El agua que bebían los enfermos era salina y contenía materia fecal. Los
partes del cuerpo mutiladas las arrojaban, junto a las basuras y los desechos
hospitalarios, al mismo rincón donde iban a parar los muertos.
Decenas de heridos que llegaban en riadas, muchos de ellos graves, se
hacinaban por todas partes, acostados en el piso, en espera de que alguien se
fijara en ellos. Un solo médico atendía como podía, sin ayudas ni medios,
consciente de que estaba desbordado. Cuando los colombianos, españoles,
chilenos y cubanos llegaron al Hospital de la Paz, en el barrio Delmas 33 de la capital haitiana, un edificio envejecido
por falta de mantenimiento, se estremecieron.
“Era un espectáculo inenarrable. Yo estuve en catástrofes en Pakistán,
Marruecos, El Salvador, y nunca había visto nada parecido”, comenta el español
Fernando Prados.
La Cruz Roja Colombiana, la única que disponía de trajes especiales y una
planta potabilizadora de agua, se responsabilizó, en un primer momento, de procesar
el agua contaminada y de limpiar el centro hospitalario.
Presionaron a las autoridades locales, que apenas existen aún, para que
recogieran no sólo los cadáveres que ya tenían sino los cuatro o cinco que fallecen
cada jornada. “Y ya estamos entregando cuatro mil litros diarios para los
enfermos y la limpieza de los quirófanos”, indica el ingeniero Camilo
Sarmiento.
Acomodaron entre todos los países cuatro salas de cirugía que operan las 24
horas y en donde realizan tantas amputaciones que ya perdieron la cuenta.
“Atendemos un promedio de 100 pacientes por día, la mayoría por fracturas de
todo tipo; algunos llegan con gusanos en las heridas”, dice Pablo Ovalle.
Cinco días después de iniciadas las tareas, la Paz funciona rozando la
normalidad pese a las carencias que aún sufren por la mala organización de la
ONU, que no les presta ni seguridad ni el transporte que necesitan para hacer
bien su trabajo. A veces tienen que contratar camionetas para llevar medicinas
y personal y eso que en el organismo internacional hay decenas de ellas
parqueadas a todas horas.
“Lo bueno es que estamos trabajando muy bien varias naciones juntas. Hemos
logrado combinar esfuerzos en muy poco tiempo”, estima el colombiano Carlos
Guillén.
Uno de los aspectos que más les duele a todos es tener que enviar a los que
se recuperan a sus casas, que es tanto como decir a los parques y plazas que
los refugiados han convertido en sus hogares y donde carecen de higiene, comida
y agua potable. Pero no pueden mantenerlos bajo su cuidado porque deben dejar
espacio a los que siguen llegando.
Las monjas de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul,
enfermeras casi todas y con varios lustros en Haití, ya hablaron con el alcalde
local de Delmas 33 para que les ceda un lote y puedan
ellas mismas ocuparse de esos enfermos.
Aunque el hospital contaba con su propio personal, sólo un puñado está en su
puesto. Los demás están muertos, heridos o cuidando a sus familiares. La
gerente, una de las pocas que acude a su trabajo, está intentando que regresen
los que puedan y busca contratar a los que faltan a fin de que estén preparados
en su momento para remplazar a los extranjeros.
En otra zona de la capital, en el campo de fútbol del Parque Industrial, el
ejército colombiano y el israelí instalaron un hospital de campaña. “Todos los
días sigue viniendo gente”, cuenta la subteniente Ruby López, al salir un momento del quirófano. “En sólo dos
días hicimos entre todos 73 cirugías.
A veces intervenimos juntos; es una gente espectacular”.
“Es muy interesante que a pesar de que nosotros no hablamos español y poco
inglés ni ellos hebreo, nos entendemos perfectamente sin palabras. Estamos
colaborando en una tragedia de magnitudes inmensas, sin gobierno ni ningún
departamento oficial. Es un gran reto”, dice el teniente coronel Emanan Bar-on, jefe de los ortopedistas
judíos. Y transmite la misma preocupación que en la Paz, que no tienen dónde
enviar a los dados de alta.
“Esta tragedia impacta por la pérdida de tanta vida, la desolación y la
pobreza en las calles. Uno quiere tener más fuerzas para seguir ayudando”,
comenta el coronel ortopedista Armando Portilla.
Cuando abandono el lugar, se me acerca a las carreras el mayor israelí Dioded Biton. “Quisiera que lleve
a Colombia este mensaje: salvar vidas juntos es lo más importante que hacemos,
pero es magnífico trabajar codo a codo con su gente. Son muy profesionales, muy
juiciosos, hemos aprendido muchas cosas de ellos. Deberían estar ustedes
orgullosos”.
''Lo que vi era un espectáculo inenarrable. Yo
estuve en catástrofes en Pakistán, Marruecos, El Salvador, y nunca había visto
nada parecido”.
Fernando Prados, médico español presente en Haití