Editorial: Muertes evitables

En estos tiempos de reforma, deben fijarse objetivos claros para enfrentar el cáncer en Colombia.

    Las cifras son impactantes: según datos de la Liga Colombiana contra el Cáncer, de las 59.000 víctimas mortales que este mal deja cada año en Colombia, cerca de 20.000 estarían vivas si hubieran adoptado hábitos más saludables.

    La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió que un tercio de las 7,6 millones de muertes que dejó esta enfermedad en el 2008 podrían haberse evitado con la sola práctica de actividad física regular. Estudios sobre el tema indican, además, que otro 30 por ciento de los fallecidos habría sobrevivido si su dolencia hubiera sido detectada en fases tempranas.

    Hay que reconocer que ahora la humanidad tiene un mayor entendimiento de la naturaleza del cáncer, lo que ha desembocado en el desarrollo de mejores formas de prevenirlo, diagnosticarlo y tratarlo. Infortunadamente, las debilidades de los sistemas de salud no han permitido que el grueso de la población, sobre todo en naciones de bajos y medianos ingresos, adquiera conciencia sobre la importancia del autocuidado y tenga acceso a una atención médica oportuna e integral cuando la enfermedad aparece.

    Aunque lo lógico sería que la mayoría de la gente tuviera claridad sobre qué cosas la ponen en un riesgo más alto de enfermar, una amplia encuesta de la Unión Internacional contra el Cáncer, hecha hace dos años en 29 países, encontró inesperadas conclusiones. La mayoría cree que factores que escapan de su control, como la contaminación del medio ambiente, son los principales causantes del cáncer.

    Un buen número de participantes del estudio relegó a un segundo plano aquellos aspectos que tienen que ver con la responsabilidad individual, como los malos hábitos alimentarios, el sedentarismo, el tabaquismo y el consumo excesivo de alcohol.

    La OMS calcula que el 31 por ciento de la población mundial no hace ningún tipo de actividad física, pese a que el sedentarismo es el cuarto factor de riesgo para contraer la enfermedad, después de la mala dieta (incluida la alta ingesta de sal y de grasas), el consumo de cigarrillo y la presencia de virus y bacterias.Eso explica de sobra por qué cada año se registran alrededor de doce millones de diagnósticos nuevos en el mundo, el 80 por ciento de ellos en países en vías de desarrollo, como Colombia.

    Cada vez resultan menos claras las razones por las cuales en el país cada día se registran 13 casos nuevos de cáncer de cuello uterino, 12 de pulmón y 12 de estómago, aun cuando en un alto porcentaje la aparición de este tipo de tumores puede prevenirse.

    Capítulo aparte es el de la atención que reciben los enfermos. A menudo, los pacientes de cáncer deben librar su batalla contra la enfermedad en absoluta desigualdad, pues a las trabas administrativas que les imponen las EPS y las clínicas y hospitales para acceder a tiempo a medicamentos y procedimientos, hay que sumar la atomización de la atención.

    La integralidad consagrada en las normas se queda en el papel cuando un enfermo debe tramitar autorizaciones y hacer papeleos de oficina en oficina, y reclamar medicamentos, recibir tratamientos, asistir a controles e ir a urgencias en sitios distintos y, en muchos casos, de dudosa calidad. Tamaño desgaste juega contra la posibilidad de recuperación de la persona.

    En estos tiempos de reforma, los responsables de la salud de los colombianos deben fijarse objetivos claros en temas como este. No sólo es posible salvar muchas vidas, también mejorar el bienestar de los enfermos; ambos factores constituyen medidores concretos de la calidad e impacto de un sistema de salud que, retóricamente, ha sido promovido como uno de los mejores del mundo.

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