Por: MOISÉS
WASSERMAN |
Churchill
dijo en 1947 que la democracia es el peor de los sistemas de gobierno, con
excepción de todos los demás que se han probado. Desde entonces ha corrido agua
debajo de los puentes (en los ríos que no se han secado), y una percepción que
se está estableciendo es que la democracia representativa ha hecho crisis y es
necesaria una nueva: la democracia participativa. Ella está como mandato en
algunas constituciones, incluida la nuestra del 91. Sin embargo, parece que aún
no se ha inventado del todo.
Hay pocos
ejemplos de democracia participativa en los que la participación funciona sin
vulnerar la democracia. Uno muy interesante, curiosamente, tiene que ver con la
ciencia y la tecnología: las ‘conferencias de consenso’ danesas sobre
innovaciones tecnológicas que influyen en la vida de los ciudadanos.
El
parlamento danés estableció el Consejo de Tecnología como su cuerpo consultor.
Este consejo ha venido desarrollando y proponiendo mecanismos para lograr la
participación de la ciudadanía en decisiones críticas. Uno de ellos es el de
las conferencias, en las cuales participan técnicos, políticos y ciudadanos.
Estos últimos están representados en un panel pequeño (de 14 a 24 miembros),
escogido (de forma que se cubren diferentes grupos por proveniencia social,
género y ocupación) entre 2.000 ciudadanos, que se auto-proponen. El panel
tiene obligaciones similares a las de un jurado de conciencia.
Antes
del proceso, el panel recibe ilustración del problema, con materiales escritos
y conferencias técnicas de diferentes posiciones. Esta fase culmina con un
primer consenso, que reúne las preguntas claves que decidieron abordar. Esas
preguntas son entregadas a los expertos, quienes deben tratar de aclararlas. En
dos días de deliberación, el panel llega a su segundo y gran consenso, que es
una recomendación única. Las reglas de juego excluyen posiciones ambiguas y
recomendaciones inanes. Tienen que tomar una posición. Las recomendaciones
pueden ser discutidas, aclaradas u objetadas por expertos y políticos, pero el
panel no está obligado a introducir modificaciones.
Se
han discutido temas de gran importancia para la sociedad, como el uso de la
irradiación para la conservación de alimentos, la utilización de la información
sobre los genes de los individuos, el valor de las evaluaciones de riesgo en
introducción de tecnologías radicalmente novedosas (como las de plantas
transgénicas), el consumo sostenible, la biblioteca del futuro, la educación
del futuro, la vigilancia electrónica y otros.
El
sistema exige que los ciudadanos hagan un esfuerzo para superar sus intereses
personales, y que los técnicos y constructores de política reconozcan la buena
voluntad y seriedad del panel. Es claro que las recomendaciones no deben ser
acogidas obligatoriamente, pero deben ser consideradas seriamente. De hecho, la
mayoría se ha visto reflejada finalmente en leyes y políticas.
Contrasta
con sistemas participativos como las caóticas asambleas, en las que se pretende
que un grupo espontáneo, no representativo, sin identificación individual y sin
quórum, tome decisiones “vinculantes” (de obligatorio
cumplimiento), muchas veces influidas por presiones, y que generan una
situación en la que un cuerpo decide y otro es el que debe asumir la
responsabilidad. En otros regímenes, la participación se da por ‘asambleas
populares’, que ratifican disciplinadamente, con mayorías del 99 por ciento,
decisiones previamente tomadas por la cúpula.
Para
que un mecanismo sea democrático, no basta con bautizarlo así. La democracia
participativa bien estructurada puede enriquecer las políticas con reflexiones
y opiniones diversas. Mal concebida, es uno de esos caminos bellamente
empedrados que conducen al infierno del autoritarismo y la manipulación.
Moisés
Wasserman
Profesor emérito U. N.
@mwassermannl