“A la Ley 100 hay que darle un
revolcón”
José
Félix Patiño, eminente médico del país, con una vasta cultura, ha hecho más de
6.800 cirugías y ha formado generaciones de galenos.
José
Félix Patiño es un humanista integral. No sólo es el médico más eminente de
Colombia, sino que es dueño de una inmensa y variada cultura que abarca no
únicamente partes importante de las ciencias médicas, sino la música (su gran
pasión es la ópera y su ‘diva’ preferida la incomparable María Callas, sobre
cuya vida, arte y milagros escribió un bellísimo libro), la literatura y el arte .
Colecciona
libros antiguos (Plinio el Viejo, Cayo Plinio Segundo, Fray Bartolomé de
Las Casas, Francisco de Paula Santander). Hijo de médico, su padre fue el
doctor Luis Patiño Camargo, profesor por antonomasia
y gran investigador, que descubrió la enfermedad de Carrión, la fiebre de Tobia, e identificó el tifo exantemático en nuestro país.
José
Félix nació en San Cristóbal, Venezuela, por accidente, pero se declara
absolutamente boyacense porque lo trajeron muy tierno y todos sus ancestros son
de Iza.
Bachiller
del Gimnasio Moderno, cuenta que, ya en 1944, sus compañeros de colegio, sabían
que él sería médico. Adora su profesión con alma vida y sombrero y le ha
dedicado cada minuto de su vida, larga ya, de 84 años muy bien llevados.
Estudió medicina en la Nacional y en Yale, en donde
se graduó con honores y donde permaneció once años investigando y enseñando.
Hoy, ya no realiza sus asombrosas cirugías, sino que le dedica cuerpo y alma a
la Facultad de Medicina de la Universidad de Los Andes y a su clínica, la
Fundación Santa Fe, de la que es co- Fundador.
Fue
rector de la Universidad Nacional y Ministro de Salud de Guillermo León
Valencia. Presidente de la Academia Nacional de Medicina, ha liderado
actividades médicas en toda América Latina y ejerció como Presidente de la
Sociedad Internacional de Cirugía. Es miembro honorario del American
College of Surgeons, de la American Surgical Association y de
numerosas sociedades y academias del mundo.
Autor
de varios libros científicos y centenares de artículos, acaba de publicar un
libro que propende por el regreso de la ciencia médica y de los médicos, a eso
que distinguía antes a los galenos en todas partes: el Humanismo. La
comunicación entrañable entre el enfermo y su médico. Porque los de antes
curaban el dolor del cuerpo, pero también tenían tiempo para ser sensibles y
comprensivos ante las complejidades del alma de su pacientes.
¿Por qué dejó la U. Nacional donde estudiaba Medicina,
para irse a Yale?
Cursaba
cuarto año cuando el 9 de abril y la universidad se cerró. Mi papá, que era
médico, me indicó que debía transferirme a Yale. Uno
de los textos que más me había impactado era Fisiología del Sistema Nervioso,
de John Fulton, que era
Jefe del Departamento de Fisiología de Yale, aunque
su campo era la Neurofisiología. Él fue discípulo de Harvey
Cushing, creador de la Neurología, y había hecho su College en Yale, su carrera de
Medicina en Harvard, el posgrado
en Hopkins y había regresado a Yale
como profesor.
Era famosa su extraordinaria biblioteca.
Sí,
era un gran bibliófilo y tenía la biblioteca histórica privada más grande de
los Estados Unidos. Un hombre de un talento fuera de serie, un humanista.
Cuando llegué a Yale me ocurrió algo muy curioso: yo
llevaba el libro de Fulton y cuando me registré, la
secretaria administrativa me dijo: “miremos a quién le asignaron como tutor”.
¿Y quién cree usted qué era? ¡Oh, sorpresa!, nada
menos que el mismísimo John Fulton.
Risa.
Qué suerte, ¿y cómo era ese genio de la Medicina?
