Dios lo libre estimado lector, de tener un accidente de tránsito en las
calles de Cali. De ser esa la situación y como por arte de magia, aparecería
una manada de ambulancias peleándose la tarea de conducirle a un centro
asistencial. La inesperada actitud no se relaciona con el humanitarismo, sino
con el afán de lucro. Más aún, como están las cosas a usted seguramente lo
llevarán a la Clínica del Rosario, acaso la más distante, quizá la menos
indicada en relación con el carácter de sus lesiones, pero la entidad que según
informes de prensa, recibe el 70% de los pacientes remitidos por accidentes
vehiculares.
Wílfram Zúñiga se distinguió como padre y esposo
ejemplar. También era servicial y alegre. Lo adoraban sus familiares cercanos,
y era muy querido por sus compañeros de trabajo y por sus innumerables
amistades del barrio Meléndez. A sus 27 años devengaba el sustento en el
ejercicio de la noble profesión de mesero.
Hace diez días Wílfram salió del trabajo ya avanzada la noche y en un cruce de vías al sur de la ciudad,
su motocicleta fue impactada por otro vehículo de igual clase. Quedó mal
herido. No habían pasado tres minutos cuando apareció una ambulancia cuyos
tripulantes lo llevaron sin consultarle a nadie a la Clínica del Rosario. Esto
a pesar de que el accidente se produjo en un lugar cercano a otro centro
hospitalario reconocido por su magnífico equipamiento y por su excelente nivel
científico.
Para hacer corto el cuento, en la clínica de marras no estaba disponible un
facultativo que brindara el tratamiento especializado requerido por Wílfram, quien tras tres horas de infructuosa espera y
sufrimientos indescriptibles falleció.
Mi propósito sin embargo, no es hacerle un juicio de responsabilidad a la
Clínica del Rosario. Por el contrario, asumo que la entidad posee una comunidad
científica idónea, pero se ha montado en un esquema de atracción de ambulancias
y emergencias que no se compadece con sus propias capacidades, y no conviene a
la salud de los caleños.
Los reporteros investigativos de este diario, incluido Luiyith
Melo, uno de los más agudos y experimentados, han
efectuado esfuerzos por aclarar el misterio que rodea la masiva afluencia de
heridos a la Clínica del Rosario. La conclusión es que allí se maneja un
sistema velado de incentivos el cual alcanzaría a los conductores de
ambulancias, a los paramédicos, y aún a los propios guardas de tránsito.
Las prácticas monopólicas en materia de salud, han
sido glosadas por el gremio asegurador a través de la Cámara Técnica del Soat, vinculada a la Federación Colombiana de Empresas
Aseguradoras. Y es que ese proceder desconoce el derecho del paciente a
escoger, a ser llevado al centro donde están los medios más adecuados para
solventar sus necesidades específicas. El traslado forzado de pacientes también
puede rayar en lo criminal. Tal sería el caso cuando el transportador de manera
inconsulta y animado por el ánimo de lucro o por mera
negligencia, conduce al herido a una entidad donde no podrá ser atendido con la
celeridad y la competencia requeridas.
A todas éstas uno se pregunta, ¿dónde andarán las autoridades locales que no
ponen controles y talanqueras, no organizan un centro de despacho y
direccionamiento de ambulancias, no protegen la vida de los indefensos heridos
caleños?