Entusiasmo no le sobra al ministro de Salud,
Alejandro Gaviria, para promover el proyecto de reforma de la salud y defender
las bondades. Le sobra seriedad, consistencia y compromiso con la búsqueda de
soluciones a uno de los problemas más críticos del país. Gaviria sacrificó su
tranquilo aunque desafiante trabajo en la academia como decano de economía de
la Universidad de los Andes para prestar un servicio público y ponerle el pecho
al tema, sin saber bien lo que se le venía por delante. Las múltiples presiones
de los políticos, que no solo lo impacientan, desesperan y le producen una
rabia inocultable, tomarán muy seguramente forma explícita, en el trámite del
proyecto de ley en el Congreso, porque son demasiados los intereses económicos
en juego en este billonario negocio en donde el
principal y único olvidado es el paciente.
No se conoce aún el proyecto de ley que será
ampliamente socializado según ha advertido el Ministro. Pero ojalá su foco sea el paciente, los dolidos enfermos de Colombia
que se merecen mejor suerte y que la reorganización institucional no se los
lleve por delante en aras al desbarajuste financiero que atraviesa el sector. Ojalá que a la hora de elaborar el proyecto de Ley, el
Ministro le haya puesto el oído a las quejas de los usuarios frente al pésimo y
descarado servicio de las EPS que además, por cuenta del rasero de la
eficiencia y la rentabilidad, condicionan a los médicos a atender los pacientes
en menos de quince minutos, sin tiempo para dialogar y establecer una relación
profesional y humana que permita una comprensión mejor de la génesis de la
dolencia, desvirtuando el sentido de una profesión cuya razón de ser es el
bienestar, la vida de la gente.
Ojalá le haya puesto
el oído al cuello de botella de las urgencias a donde se acude masivamente como
única alternativa frente a cualquier dolencia, sea grande o pequeña, porque no
existe otra manera de acceder a la atención médica, ya que las citas las
programan con meses a futuro. Una realidad que ha llevado a que en la práctica
sean los farmaceutas de barrio quienes atienden de oídas, a quienes se acercan
a pedir remedios para aliviar dolencias. En fin, ojalá
la ley proponga unos cambios estructurales cuyos efectos se reflejen en una
mejor atención al paciente.
Pero lo más importante será lograr que los
congresistas entiendan qué cuando de la salud se trata, el asunto es de vida o
muerte. Que la voracidad con que personajes como el médico, hoy presidente del
Senado, Roy Barreras, quien tiene intereses personales en el sector, han
capturado instituciones como Caprecom y cuya
influencia en el sistema de salud del Valle del Cauca -cuya burocracia se
repartía con la ex senadora Dilian Francisca Toro-,
no ha sido exactamente la más constructiva, no terminen por desvirtuar el
propósito de la Ley. Como él, son varios los médicos que han migrado a la
política, tienen presencia en el Congreso y mantienen vinculaciones e intereses
con el sector de la salud; una radiografía que sería interesante hacer pública
para vigilar el trámite de la ley. Ojalá los
congresistas por una vez entiende que es la vida de la gente la que está en
juego porque es bien sabido que una es la ley que entra y otra la que sale.