Era
un hombre canoso, que siempre estaba fumando una gran pipa. Un personaje
extraordinario, de aspecto bonachón, pero quien en realidad era furioso y muy
exigente con los estudiantes. Me dio la bienvenida y me dijo: “Este escritorio
y todos los libros de la oficina son parte de la colección de Cushing. Puede usarlo todo, pero con mucho cuidado. También
puede venir de noche, si quiere. Cuando se lleve un libro, llene el tarjetero
para que si alguien viene a buscarlo, sepa quién lo tiene.
¿Qué hizo usted en ese momento increíble que le deparó el
azar?
No
alcancé casi a llegar al dormitorio, instalarme y regresar corriendo para
sentarme en la silla de Harvey Cushing
y examinar minuciosamente su colección. Cuando él murió, las tres universidades
donde había estudiado, Harvard, Yale
y Hopkins, habían estado pendientes de su
extraordinaria biblioteca. Se la dejó a Yale, que
construyó la hoy famosa Cushing History
Library.
Entiendo que su tesis de grado en Yale
fue laureada con el Premio Borden, ¿cómo se tituló?
The Transplantation
of Embryonic Endocrine Tissues.
¿Los trasplantes no son como milagrosos?
Risa.
Usted me hace recordar un coctel en la Nasa, cuando
después de una demostración muy impresionante dije: “Eso de mandar a un hombre
a la luna y volverlo a traer a la tierra es la hazaña más maravillosa que ha realizado
el hombre”, y uno de los ingenieros me contestó: “no, la hazaña más maravillosa
es la que hacen ustedes cuando le sacan el corazón a una persona, lo cambian
por el de un cadáver y esa persona regresa a la vida”.
¿Cómo describiría un momento así?
Recuerdo
que en esa ocasión pensaba que ese científico tenía razón. Usted no se imagina
lo que es ver un tórax abierto, del que se saca el corazón, y comprobar que esa
persona sigue viva gracias a que tiene funcionando un corazón extra-corpóreo.
Enseguida se trae el corazón para injertar, se le hacen las suturas, se le da
un golpecito y el corazón ‘nuevo’ empieza a funcionar. Es asombroso.
Lo hace parecer fácil. ¿Cuándo se hizo en Colombia el
primer transplante de corazón?
Lo
hizo el doctor Fernando Guzmán en la Fundación Santa Fe de Bogotá, en abril de
1990, cuando yo era jefe del Departamento de Cirugía. En esa época creamos el
Servicio de Transplantes, uno de los más activos hoy en Colombia, sobre todo en
transplantes de hígado; lo lidera el doctor Alonso Vera. Lo que él ha hecho en
ese tipo de transplantes es sencillamente maravilloso.
Hago un paréntesis porque creo recordar alguna conexión
suya con Georges Clemenceau,
el famoso político francés. ¿O lo soñé?
Tiene
buena memoria. La historia de la medicina tiene capítulos sorprendentes. Georges Clemenceau a quien usted
reconoce como político y periodista, pero de quien seguramente no sabe que
también fue médico, fue muy amigo del doctor Nicolás Osorio Ricaurte, abuelo de
mi esposa Blanca Osorio, co-fundador de la Academia
de Medicina de Colombia. Aquí tenemos un libro que contiene la tesis de Clemenceau, dedicada a Nicolás Osorio, y la tesis de
Osorio, dedicada a Clemenceau.
Me dicen que usted conoció también a Christian
Barnard, quien conmocionó al mundo con el primer
transplante de corazón, en Ciudad del Cabo, en 1967.
Sí
y tengo la revista South African
Medical Journal donde se publicó esta hazaña y está
firmada por todos los que participaron en ella. Barnard
después se volvió una especie de super star, se dedicó a salir con mujeres muy lindas, dejó a su
mujer y se casó un par de veces más. Padeció de una artritis tremenda y murió
en Chipre en 2001.
¿Dentro de sus muchos aportes a la medicina, ha hecho
inventos?
Cuando
estaba en Yale, donde permanecí once años, diseñé una
operación que se llama ‘shunt anastomosis
cardiovascular’, entre la vena cava superior y la vértebra pulmonar derecha.
¿Los primeros tropiezos que se tuvieron en los
transplantes se debieron a rechazo inmunológico?
Sí,
ese ha sido siempre el problema.
¿Cómo se maneja el rechazo inmunológico?
