Estudiantes cambian el morral por la pañalera. Falta de autoridad en la familia y de
oportunidades en su entorno social llevan a los menores a ser madres y padres
precoces.
Al verla de espaldas con sudadera de educación física y un morral rosado barbie parece una estudiante más de 6° grado. Pero cuando
voltea a mirar, su sonrisa de dientes cuadraditos y corticos,
como si fueran de leche, contrastan con su vientre redondeado de 7 meses de
embarazo.
Un mechón domado con gel en forma un semicírculo
sobre el lado izquierdo de su frente le da ínfulas de adulta a la niña de 14
años a punto de dar a luz. Look perfecto para desviar
al vacío su mirada y evadir esas preguntas que con su pequeña humanidad (1,50
metros de alto) y expresión infantil aún no se puede responder.
Sus monosílabos ‘no sé’, ‘nada’, ‘bien’ dejan implícito un “no
comprendo lo que está pasando”. Su mamá sí la llevó a planificar, pero los
médicos le dijeron que no, que aún no tenía edad para ello. No sabe en qué
trabaja su papá. Sólo dice que su novio de 17 años y de 11°, “está contento”,
mientras retumba el golpeteo de reggaetón y una voz
nasal canta: “Esta noche yo no pienso en nadie, quiero salir contigo”.
Es una jornada de la campaña Servicios Amigables para los Jóvenes, que
realizan en colegios públicos la Alcaldía de Cali y la Secretaría de Salud para
prevenir el embarazo precoz. Como el de esta niña que festejará sus
15 años embarazada.
No es la única menor de la Institución Educativa Potrerogrande
que será madre este año. El País habló con cinco de las ocho alumnas de ese
plantel educativo que sin haber dejado su infancia ya gestan en su vientre una
nueva vida.
Tampoco es el único donde algunas niñas cambiaron el lapicero por el
tetero. En el Pedro Antonio Molina hay tres. En el Hernando Navia
Varón hay otras tres. La Secretaría de Salud Municipal reportó que al terminar
el 2011, 6.250 menores de edad fueron madres. Y hasta abril de 2012, iban 960,
es decir que, según la proyección, al terminar este año podrían ser 2.880.
No hay razón que justifique la situación, ¿pero hay alguna que la explique
al menos? Es multicausal dicen los especialistas,
como Javier Colorado, subgerente de Promoción y Prevención de la Red de Salud
de ESE Ladera: el mayor factor de riesgo es tener jóvenes sin una opción
lúdica, deportiva o cultural con la cual desarrollar sus talentos, canalizar
sus energías, ser reconocidos.
“Está demostrado que un niño que desarrolla otras actividades fuera
de ir a clase, logra mejor desempeño académico. Y si entre los 10 y los 19 años
tienen proyectos de vida, estarán enfocados en otras metas; de lo contrario, no
sólo habrá niñas embarazadas, sino jóvenes en la farmacodependencia
y la violencia”, dice.
Por eso, mientras se realiza la jornada de Servicios Amigables para Jóvenes
en la ESE Ladera, que reunió alumnos de los colegios Eustaquio Palacios,
Multipropósito, Juana Caicedo y Benjamín Herrera, siente que desde la salud
luchan solos.
“En este proyecto debería estar no solo la Secretaría de Salud, sino la de
Educación, la de Hacienda, Bienestar Social y Cultura y la empresa privada,
ofreciendo opciones a los jóvenes para ocupar su tiempo libre”, señala el
funcionario.
También está sobrediagnosticado que si el hogar
del niño es una cueva plagada de ausencias parentales
(uno de los padres no vive con la familia o están a cargo de tías o abuelas),
de carencias económicas, maltratos y violencia, es factible que la niña vea en
la maternidad una escapatoria para huir de su realidad, sentirse protegida o
resolver su situación económica.
“Así me puedo ir de la casa”. Con esa claridad se lo planteó una
niña de 13 años a Carolina Restrepo, psicóloga de Servicios Amigables para
Jóvenes de la ESE Ladera, Comuna 20. Y se fue a vivir con el novio, un
universitario de 19 años. El bebé ya nació y la mamá de él los sostiene.
La maternidad es, dicen los psicólogos, el único proyecto de vida de muchas
niñas. Y sus novios les hacen el juego con su idea de “conocer la pinta antes
de los 20 años”. La violencia que les rodea les hace temer por su vida: hay que
dejar su ADN antes de que se les esfume en una esquina.
Entonces algunas buscan ganar estatus dejándose embarazar del pandillero más
popular. Uno de ellos puede tener hasta seis o siete niñas embarazadas en el
barrio. No es una exageración, aclara la psicóloga. Es una realidad en su
consultorio.
