Editorial: Los pollitos dicen pío

Volver a los legrados clandestinos no ayudará a la juventud en sus decisiones reproductivas.

    "Sin preservativos, ni pío." Así rezaba el eslogan de una de las campañas publicitarias de salud sexual más reconocidas en Colombia. El entonces Ministerio de Salud usó unos pollitos para promover el uso del condón entre la población joven y así evitar las enfermedades de transmisión sexual.

    Tres lustros después -y echando de menos la creatividad y el despliegue de aquellos esfuerzos comunicativos-, la situación de los derechos sexuales y reproductivos de los menores de edad sigue siendo crítica. Uno de los indicadores más dicientes es el de los embarazos de adolescentes. Hoy en día, una de cada cinco mujeres colombianas entre 15 y 19 años está esperando un hijo o ya es madre.

    Los impactos sociales y económicos de estos guarismos son profundos. El peso sicológico y financiero que un bebé no deseado genera en una joven se traduce en deserción escolar, bajos salarios y mayor número de hijos y compañeros en el transcurso de su vida fértil. Es una desgraciada trampa de pobreza que multiplica vulnerabilidades: mujer, madre, soltera, pobre y con pocas oportunidades.

    De acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Demografía y Salud de Profamilia (ENDS) del año pasado, las diferencias regionales, económicas y educativas explican en buena parte la probabilidad de que una adolescente quede embarazada. Mientras en Cali solo el 14 por ciento de las mujeres hasta los 19 años son madres o están grávidas, en el Pacífico y la Orinoquia este porcentaje se duplica.

    El problema es cuatro veces más frecuente entre niñas con primaria que entre las universitarias. Asimismo, los porcentajes se cuadruplican entre el nivel de riqueza más bajo y el más alto. Aun, la tasa colombiana de 84 nacimientos por cada 1.000 jóvenes en ese rango de edad es más alta que el promedio latinoamericano (72) e idéntica a la de Suazilandia, un país africano.

    Pero si el diagnóstico de la frágil situación de las adolescentes en el país es claro, las estrategias para atenderla carecen de recursos, voluntad para aplicarse e integralidad. Aunque en el papel existan documentos de política a nivel nacional y local, el desarrollo de sus instrumentos es débil e incoherente.

    Hace mucho tiempo que los condones y la información sexual dejaron de ser los únicos caminos para llegar a los jóvenes. El embarazo entre esta población ha demostrado constituir un desafío más complejo, que desborda las clases tradicionales de educación sexual, el uso de anticonceptivos o el conocimiento de los derechos.

    Los planes para reducir las altas tasas deben incluir empoderamiento de género, negociación con la pareja, fortalecimiento de los lazos familiares, incremento del capital social y un paquete integral de opciones de futuro para las menores.
Además, es perentorio introducir nuevos lenguajes, tecnologías y plataformas para la nueva generación conectada del siglo XXI.

    El compromiso del presidente Juan Manuel Santos y los partidos políticos con el Fondo de Población de la ONU no debe limitarse a incluir esta agenda en los planes de desarrollo de los futuros gobiernos locales. La energía legislativa tampoco debería gastarse en anacrónicos intentos de repenalización del aborto, ni en normas para inmiscuir al Gobierno en la cama de los colombianos. Regresar a los legrados clandestinos y antihigiénicos no ayudará a la juventud a tomar mejores decisiones reproductivas.

    Es momento de cambiar el enfoque tradicional y desgastado de los planes de salud sexual para adolescentes. La Casa de Nariño cuenta hoy con el suficiente músculo político para probar nuevos abordajes y utilizar herramientas que reduzcan este fenómeno.

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