Más plata sin gestión

Hoy, mientras pacientes, médicos, trabajadores de la salud, candidatos y Gobierno siguen enfrascados en discusiones desgastantes en torno a los decretos de la Emergencia Social, nadie da razón de por qué se permitió que el sistema cayera en este estado lamentable. A casi un mes de expedidas las normas, la actitud del Gobierno ha sido la de hacer una defensa a ultranza de la figura constitucional, en cada uno de sus aspectos y en todo escenario posible.

El presidente Álvaro Uribe y sus funcionarios se han negado a aceptar que se cometieron equivocaciones graves, pero se contradicen con los reversazos dados frente a las multas y sanciones para los médicos, el uso de las cesantías y las pensiones para el pago de prestaciones excepcionales en salud y los topes de contratación de las EPS con los hospitales públicos.

El mandatario ha llegado, incluso, a apoyar que el Congreso derogue algunas de las disposiciones que tienen fuerza de ley. Mientras el Gobierno se defiende de las críticas que le llueven por generar una Emergencia que apretó a todo el mundo (e, incluso, reguló el derecho a la salud), expertos insisten en que la plata nunca alcanzará si no se corrigen los problemas estructurales que han sido la causa de su desangre. Nada se saca con decretar estados excepcionales si la afiliación al régimen contributivo, que ayuda a sostener al sistema con sus aportes, sigue estancada en el 39 por ciento.

Tampoco ayuda el hecho de que aún no se sepa con certeza de qué se enferman y se mueren los colombianos, por falta de estudios serios. Al no saber qué necesitaba la gente, nunca se elaboró un plan de beneficios (POS) que se ajustara a su perfil y mucho menos se tuvo una mediana idea de cuánto podía costar la atención. Por esa razón, el POS de hoy parece una colcha de retazos: mientras unas enfermedades cuentan con tratamientos y medicamentos aceptables, otras tienen un atraso lamentable. Eso ha llevado a miles de pacientes a pedir por tutela lo que no está contenido en el plan, y a temer que, por cuenta de la reforma, ahora deban pagar de su bolsillo. De nada sirve salir a buscar más recursos si se sigue permitiendo su pérdida. ¿Cuándo se sabrá por qué, mientras el país paga la afiliación de 24,7 millones de personas en el régimen subsidiado, solo aparecen carnetizadas 20,6 millones?

Un billón de pesos -las dos terceras partes de la Emergencia- son, literalmente, robados por esta vía. Ni qué decir del millón de afiliados a este régimen que aparecen duplicados y triplicados, gracias a los sinuosos manejos que hacen algunas aseguradoras; estas filigranas les dejan 250.000 millones de pesos extra anuales. ¿Quién explica por qué 6,6 millones de personas que reciben salud subsidiada no están registradas en el Sisbén? Eso quiere decir que de los 6 billones de pesos que maneja el subsidiado cada año, 2 billones (algo más de una Emergencia) están traspapelados.

Como si fuera poco, 5,9 millones de afiliados carecen de identificación válida, y aun así se paga por ellos; para rematar, otros 700.000 millones de pesos se pierden por duplicaciones dolosas entre el contributivo y el subsidiado.
Todo esto es posible gracias al desgreño de las bases de datos y a la falta de un sistema de información, largamente prometido por el Ministerio de la Protección. Capítulo aparte merecen la intermediación y los abusos en los recobros de algunos actores.

El resultado no solo es palpable en lo económico: también en los indicadores de salud, que dejan mucho que desear. Razón tienen quienes dicen que al sistema de salud no le falta plata, sino organización, control y rectoría. Habrá que ver qué concluyeron los multimillonarios contratos de estudios y asesorías que durante años ha pagado este Ministerio para diagnosticar el sector y enderezar su rumbo. Esta es otra explicación que también se le debe al país.