Investigadores de la Universidad de Haifa (Israel) anunciaron, hace algunas
semanas, que habían construido un aparato que permite, mediante el análisis de
los rasgos y los estilos de la escritura de una persona, determinar si dice la
verdad o no.
La herramienta fue producto, según los científicos, de una investigación que
demostró que cuando una persona miente su caligrafía experimenta un cambio
significativo, imperceptible para el ojo el humano, pero que sí puede
analizarse por computador.
Hay que decir, no obstante, que no hay aparato que alcance para detectar a
todos los mentirosos del planeta, pues según los resultados de otro estudio,
esta vez de la Universidad de Southampton (Reino
Unido), “una persona normal dice, en promedio, tres mentiras en una
conversación de diez minutos, sin contar las omisiones y las exageraciones”.
Mentir es inherente a la condición humana, a grado tal que algunas teorías
sugieren que la evolución ha hecho que el uso sensato del engaño es una condición
necesaria para sobrevivir. De hecho se considera que la honestidad pone a las
especies más cerca de la extinción: son comunes las imágenes de animales
perseguidos que se mimetizan o de primates que esconden la comida.
Es más, se ha sugerido que la mentira en la vida social de las especies
contribuyó a la rápida expansión de la inteligencia; así lo comprobaron
estudios de la Universidad de Sheffield, en el Reino Unido, y la Universidad de
Pensilvania, en Estados Unidos.
Utilizando técnicas de resonancia magnética funcional demostraron que al
momento de decir una mentira se produce mayor actividad cerebral y se activan
las regiones prefrontales, las más desarrolladas en
los humanos: “El cerebro siempre está listo para decir la verdad y para mentir
necesita organizarse. La materia gris tiene que hacer un trabajo extra cuando
va a engañar. Se activan zonas del corte frontal que desempeñan un papel en la
atención y concentración, además de otra área del cerebro responsable de
vigilar los errores”, dicen.
¿Por qué se miente? Se sabe que cualquier persona que no sea capaz de decir
mentiras está en franca desventaja, pues la vida social humana gira en torno a
ocultar o a cambiar la verdad.
“Para la muestra está que la gente más aceptada es la que se adapta a unos
modelos que, al no ser los suyos, constituyen una mentira”, dice el psiquiatra
Rodrigo Córdoba.
La gente cae en mentiras para obtener algún tipo de beneficio, “el verdadero
problema se presenta cuando ésta lleva implícitas la manipulación y la
explotación de otro”, explica la psiquiatra Olga Albornoz. Córdoba dice que hay
distintos tipos de mentiras, “las que son inocentes, casi inconscientes; las
interesadas, que pueden ser voluntarias pero inofensivas, y engaños que crecen
de manera fabulosa, como el caso de la estadounidense Tania Head,
quien durante seis años se hizo pasar por sobreviviente de los atentados a las
Torres Gemelas; el mundo la conoció por su activismo a favor de los afectados y
los conmovedores relatos de ese día, que luego resultaron falsos. A tal grado
mintió, que su nombre no era Tania sino Alicia. Llegó a ser presidenta de la
Red de Supervivientes del World Trade Center, lugar en el que nunca había estado.
Otro ejemplo es el del español Enric Marco, que
durante tres décadas recorrió el planeta contando su experiencia en un campo de
concentración, tanto que llegó a ser condecorado por las autoridades de su
país. “No mentí por maldad; sólo lo hacía porque así me prestaban más
atención”, dijo en una rueda de prensa que él mismo convocó para confesar que
nunca había estado en un campo nazi.
'La mentira no se ciñe simplemente al hecho de decir cosas que no son
verdad. También mentimos al ocultar información”.
David Livingstone, autor del libro ‘¿Por qué
mentimos?’