Jhonatan, Laura Valentina, Brayan
y Karol, tienen entre 7 y 11 años y aunque están en
distintos grados en la escuela Fernando de Aragón, de Cali, todas las mañanas
se encuentran a la hora del recreo.
No sólo es para sus juegos y rondas infantiles, también comparten con sus
compañeritos y se comen sus ‘onces’, pero hacen un alto para un oficio al que
cada día se suman más. Toman hilos y agujas para dedicarse a tejer y a bordar.
Con esta labor están “tejiendo lazos de convivencia” como llaman a la
actividad, que promueve la tolerancia y la autoestima.
“Me gustan los bordados, me entretengo, y las figuras me parecen artísticas.
No por eso dejo de ser hombre”, dice Jhonatan
Ordóñez, de 11 años, quien cursa cuarto grado. En tanto, Ángela María Espinosa,
del mismo curso, dice que en un comienzo eran pocos, pero el grupo ha ido
creciendo. Karol, de 7 años, es la más pequeña y
desde hace un año borda para terminar un cojín para su mamá.
El bordado es una iniciativa de la profesora Laura Hermann,
quien la aplicó en Buenaventura y ahora lo hace en esta escuela. Explica que
así se promueven valores de tolerancia, al tiempo que aprenden a definir su
personalidad.
A la tarea se suman mamás y profesores, los jueves. Siete hacen de
instructoras en pulseras, collares, bisutería y otros elementos, al tiempo que
un abuelo, Gustavo Medina, a sus de 82 años, enseña dibujo y pintura en tela.
“Así realizan una actividad que les interesa, están en contacto con la
escuela, se enteran cómo marcha el plantel y sus hijos. Es todo un tejido
social alrededor de los bordados”, dice la educadora. Buenas prácticas Bordar
no es la única experiencia de convivencia en un sector con muchas dificultades
sociales. Los menores proceden de los barrios Simón Bolívar, Uribe Uribe, Saavedra Galindo, Primitivo Crespo, Santa Mónica
Popular y la plaza de mercado de
“Es una comunidad vulnerable, no faltan los padres en situaciones
complicadas, pero adoran a sus hijos y son muy receptivos. Estas prácticas son
una enseñanza para ambos”, dice la coordinadora del plantel, Gema Zapata.
Se estimula su autoestima con el canto a la ternura: Yo me respeto / tú me
respetas / por eso tú me aceptas / con mis defectos / y mis virtudes / el
derecho a la diferencia /.
Otra es el Barco de la vida, que es una pintura de un barco, y encima, como
pasajeros, las fotos de los niños.
Cuando uno se porta mal, su cara cae al mar, donde hay tiburones. Esta
iniciativa, de la profesora Miriam Betancur, se
complementa con el semáforo escolar. Está en verde cuando hay normalidad; no
falta el menor que lo pone en amarillo cuando hay indisciplina, y el rojo
indica desorden general. Padres, en el proceso escolar Los niños de preescolar
y de transición llevan una bitácora: cuentan en sus casas qué hicieron, qué les
llamó la atención o qué los disgustó. Así están atentos del desarrollo de sus
hijos.
También, participan del enlucimiento del plantel, de los espacios verdes y,
además, firman actas de convivencia en las que se identifica el problema,
acuerdos y sugerencias de un comité integrado por estudiantes y conciliadores
ante situaciones de conflicto