No hay que jugar a ser Dios

No es extraño. Por lo menos para un sector de la población que vemos cómo el deterioro social se apodera de todo. Y el llamado cuarto poder no podía estar por fuera. Solo que en Colombia ese poder parece no claudicar ante nada, ni ante nadie. Es un hecho apreciado por todos. Ante la ausencia de justicia, su lugar lo debe tomar otro, como la prensa escrita, oral y televisiva. Muchos lo aplauden, o lo han hecho alguna vez. Ante el fracaso de los políticos y de sus acciones, quién más que los medios informativos para denunciarlo a diario, sin importar sus cambios de posición, también cotidianos. Nadie lo recuerda; debemos estar agradecidos, no importan las contradicciones, ni los cambios de posición. Parece que compiten: el que denuncie más, tiene más sintonía -es la norma-, sin tener en cuenta ni el campo, que puede ser el conocimiento más refinado, ni el pasado; se puede llegar al esoterismo y al amarillismo, a nadie interesa. Los especialistas surgen, aparecen de la noche a la mañana. El que denuncie más, incluidos los hechos insólitos que, sabemos, se aplauden.

    Algunos dicen, menos mal que están para denunciar las arbitrariedades, tantas y tan cotidianas como las sufrimos, que recuerdan aquella frase que viene como anillo al dedo en esta víspera de elecciones: "no importa si robó, o roba, pero algo hizo". Estamos tan acostumbrados a vivir el día a día que, al contrario de lo que dice un celebrado columnista, para algunos, que se atreve incluso a escribirlo, tal parece que no tenemos historia, no hay que recordar el pasado. También que se dijera: "el que piensa en el pasado, en la historia, pierde".

   Eso parece que le ocurrió y, le ocurre, al programa Séptimo día. El del pasado 27 de marzo, equivocado desde el comienzo, al definir la categoría: 'Sexo ambiguo', se caracterizó por la mala fe y el ensañamiento de sus ejecutores, en algo que contrastó con la ponderación, las maneras reposadas de quien practicó y hace su trabajo en forma honesta, leal y, lo que es más importante, con la convicción de hacerlo con el mayor y mejor conocimiento. En su afán amarillista, que llevaba a la destrucción, porque estaba preconcebida, ni siquiera se daban cuenta de que sus famosos testigos, en lugar de condenar, apoyaban, y apoyan, la decisión quirúrgica. Para activar la memoria de todos los que vieron el programa, parece que se olvidaba la esencia de lo que se quería demostrar, poco importa si los padres, confundidos, recordaban lo que querían recordar, o su nivel de comprensión y recuerdo los llevaba a rememorar una situación que nunca entendieron bien, lo que es un problema de tipo diferente, pero actual, tanto que, desde la conducción, ocupados solo en un manejo amarillista, no analizaron el tema que trataban, ni se ocuparon de captar la esencia del mismo, ayer, o sea en el pasado, y hoy. O fueron conducidos los padres por el mismo programa a eso. Estaban tan ocupados en difamar al médico y ponerlo en la picota pública que no vieron que tanto el ex magistrado consultado, como el experto psiquiatra, ex del tribunal médico, afirmaban exactamente lo mismo que el médico cuya conducta pisoteaban. Sí, señores del programa Séptimo día, no hay otra forma de tratamiento a una ambigüedad sexual, con unos testículos disgenéticos. Piensen en una situación contraria, sin aquello de "jugar a ser Dios", argumento traído de los cabellos que siempre se invoca cuando no se comprende la situación y se quiere actuar de manera efectista sobre el lector o el televidente: si el hecho fuera el opuesto y se dejara a un niño o niña con un sexo ambiguo, no funcional, para el caso sin crecimiento del pene y, lo que es peor, con unos testículos que pueden convertirse en malignos, estarían en pie de combate para señalar con el dedo la mala conducta médica, el hecho de haber dejado sin atención algo que los médicos debían tratar y prever.

    ¡Enhorabuena! Por el paciente, la periodista y el programa, porque ya readquirió su condición biológica y, nos dicen, después de cerca de 40 años registra crecimiento del falo, sin documentación que lo demuestre. No lo dice nadie distinto al mismo paciente. La testosterona que le aplican opera el milagro y él sí puede jugar a ser Dios, o a pisotear al distinguido profesor, a quien condena al ostracismo con el final de sus días, que augura próximos.
Debo aclarar que no se trata de no denunciar. No es lo mismo que muera un colombiano en las puertas de un hospital sin atención, porque tenemos un sistema de salud que se permite tanta crueldad.

    Hay instancias que se podían consultar, las mismas que pedí se pronunciaran, en defensa de su profesor, por la alma máter, como la Academia de Medicina, la Federación Médica Colombiana, el Hospital de La Misericordia, el Departamento de Cirugía Pediátrica del mismo hospital, el Departamento de Psiquiatría de la misma Universidad Nacional, la Comisión Nacional de Bioética. Debió hacerse antes, pero el caso y la honra del profesor Efraín Bonilla Arciniegas lo merecen. Puede y debe hacerse después, en la seguridad de aprender bastante acerca de lo que nos sucede.

* Genetista Universidad Nacional