A veces la ausencia de uno de los padres es tan nociva como la presencia del
otro. Lo dice la mirada de una chica que destaca sus rasgos afro con
extensiones de trenzas largas y capul. A sus 16 años,
tiene seis meses de embarazo. Su novio, de 17, trabaja con su padrastro en una
volqueta. Ella fue a Caprecom por una inyección para
planificar. “Pero siempre me decían ‘vuelva mañana que no han llegado’. Y me
cansé de ir y ...”, dice y baja la mirada hacia su
vientre evidente bajo su faldita de cuadros verdes y blusa blanca del uniforme.
Tal vez faltó la madre, que administra un almacén en el Chocó,
mientras la joven y sus hermanas viven con su padre en el Distrito de Aguablanca. “Mi papá me advirtió: ‘No te quiero ver con ese
novio, si te veo con él, te pego’. Y me pegó”, cuenta.
Modos tradicionales de abordar la situación: con maltrato, amenazas y sin
una comunicación adecuada, dicen los psicólogos. Es mejor acercarse al
adolescente, recurrir al afecto, buscar la ayuda profesional para evitar la
agresión porque es como lanzarlos más rápido al abismo.
Especialistas en escuela de padres como el profesor Alexánder
Mosquera, recavan en la falta de autoridad y de normas claras en casa.
“Las reglas deben ser establecidas por los papás o adultos responsables del
menor antes de; los jóvenes necesitan que les pongan límites y cuando se
rebelan, están pidiendo a gritos, ocúpense de mí”, dice él.
Si así lo hubiese hecho la mamá de una niña de 12 años en Siloé no lamentaría lo que le pasó a su hija. La chica le
pidió permiso para ir a “una fiesta de integración con sus amigas del colegio”.
Era en la tarde y en el parque del barrio.
A la señora no le pareció malo y la dejó ir. Pero la niña llegó con el sol
del otro día. La madre regañó, la pequeña guardó silencio y todo siguió normal,
hasta un mes después que la niña sintió malestares. Fueron a la ESE Ladera y la
pequeña dio positivo en la prueba de embarazo.
La niña sólo recordaba hasta que llegó al parque y se tomó una gaseosa.
Luego apareció en otro lugar, abusada y sin amigas. Después de la terapia
psicológica para liberar de la culpa a madre e hija, acordaron darle la
pastilla del día después para no obligarla a tener un hijo de un violador.
Mariela Andrades, aseadora
de la Gobernación, y madre de tres hijos, dice que sí es posible criar jóvenes
responsables en Siloé, si hay disciplina. Todos los
días ella sale a trabajar a la madrugada. “Pero en mi casa nadie está por fuera
después de las 10:00 de la noche”, sentencia.
Y los tres son de mostrar: Luis Camilo, de 19
años, es bachiller y terminó un curso en enfermería. Geraldine,
de 17, está en 11°, está haciendo un curso en sistemas y pertenece al grupo
juvenil de la Policía, Dare. Y Valentina, de 13, no
le queda un minuto para pensar en novio: “Quiero ser campeona olímpica como
Jacqueline Rentería”, dice esta alumna de 7°
exhibiendo cinco medallas, fruto de ir todas las tardes a entrenar lucha libre
a la Liga.
Su mamá insiste en que las oportunidades existen, sólo que hay padres que no
se toman el trabajo de buscarlas. “El curso de enfermería y el de sistemas lo
dictaron aquí (en la ESE) y gratis; a lo de la Policía uno va y lo vinculan.
Hay es que estar pendientes”, dice la mujer que exhibe permanentemente una
amplia sonrisa.
Como también aconseja a los padres estar enterados del momento que
vivimos. “Hay gente que jamás oye ni ve noticieros. A veces uno les habla a los
hijos y ellos se quejan: ‘ay mi mamá, tan cansona’,
pero yo los siento a ver noticias para que aprendan de otras bocas los peligros
de afuera”, dice.
O si se los advierten, no obedecen. Así lo reconoce una quinceañera afro con
seis meses de embarazo. Su novio es constructor y tiene 19 años. “Mi mamá me
dijo que planificara, pero yo no le hice caso”, dice al salir del abismo de la
culpa para pisar el terreno de la responsabilidad.
Casi todas exoneran a sus novios por la cultura machista que las rodea.
Cuando se les pregunta qué dijo él al enterarse de su embarazo, ellas dicen:
“Nada” y alzan los hombros como si fuera un juego.
Este monstruo es de un arraigo cultural tan fuerte, que casi todas tuvieron
sus relaciones en casa de sus suegras. “Uno va, saluda y se queda allá”, dice una
de ellas. Y explican: “Es que las mamás cuidan a las hijas, pero son alcahuetas
con los hijos”. Afuera sigue el golpeteo del reggaetón
y la voz nasal y pegajosa repite el estribillo “con ropa haciendo el amor”.
760
menores de edad dieron a luz en el
HUV (Hospital Universitario del Valle).