La obsesión por la comodidad
Febrero 21 de 2010


Por: Carlos E. Climent

“Su vida afectiva es una total contradicción, le cuesta mucho trabajo tolerar la soledad pero no se aguanta vivir con nadie”.

Emma es una arquitecta talentosa con mucho trabajo. Tiene 38 años, es inteligente y atractiva, vive sola y nunca se ha casado a pesar de haber tenido varios pretendientes y tres relaciones de noviazgo que ella misma terminó. Desea intensamente, pero al mismo tiempo le asusta sobremanera, encontrar un hombre que la quiera. Quiere tener alguien en quien confiar, pero nunca lo ha conseguido. Está obsesionada por ciertos mitos que ella misma se ha encargado de repetir: “Si me fue tan mal en las experiencias anteriores, no me voy a arriesgar a un nuevo fracaso” “Todos los hombres son interesados, egoístas y materialistas.....van a lo suyo...sacan lo que quieren y después se pierden...yo estoy muy bien como estoy...”.

Cuando sus frustradas parejas le preguntan la razón de la terminación, ella sistemáticamente responde que no está lista para

el compromiso. Pero la verdad es que, sin entender muy bien el porqué, se siente insegura y corre a terminar las relaciones.

El caso de Emma se repite a diario en una variedad infinita de circunstancias en miles de hombres y mujeres y ha sido la inspiración de dramáticas novelas. Pero la vida real siempre es más interesante, misteriosa y cruel que la imaginación del escritor.

La incapacidad para encontrar pareja y las salidas intempestivas que dan al traste con lo que, al comienzo, parece una buena relación, tienen su origen en ciertos temores. Estos terminan convenciéndola de la necesidad de cuidar celosamente su propio espacio y de no compartirlo con nadie.

La lista de temores, generalmente irracionales, siempre incluye uno o varios de los siguientes: a lo desconocido, a la incertidumbre, al rechazo, a la intimidad, a poner en evidencia un aspecto vergonzoso o inadecuado de la persona, a hacer el ridículo. A ser víctima de la manipulación o a ser engañada. A considerar el amar y el ser amada, como un gran riesgo porque “siempre” conlleva la posibilidad de sufrir.

El asunto de fondo es la obsesión por la comodidad, prima hermana de la pereza y muy ligada al egoísmo. La persona teme abrir su puerta porque no quiere perder su espacio íntimo y porque eso significa que le van a alterar su rutina. Es el temor a que se le metan en su refugio, es decir en su vida.

Como consecuencia de una o varias de las circunstancias mencionadas, la persona opta por estar sola. Pero cuando llegan los fines de semana, las vacaciones y las festividades la soledad que es una pésima compañía - para quien nunca aprendió a convivir consigo mismo- contribuye a la angustia y a la desmoralización. Y lleva a la persona, por un lado, a desear estar acompañada y, por el otro, a desear estar sola, una dolorosa circunstancia que resulta difícil de manejar.

El tratamiento de una ambivalencia tan destructiva se hace a través de la psicoterapia que le permite a la persona entender cómo ciertos miedos se encargan de justificar y perpetuar los conflictos.

carloscliment@elpaís.com.co