¿Cómo una mujer que nació sorda
llega a Cali para convertirse en odontóloga?
‘Angelita’, la odontóloga que también lee los labios, lo
logró: nació siendo sorda y está a punto de ser profesional. Cuando era una
niña, sus padres se enteraron que podían tratarla en Cali y se mudaron a esta
ciudad tras renunciar a las comodidades que tenían en su lugar de origen.
El implante coclear
El
implante coclear es un dispositivo que se introduce a través de cirugía en el
oído interno y comprende micrófono, transmisor y un procesador de estímulos.
Al
ser capturado el sonido, éste es procesado y convertido en información digital
que es transmitida a través de señales eléctricas suministradas al nervio
auditivo mediante múltiples electrodos. Finalmente, el nervio auditivo lleva la
información sonora al cerebro, donde es percibida.
Para
ello, el esquema comprende una parte que va insertada adentro del cráneo, que
queda conectada con el audífono externo.
Logro.
“En algunas oportunidades sí he sentido que me miran distinto; pero en un par
de meses me voy a graduar igual que todos”. “De pequeña me mandaban a la
tienda, a que me defendiera sola y, sí, pude hacerlo”.
Algo
especial debe haber en la cabeza de los odontólogos: ¿O de niño, quién sueña
con revisarle la boca a otra gente? Es decir, mientras miles de chicos sueñan
con llegar al espacio, ¿realmente hay otros que anhelan descubrir cráteres en
los dientes ajenos? ¿Por qué alguien que puede escoger para sus sueños de
infancia ser una heroína, luchar contra dragones, conquistar estrellas, escoge
empuñar una fresa y calzar una muela?
Angelita, como le siguen diciendo a
sus 23 años, me mira la boca y ríe. “A mi me gustaban mucho los planetas
–dice--. Me hubiera gustado ir a
En
un par de meses Angelita será la doctora Angela María González López. Cuando reciba su grado de
Lo
extraordinario es lo que hay detrás de ese logro en apariencia minúsculo; para
llegar hasta ahí, Angelita tuvo que filmar cientos de
clases enfocando los labios del profesor para luego poder repasar lo que decía;
lo extraordinario es el empeño que puso para demostrar que su limitación no era
impedimento; lo extraordinario es que ella, que nació con una sordera profunda
bilateral, haya escogido una profesión en la que depende casi en su totalidad
de lo que le puedan decir sus pacientes. Algo especial debe haber en la cabeza
de los odontólogos, repito, mientras ella me mira la boca, lee mis labios y ríe
de nuevo.
El sonido de las alcancías rotas
Ángela
nació el 4 de julio de 1987 en Aguadas, Caldas. Fue la primera y única hija de
Jaime González, entonces dueño de la carnicería del pueblo, y Omaira López, una muchacha buena y tranquila, hija del
propietario del supermercado. Eran buenos tiempos, esos.
La
niña había nacido bien. Era una monita de ojos cafés y cachetes colorados que
crecía sin mayores contratiempos. Así hasta los 18 meses, cuando el tío Aníbal,
que fue de visita a la casa, empezó a hacerle juegos y monerías, a chasquearle
los dedos junto a los oídos y se dio cuenta de que Angelita
no reaccionaba ante ningún estímulo sonoro. “Jaime, esta pequeñita como que es
sorda”, le dijo el hombre al papá de la niña.
El
presentimiento fue confirmado en
Seis
meses después de haber empezado unas infructuosas terapias de rehabilitación , Jaime y Omaira se
quedaron un día sin habla frente al televisor. En el aparato pasaban una nota
periodística sobre un niño de 8 años que, con el mismo problema de Angelita, aprendía a hablar gracias a un programa
desarrollado por el Instituto de Niños Ciegos y Sordos de Cali. Los papás se
hicieron entonces una pregunta que lo cambiaría todo: ¿Nos quedamos aquí
amasando fortuna y dejamos que la niña crezca así, o nos vamos y lo apostamos
todo por ella? Al otro día, la familia estaba en Cali.
El
primer sonido en esta historia de larguísimos
silencios es el de las alcancías rotas. Jaime y Omaira
vendieron lo que tenían, juntaron los ahorros posibles, hicieron un préstamo y
llegaron a vivir a una casa de madera en El Troncal, cuando ese barrio era uno
de los rincones más lejanos de esta ciudad. El carnicero entonces, para poder
mantener a su familia, se convirtió en taxista.
Angelita empezó estudios formales
en el Instituto a los 2 años. El programa de rehabilitación consistía en un
plan cognitivo que también exigía el compromiso familiar: como los audífonos
que le adaptaron apenas le permitían vagas percepciones, era necesario que
durante las 24 horas del día sus padres estuvieran en función de enseñarle el
nombre de cada cosa, vocalizarle para que aprendiera a leer los labios, ayudarle
a reconocer la vibración de las palabras. Con las manos puestas en las mejillas
de su mamá, Angelita aprendió, por ejemplo, que
“Amor”, la palabra, se siente al fondo de la garganta. En 1995, el día en que
terminó la primera fase de su rehabilitación en el Instituto, fue destacada
como la mejor estudiante del año. Angelita, esa vez,
se imaginó cómo sonarían los aplausos.
El doloroso sonido del cielo
En
respuesta a una carta escrita por Omaira donde
exponía el caso de su hija, los impedimentos económicos de la familia y un
posible milagro auditivo llamado implante coclear, los Misioneros de
Han
pasado 16 años desde ese momento y Angelita ahora
está sentada en el comedor de su casa. Junto a sus papás hace una lista de
sonidos alegres: el maullido del gato, la música, la bruma del mar. Y la
felicidad suena igual para los tres. La mamá, mientras la escucha, de tanto en
tanto le recuerda cosas: alguna clave para que
El
doctor Fredy Rivera, profesor que se encargó de
hacerle la entrevista de admisión en
A Angelita le gustan las listas. Ahora hace una de sueños.
Dice que le gustaría aprender inglés y viajar por el mundo. Un día, atender
pacientes odontológicos en el África, ayudar chicos con problemas como el suyo.
Debe haber algo especial en la cabeza de los odontólogos, le digo de nuevo.
Ella me mira la boca y ríe. Su risa, entonces, se oye clara, legítima, perfecta.