.
Pero que no sea una crisis planetaria no implica que no haya
indicadores brutales, como más de seis millones de personas sin empleo…
Por supuesto, y es una gran
lección que nos deja esta crisis; nos ha demostrado que aquellas competencias
que eran necesarias en la sociedad industrial para conseguir trabajo no lo son
en la sociedad del conocimiento. Antes mandaban las matemáticas, la química, la
física y en el último lugar estaba la creatividad. Hoy las competencias que se
requieren son otras, como la capacidad de trabajar en equipo, en lugar de
competir, o el saber gestionar las emociones.
Usted ha entrevistado en ‘Redes’ a verdaderos genios. ¿Cuál diría que
es nuestro Einstein contemporáneo?
Hay varios, generalmente
premios Nobel que no han sido particularmente famosos. Pienso en el Nobel de
medicina sudafricano Sydney Brenner, quien puso de
manifiesto que no hay creación sin multidisciplinariedad,
que son las interrelaciones entre investigadores, clínicos y pacientes la base
de toda innovación. Él dice: “Los que más me han enseñado son los que menos
sabían de mi especialidad”.
¿Y el descubrimiento clave de los últimos tiempos?
Yo diría que la aportación
más invisible pero de más peso ha sido la de los físicos cuánticos de comienzos
del siglo XX, que introdujeron en un mundo dogmático el principio de la
incertidumbre.
¿Pero no se supone que la filosofía está para hacer las preguntas y la
ciencia para dar respuestas?
Dudar es uno de los grandes
avances de la ciencia contemporánea y eso es lo que intento transmitirles a mis
nietos: que duden y que cambien de parecer. Si hasta la estructura de la
materia puede cambiar, ¿cómo no va a poder cambiar el ser humano de opinión?
¿Cuál será el próximo gran descubrimiento científico?
Saber si la ciencia tiene
límites. Para algunos, se trata de un poder infinito que se va construyendo en
el tiempo, pero hay un minoría de científicos –aunque muy ilustrada–
que considera que el desarrollo científico tiene sus propios límites y que
estamos a punto de alcanzarlos. Es una belleza asistir a este debate y ojalá podamos ver cómo termina.
Conocer el elemento
Para Eduard Punset, una de las mayores claves para encontrar la
felicidad está en el conocimiento del ‘elemento’, es decir en saber distinguir
aquello que hace vibrar positivamente la mente y potenciarlo. “En mi caso, una
de las mayores fuentes de felicidad estaba en trabajar un sábado por la tarde
en la sede del FMI, en Washington, cuando no había absolutamente nadie. En ese
entorno era extremadamente productivo”, asegura.
Según el catalán, si los
padres y los educadores tuvieran en cuenta esta premisa, el famoso déficit de
atención sería revaluado. “Siempre recordaré a un chico de EE. UU. que le reprochaba a su madre: ‘¡Mamá, no es una falta de una
atención, es que no me interesa!’”.
Sobre el libro
‘Viaje al optimismo’ es el
cuarto libro de la colección ‘Viaje a las emociones’, que incluye también los
títulos ‘El viaje a la felicidad: las nuevas claves científicas’ (2005); ‘El
viaje al amor’ (2007), y ‘El viaje al poder de la mente’ (2010).