Hoy
día hay agentes que modulan y, en algunos casos, suprimen el rechazo
inmunológico. El paciente tiene que tomarlos de por vida. Eso tiene sus
problemas porque, al hacer una inmuno supresión, la
persona queda expuesta a infecciones pero, cada vez son mejores los agentes que
se utilizan y hoy día podemos decir que eso se ha convertido en rutina.
¿Y cómo está el tema de los donantes?
En
los países europeos la gente tiene mucha conciencia y autoriza la donación de
sus órganos en caso de muerte. Aquí no tenemos tantas posibilidades, pero eso
está mejorando. Sin embargo, resulta paradójico -y triste a la vez- que como en
Colombia se muere mucha gente joven por la violencia, los órganos son muy
adecuados porque generalmente son sanos y normales.
¿Dónde se hizo el primer transplante de riñón en
Colombia?
En
Medellín. En el Hospital San Vicente de Paúl se formó un equipo muy brillante
de cirujanos que desarrolló todas las técnicas. Empezaron con trasplantes de
riñón y rápidamente siguieron con los otros órganos, con la convicción de que
en Colombia se podían hacer bien.
¿Cuál fue el aporte a la medicina -muy importante- en el
año 1968, del doctor Stanley J. Dudrick,
amigo suyo y tres veces candidato a Premio Nobel?
El
doctor Dudrick era residente en el servicio del
doctor Johnatan Rhoads,
pionero de la nutrición intravenosa. Tenía gran disciplina y autoridad. Sus
residentes le insistían en que había demasiados pacientes que se morían
indefectiblemente porque no había manera de alimentarlos. Sostenían que si se
encontrara un método para hacerlo, se podría salvar muchas vidas.
Primero en perros y luego en cadáveres, lograron diseñar una técnica para
llegar a la vena cava superior, o a la vena subclavia, y administrar por allí
una solución alimenticia muy concentrada, que no se puede suministrar por la
vena periférica porque ésta se irrita, finalmente se tapa y duele una
barbaridad. Pero cuando se pone en el tronco arterial braquiocefálico, o en la
Vena Cava Superior, el volumen de sangre es tan grande que se disuelve y el
paciente no siente nada.
¿Cuál es la ventaja de ésa, la denominada “nutrición parenteral”?
Para
ponerle sólo un ejemplo, hay un caso relativamente reciente de fístulas en la
piel, que se llaman entero-cutáneas, con una mortalidad por encima del 50%.
Llegó la nutrición parenteral y hoy tenemos una
mortalidad de menos del 2%. Aquí en nuestro servicio se han especializado en
ello los doctores Arturo Vergara y Manuel Cadena. De esta manera se han salvado
muchísima personas, alimentadas por la vena a través de la cual se suministra
proteína, glucosa, vitaminas y demás. Funciona para todas las edades.
¿Recuerda cuántas operaciones hizo a lo largo de toda su
carrera?
Cuando
uno está en la docencia les enseña a operar a los residentes. Esas operaciones
no las contabilizo como mías, aunque fueron centenares. De las propias, creo
recordar que la última era la número 6.800. Probablemente las otras las
duplicarán. Yo ya no opero, me he dedicado enteramente a la docencia.
¿Los experimentos en animales como los ratones o los
monos son necesarios? Lo pregunto porque el doctor Manuel Elkin
Patarroyo, quien tuvo algún problema por el uso de
cierta clase de micos del Amazonas.
El
problema es muy serio porque, evidentemente, los animales son necesarios para
la experimentación científica. Pero si usted lo toma desde el punto de vista
puramente ético, no es admisible que uno trabaja con animales, sobre todo
cuando éstos se sacrifican. Sin embargo, hay ciertos experimentos como los del
doctor Manuel Elkin, que forzosamente tienen que
utilizar ese tipo de monos porque tienen un sistema inmunitario muy similar al
del hombre, por eso su éxito es indudable. Yo estoy seguro de que va a sacar su
vacuna adelante porque con los micos ya tiene resultados estupendos, de modo
que es de esperar que en los humanos surta el mismo efecto. Se va a ganar el
Premio Nobel.
