No hay manera de frenar una epidemia si los ciudadanos no ponen de su parte.
Este principio, expresado de múltiples maneras y por toda clase de canales,
puede leerse en los mensajes que desde hace más de dos décadas acompañan las
campañas globales y locales para frenar la diseminación del virus del sida.
Por eso, hace sonar las alarmas el hecho de que un estudio del Fondo de Población
de las Naciones Unidas y el Ministerio de la Protección Social encuentre que
persiste entre las mujeres colombianas un altísimo grado de vulnerabilidad
frente al sida por cuenta de factores socioculturales como el machismo.
De acuerdo con la investigación, mientras la sexualidad masculina se permite,
se alienta y se fomenta casi desde la adolescencia -muchas veces en forma
irresponsable-, la femenina es controlada, primero por sus familias, luego por
sus parejas y, por increíble que suene, por el personal de salud.
Hace solo dos décadas, en Colombia, por cada 13 hombres con VIH había una mujer
infectada; hoy esa relación es de dos hombres por cada mujer. Pese a la rápida
feminización del sida en el país, ellas siguen sin encontrar el apoyo que necesitan,
en materia de prevención y atención primaria, del sistema de salud.
Califican de difícil su contacto con médicos, enfermeras y auxiliares de los
centros a los que acuden. Más aún, dentro de sus principales quejas se cuentan
la negligencia médica, la falta de programas adecuados y sensibles al género y
la negación de las pruebas diagnósticas del VIH. Tener claro hasta qué punto
ese modo sesgado de atención de las mujeres ha contribuido a la diseminación de
males de transmisión sexual como este debe ser objeto de estudios más
profundos.
Lo que ocurre en el seno de las familias y los hogares es más complejo y
preocupante. El machismo, el control de la sexualidad femenina y las falsas
creencias que se cultivan a partir de eso no son factores de reciente aparición:
son de toda la vida. Por eso, no es extraño que, de acuerdo con el estudio,
muchas mujeres vean normales estas situaciones e, incluso, ayuden a
perpetuarlas.
¿De qué otro modo se explica que, después de décadas de campañas de
información y sensibilización, algunas piensen que, para ponerse a salvo del
VIH, solo basta tener pareja estable y serle fiel? A grado tal llega esa
creencia, que no les proponen a sus compañeros el uso del condón, pese a que
saben de sus infidelidades.
Un segundo estudio del Fondo y del Ministerio se concentró en identificar
las vulnerabilidades de las trabajadoras sexuales con relación al sida. Pese a
que casi todas tienen conocimientos sobre enfermedades de transmisión sexual y
utilizan el condón en sus servicios, tranquilamente reconocen que no los usan
ni con clientes antiguos ni con sus parejas estables.
Más allá de la razón que tengan para hacerlo, el hecho de que incluso este
grupo de alto riesgo frente al sida caiga en un error tan elemental abre serios
interrogantes sobre la forma como se conducen las campañas de prevención del
VIH-sida.
Queda claro que las mayores vulnerabilidades de las mujeres ante la
enfermedad subyacen en ámbitos insospechados, como la casa paterna, la relación
de pareja y el sistema de salud. Sin embargo, estos factores no son tenidos en
cuenta en el diseño y desarrollo de programas de prevención de la epidemia. Eso
salta a la vista.
El valor de estudios de esta clase radica, justamente, en la identificación
de tales falencias y en el reto que plantean para los orientadores de las
políticas sobre el sida. Y uno de ellos es generar acciones serias e integrales
pensando en las mujeres.