Editorial: Más allá de unas pastillas

Por: REDACCIÓN ELTIEMPO.COM | 9:12 p.m. | 15 de Marzo del 2012

Es urgente que los actores del sector salud definan qué se entiende por salud mental para así trazar una política coherente de bienestar emocional para los colombianos.

 

Una cosa es la salud mental de la población y otra distinta es la enfermedad mental.

¿Quién dice la verdad? Esa pregunta surge al escuchar, por un lado, la denuncia de que la atención de los pacientes de salud mental empeoró tras la entrada en vigencia del nuevo POS en enero pasado, y por otro, la versión de las autoridades sanitarias según la cual el plan ahora es más amplio en dicha materia.

Antes de establecer quién tiene la razón, conviene darle una mirada detenida a un asunto que resulta más complejo de lo que parece. De acuerdo con los informes disponibles, 4 de cada 10 colombianos mayores de 18 años sufren o han sufrido alguna alteración mental, particularmente trastornos del ánimo como la depresión y la ansiedad.

Este problema también aparece en los resultados del último Estudio de Carga de la Enfermedad, según los cuales, entre las diez principales causas de discapacidad y pérdida de años de vida saludable entre los colombianos hay tres componentes emocionales.

Frente a un panorama así, lo esperable es que el país ya hubiera identificado los determinantes que subyacen a una prevalencia tan alta de alteraciones mentales. No obstante, serias dificultades conceptuales han obstaculizado la tarea. Lo primero que se requeriría para avanzar sería que tanto las sociedades científicas como las autoridades del sector tuvieran claridad sobre lo que el término "salud mental" entraña.

¿Es un concepto ligado al bienestar general de la persona o a la atención médica de enfermedades mentales? Es imposible trazar una política o diseñar acciones de prevención si no se sabe qué indicadores deben modificarse. Una cosa es la salud mental de la población y otra distinta es la enfermedad mental.

El problema es que el sistema de salud es medicalizado e individual, por lo cual la única vía que se reclama es la atención de este tipo de enfermedad. Ante tal criterio, por lo menos 20 millones de colombianos tendrían que ser declarados enfermos mentales y asistidos, lo cual es abiertamente imposible.

Eso ha hecho que el POS, como referente asistencial en el país, se convierta en el centro de toda discusión en salud. Este listado reconoce algunas dolencias puntuales e incluye un número limitado de herramientas terapéuticas para atenderlas, pero no cubre todas las dimensiones de la salud mental en el país.

Dichas carencias son tan marcadas, sobre todo en el régimen subsidiado, que los entes territoriales y ciudades como Bogotá decidieron, en los últimos años, articular y financiar por su cuenta programas adicionales de atención, como los llamados hospitales día, para darles una respuesta a los afectados.

Pero a muchas de las iniciativas mencionadas les fue suspendido el flujo de recursos ante la promesa hecha de que el nuevo POS asumiría integralmente la atención de los enfermos. A juicio de médicos y pacientes, esto no ocurrió. Como resultado, lo ganado en materia de asistencia a la "enfermedad mental" se terminó perdiendo.

Es urgente que el país y todo estamento relacionado con la política social entiendan que la salud mental y el bienestar emocional van más allá de una pastilla y de la psicoterapia, sí requeridas para el manejo del mal. La salud mental es causa y consecuencia de problemas sociales y económicos del país, como la violencia, el maltrato intrafamiliar, la pobreza, el embarazo adolescente, las adicciones y hasta la misma convivencia colectiva.

Tal dimensión de la salud de la población debe ser abordada intersectorialmente, con el Ministerio de Salud a la cabeza; por fortuna, esta entidad empieza a sentar bases coherentes al respecto.

¿Será posible que todos los interesados empiecen a marchar por la misma senda?

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