Los males del corazón matan más
que la violencia, asegura cardiólogo
Valentin Fuster
dice que adultos son una generación perdida para prevención cardiovascular.
El
español Valentín Fuster, uno de los más reconocidos
cardiólogos del mundo y Premio Príncipe de Asturias de Investigación, tiene una
poderosa razón para confiar el futuro de la salud cardiovascular a los niños.
Fuster, ex presidente de la Federación Mundial del
Corazón y director del Instituto de Cardiología del Hospital Monte Sinaí, de Nueva York, dirige una
iniciativa mundial de promoción de la salud cardiovascular en la primera
infancia, cuyo referente en el país es el programa Salud Integral Colombia.
Este proyecto, que seleccionó a 6.000 niños con el ánimo de enseñarles hábitos
saludables para toda la vida, como comer bien y hacer ejercicio, filmó con Fuster esta semana, en Bogotá, un capítulo especial de
Plaza Sésamo sobre el tema, en el que también participó la primera dama, María
Clemencia de Santos.
¿Cuántas personas están afectadas por enfermedades cardiocerebrovasculares?
Más de 1.700 millones de personas en el mundo, es decir, uno de cada cuatro
seres humanos hoy sufre de enfermedades del corazón y de los vasos sanguíneos.
Es mucha gente...
Sí. Estos males matan a más gente en el planeta que el hambre, la violencia y
las enfermedades infecciosas y contagiosas sumadas. Son, de lejos, los
principales asesinos de la humanidad en los países de altos, medianos y bajos
ingresos.
La ciencia nos ha enseñado que estas enfermedades se pueden prevenir.
Entonces, ¿qué pasa?
El problema es que de los siete factores de riesgo que incrementan estos males,
seis tienen que ver con la conducta humana. La experiencia nos indica,
infortunadamente, que modificarla, sobre todo cuando se trata de adultos, es
muy difícil.
¿De cuáles factores hablamos?
La edad es el único factor que no puede modificarse; de resto, la tensión
arterial alta, el colesterol elevado, la obesidad, el sedentarismo, el consumo
de cigarrillo y la diabetes se pueden controlar o eliminar. Claro, eso depende
de si la gente quiere y de si cuenta con sistemas de salud que quieran hacerlo.
A juzgar por las cifras de mortalidad, nadie quiere, y tampoco hay sistemas de
salud que puedan hacerlo...
Aunque no lo crea, no depende solo de buenas intenciones. A eso se anteponen la
competitividad y el consumismo, las fuertes presiones económicas, los sistemas
de salud enfocados en atender lo urgente y no lo crónico, en curar y no en prevenir;
en ellos, además, no hay relación entre sectores: la salud va por un lado y el
medio ambiente, la educación y la economía, por otros. Así es imposible.
¿Existe una experiencia exitosa que valga la pena copiar?
No. A duras penas hay gérmenes, algunos esfuerzos que están en plena
construcción.
Siempre nos dijeron que estos males eran propios del desarrollo, y, entonces,
¿qué pasa en los países pobres?
Los factores de riesgo son los mismos: las dietas son ricas en harinas, los
sistemas de salud son precarios, hay una creciente obesidad, la gente es muy
sedentaria y, lo que es peor, hay una fuerte arremetida de las tabacaleras, que
buscan garantizar que sus cigarrillos se produzcan y se consuman en países
pobres. En ellos, de hecho, ya se vende el 85 por ciento de este producto.
Pero hay pastillas para bajar el colesterol, controlar la tensión, ayudar a
vencer la adicción al cigarrillo; incluso existen cirugías para reducir el
estómago de los obesos... ¿Nada sirve?
Esto es peor, porque lo único que hace es encarecer desproporcionadamente los
servicios de salud. De seguir así, ningún país tendrá dinero suficiente para
cubrir estos gastos.
Además, profundiza las iniquidades, pues no todo el mundo tiene dinero para
estos tratamientos.
Tiene una visión pesimista...
Es realista. Lo curioso es que la crisis económica que este sector va a generar
en el mundo presionará cambios.
¿Qué quiere decir con eso?
Que la industria alimentaria tendrá que
transformarse, que las tabacaleras deberán ceder en sus pretensiones
económicas, que los empresarios (que necesitan gente sana) empezarán a
preocuparse por velar por la salud de sus trabajadores y que la industria
farmacéutica deberá orientarse a prevenir. Además, los sistemas de salud
tendrán que convertirse en supraestructuras en las
que confluyan la educación, el medio ambiente, la salud por sí misma, la
justicia, la recreación y la producción de alimentos.
Estamos bastante lejos de eso. ¿Qué hacemos mientras tanto?
La conducta se modula entre los 3 y los 6 años de edad. Como todos los factores
de riesgo de estas enfermedades pasan por la conducta de la gente, hay que
actuar en esas edades, de manera decidida.
Me está hablando para la próxima generación. ¿Qué pasa con esta?
Esta se perdió en materia de prevención efectiva.
¿Hay algo que se pueda hacer con los adultos?
Hay que generar experiencias similares a las de los alcohólicos anónimos, que
incluyen la asignación de un tutor a cada adulto para que lo ayude a entender y
a modificar los comportamientos nocivos.
¿Ya hay experiencias de este tipo?
Con los niños hay algunas exitosas. Salud Integral Colombia, por ejemplo,
empieza a mostrar resultados excelentes con cerca de
1.000 participantes del programa. La prevención debe ser parte fundamental de
la formación en las escuelas y en los hogares, y esto debe estar enmarcado
dentro de una política intersectorial real. Con adultos empezamos un proyecto
en Granada, aplicando metodología científica, y promete mucho.
¿Y qué pasa con la formación de los médicos? Todos quieren irse a curar, en
lugar de hacer algo por prevenir...
Poco a poco la tendencia está empezando a cambiar. Cada vez hay más conciencia
de los médicos en este campo.
El panorama no es halagüeño...
Y se vislumbra peor, si no se toman medidas ya. Es cierto que la gente vive más
tiempo, pero su calidad de vida no es tan buena; al no intervenirse los
factores de riesgo de los que hablamos, también aumentan los casos de demencia
y muchos déficits cerebrales que causan incapacidades
de larga duración. Es una situación dramática para las familias y los sistemas
de salud. Económicamente hablando, esto resulta muy costoso.
Díganos algo bueno, doctor Fuster...
Las experiencias que estamos encontrando al actuar a nivel educativo con los
niños en las escuelas son muy prometedoras. Pero apenas estamos empezando.
Carlos
Francisco Fernández
Asesor médico de EL TIEMPO