Así trabajan las neuronas en los dos primeros años de vida del bebé

Estudios recientes explican cómo se aprende mejor y la importancia del afecto en todo este proceso.

El crecimiento del cerebro empieza a las tres semanas de gestación. Desde ese momento en adelante, el aumento del número de neuronas es inmenso: ¡aproximadamente 250.000 nuevas células por minuto!

No solo crece el número de neuronas, sino también el número de conexiones entre ellas. Desde el nacimiento del niño hasta los 2 años, este crecimiento continúa.

Sin embargo, a esa edad, ciertas conexiones neuronales que ya el bebé no necesita desaparecen. Esto es especialmente importante, porque el cerebro se organiza de manera más precisa a esta edad.

Aquí cabría destacar que los bebés nacen con las células que les permiten escuchar y pronunciar cualquier sonido de cualquier idioma. En el proceso de podamiento o recorte de conexiones neuronales, a los 2 años, las que les son estimuladas todos los días se vuelven más fuertes y las que nunca escucharon desaparecen. Ahí aprenden entonces su idioma nativo. En el primer año de vida, el cerebro se duplica en tamaño y peso.

Los momentos

El desarrollo del cerebro pasa por periodos críticos o sensibles. Esto quiere decir que hay momentos especiales donde todo está listo y conectado para que el niño aprenda una destreza. Por eso, si un pequeño no aprende algo cuando toca, por ejemplo el lenguaje, después le es más difícil. Lo mismo pasa con el aprendizaje de un segundo idioma. Mientras más temprano, mejor.

Igualmente, muchos estudios muestran que hay un periodo donde el niño debe formar vínculos afectivos o apego a los adultos que lo cuidan. Si esto no ocurre en la primera infancia (el estudio de los huérfanos de Rumania, que nadie acariciaba ni se apegaba, llevó a algunos a morirse), el niño queda seriamente lastimado y sufre un atraso en su desarrollo social, emocional y motor que lo puede acompañar en la adultez. De ahí la importancia de los primeros años de vida, y de que nuestros niños tengan oportunidades cognoscitivas, sociales, emocionales, etc.

Aunque los niños vienen genéticamente programados para aprender, un ambiente enriquecido ayuda muchísimo a que se desarrollen de manera óptima.
En lo motor también hay periodos críticos. El mejor ejemplo es la bicicleta o jugar con un balón. Si un niño no ha sido expuesto a esto antes de los 12-13 años, nunca lo hará del todo bien. También por eso mismo, si se aprendió algo motor durante los primeros años, por ejemplo montar en bicicleta, esto queda bien anclado y nunca se olvida.
Del cerebro también sabemos que la práctica y el ensayo son necesarios para automatizar destrezas y recordar información.

Hoy en día se usa mucho que apenas el niño aprende un nuevo concepto se lo enseña a un compañero en sus propias palabras. Esta estrategia es poderosísima para la memoria. La práctica vuelve los procesos permanentes. Debemos repetir la información nueva hasta 21 veces para poder grabarla. De ahí la necesidad de la repetición, pero ojalá atractiva y significativa.

Las preguntas también sirven para estimular el cerebro. Como decía Sócrates, a través de ellas se aprende más y mejor. Los estudios científicos han comprobado que esto es cierto. A los niños a los que se les pregunta con frecuencia sobre un tema, lo dominan más que aquellos a quienes solo se les cuenta. Por eso, las evaluaciones, que son siempre preguntas, son necesarias. Ojalá fueran informales o quizes que no pongan nerviosos a los niños.

Finalmente, se ha visto que la emoción, ya sea positiva o negativa, tiene un impacto determinante en el aprendizaje. Es primordial que un niño se sienta "seguro emocionalmente", porque así será más productivo y su cerebro funcionará de manera óptima. El conflicto y la inestabilidad emocional no le permiten a un niño aprender.

Cada día la neurociencia nos aporta nueva información que debemos usar para un mayor bienestar de todos nuestros niños.

Annie de Acevedo
Psicóloga y educadora
Especial para EL TIEMPO