Editorial: La amenaza de un mal nada dulce

Esta semana, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció que la diabetes -una peligrosa enfermedad crónica capaz de deteriorar severamente todo el organismo humano- siguió aumentando en el planeta. Un preocupante diagnóstico, sin duda.

Aun cuando la mayoría de los casos podrían prevenirse, hay 346 millones de personas afectadas por aquella, 1,5 millones en Colombia.

A ellas se suman, según los cálculos, entre dos y tres millones de prediabéticos, que, si bien reúnen los principales factores de riesgo, entre los que se cuentan la obesidad, el sedentarismo y las dietas desequilibradas, ignoran que están a un paso de desarrollar la diabetes y no hacen nada por mejorar sus estilos de vida.

Por razones que solo encuentran explicación en la debilidad de las campañas de salud pública e información, los ciudadanos aún no le dan la debida importancia a un grave mal que, sin el control adecuado, puede causar lesiones irreversibles en los ojos, en los riñones o en los nervios y es responsable de dolencias cardíacas y derrames cerebrales, entre otros.

El impacto social es incalculable, sobre todo en los países en vías de desarrollo. El propio secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, dijo esta semana que los Estados más pobres concentran a 277 millones de diabéticos.

En este orden de ideas, hizo un oportuno llamado a los gobiernos y a las empresas farmacéuticas para que implementen estrategias conjuntas conducentes a garantizar que los medicamentos para tratar la afección sean más asequibles y estén disponibles.

Las medidas, hay que reconocerlo, son valiosas, pero deben ser apenas el complemento de acciones de salud pública cuya meta principal ha de ser el cambio efectivo y urgente de los estilos de vida entre la población.

De acuerdo con la encuesta Ensin 2010, uno de cada dos adultos colombianos está sobrepesado o es obeso, lo mismo que uno de cada seis niños y adolescentes. El porcentaje de la población que hace ejercicio físico suficiente para mantenerse saludable es mínimo.

En cambio, aumentan, de manera exponencial, los sectores que invierten su tiempo libre en ver televisión y los videojuegos o en el ocio poco saludable, que se complementa con la mala dieta y el insano consumo de cigarrillo y el de cantidades excesivas de trago.

Justamente, en dichos grupos subsisten mitos en torno a la enfermedad, como que es causada por la ingesta de dulces, que es contagiosa, que se trata comiendo productos light y, el peor de todos, que tiene cura: una vez la diabetes se instala en el organismo, no hay vuelta atrás, y mientras los colombianos no entiendan los peligros que eso entraña, no habrá manera de ponerle freno a su rápido avance.

Ya deberían las autoridades de salud pública estar liderando acciones en cada región del país y en todos los grupos poblacionales, para lograr que la gente comprenda la importancia del autocuidado.

La puesta en marcha de programas específicos de promoción de la salud y prevención, enmarcados en una política clara de atención primaria, sería la prueba de fuego hacia la consolidación de lo ordenado en este sentido por la Ley 1438, que reformó el sistema de salud.

En tal tarea deben confluir los esfuerzos de todo el personal de salud, de las autoridades del sector, de los hospitales y las EPS y de la comunidad en general.

No solo se beneficiaría a los 1,5 millones de colombianos que hoy viven con diabetes, sino a toda la población en riesgo de contraer el mal por cuenta de los malos hábitos.