Volviendo atrás, me parece, aunque suene un poco cruel,
que se justifica tal vez perder unas vidas animales para salvar vidas humanas,
¿o no?
Hay
una novela titulada Cromosoma, que es fantástica, escrita por un médico, Robin Cook y consiste en que, en
una isla cercana a la costa de África hay una colonia de monos a los cuales les
inoculan genes humanos, y los llaman transgénicos. Si
alguien tiene una cirrosis a los 40 años, que lo matará a menos que se le haga
un transplante, va a la isla, le ponen al mono sus genes y en el momento que se
pueda hacer el transplante, regresa a la isla, le ponen el hígado del mono y no
hay rechazo. Así se suceden los casos, hasta que, de repente, el anestesiólogo
ve que el mono lo observa con una mirada humana y comprende que no pueden
seguir haciendo esos experimentos. La novela termina en que los médicos miran la
isla a la distancia; ven que en ella hay fuego y humo y comprenden que los
monos aprendieron a hacer fuego.
¿Con todos los adelantos en medicina, cree usted que
llegará un momento en que se producirán órganos en laboratorio?
Ya
se están produciendo. Se han construido, por ejemplo, orejas. Cuando una
persona las pierde o nace sin ellas, es difícil hacerlas o reconstruirlas. Lo
que se hace hoy es, a grandes rasgos, cultivar las células madre que van a
construir la piel y ponerlas encima del molde de polímero que las va
absorbiendo. Ya estamos ad portas de lograr órganos como hígado y corazón.
¿Dónde se están haciendo esas investigaciones?
Todas
las universidades grandes de Estados Unidos están trabajando en eso. Hoy día
hay varios órganos artificiales; por ejemplo, para una falla cardíaca se utiliza una especie de bomba que se conecta y
activa el corazón. También hay máquinas que dispensan insulina para controlar
el nivel de azúcar en los diabéticos. No diría que éstas han sido muy exitosas,
pero se irán perfeccionando paulatinamente. Lo que sí ha sido muy exitoso,
sobretodo en MIT, el centro de ingeniería más famoso del mundo, son los brazos
y piernas artificiales. Son sumamente costosos porque tienen transmisión neural. Los nervios pueden transmitir la orden al brazo
artificial para que se mueva. Parece una cosa de ciencia ficción: Ingeniería de
Órganos.
¿No ve usted peligros de exceso en todas estas
investigaciones y adelantos científicos?
Dentro
de las actividades humanas, indiscutiblemente la medicina es la más fascinante
porque da la visión de todo el funcionamiento del ser humano. Pero en medio de
todo este avance tecnológico, se tiende a perder la humanidad de esa ciencia.
Aquí estamos empujando fuertemente un movimiento grande para regresar al
humanismo en la medicina, y no seguir tratando simplemente al “Señor Tal”, sino
a ese ser humano que confía en nosotros. Acabo de publicar un libro que se
llama ‘Humanismo y Medicina’, un aporte a la intención de regresar a la medicina
con bases humanísticas porque, al fin y al cabo, ésta es la profesión que tiene
más que ver con la humanidad del hombre.
Pero el mundo sigue creciendo y ya son hordas de
pacientes las que invaden los consultorios médicos y hospitales.
En
Colombia hay un sistema de salud que los médicos venimos denunciando desde que
yo era Presidente de la Academia Nacional de Medicina, entre 1998 y 2002.
Publicamos dos libros demostrando cuáles eran los defectos de la Ley 100. ¿Qué
pasa? Cuando la salud, que debe ser un servicio social, se convierte en un
negocio, y cuando no se ve como un derecho humano, sino como una mercancía, se
produce un efecto devastador sobre la ética médica. Los médicos piensan: “si
están haciendo negocio conmigo, yo también haré negocio”. Durante los ocho años
de gobierno de Uribe no se pudo hacer nada, porque él mismo fue el ponente de
la Ley 100, y cada vez que íbamos a hablarle se mostraba convencido de que era
una maravilla. A esa ley hay que darle un revolcón, porque no puede ser posible
que a personas enfermas se les nieguen recursos, mientras algunos dirigentes de
la salud construyen hoteles y campos de golf.