¿Lactancia prolongada?
Una de las
mayores dificultades que afrontan las diferentes profesiones que ‘miran’ al ser
humano es la fragmentación. Para cada una de las especialidades lo importante
es su ‘órgano’. Curar o sanar ‘su pedacito’ es lo significativo sin medir las
consecuencias de lo que pueda suceder en el ‘resto’ del cuerpo o de su entorno.
Entonces, ‘pobre ser humano’ jalado por distintas fuerzas, cada quien tratando
de hacer lo mejor, sí, pero desconociendo la totalidad.
Una mujer se
convierte en madre cuando da a luz un hijo o una hija, pero jamás puede
renunciar a su vida para darle ‘sentido’ a la existencia de su pequeño.
Equilibrio es la palabra fundamental para no perder el sentido de las
proporciones. Hace unos días escuché que en beneficio de la nutrición del hijo
la madre debe darle seno durante dos años: los primeros 6 meses sólo leche
materna y los otros 18 meses combinando seno y alimentos externos. Claro, es la
mirada al ‘cuerpo’ del niño, pero no a su parte emocional y, menos aún, al
mundo de la madre. Y del padre. ¿Dónde queda el destete emocional? Que se
requiere, sin lugar a dudas, para preparar al niño (y a la madre) para una vida
independiente donde la simbiosis concluya y aprendan a construir ciertos
niveles de independencia y autonomía que faciliten, a su vez, el ingreso de otras
personas a la vida de ambos. En especial es la oportunidad para que papá haga
su arribo al mundo emocional del niño o la niña y recupere a su mujer,
compañera de vida. La lactancia debe terminar alrededor de los 6 meses: no sólo
se alimenta un cuerpo.
Prolongarla
es perpetuar la dependencia que puede llegar a ser enfermiza desde el punto de
vista psicológico. Aquí vuelve a ser importante el significado de la palabra
equilibrio: la madre no deja de ser mujer. Y la ‘esclavitud’ de una lactancia
prolongada afecta su realización personal en cuanto puede convertirse en un
sacrificio excesivo que no le aporta beneficios emocionales al hijo. Los
pediatras no deben pensar sólo en el niño: la mirada al mundo de la mujer y del
hombre es fundamental para lograr que el hogar no se convierta en el reino de
los hijos donde mamá (en especial) y papá sean fieles esclavos de sus retoños.
Vivir para los hijos es un contrasentido. Culpar a la mujer, llenarla de miedos
y sentimientos negativos, obligándola ‘voluntariamente’ a cumplir ‘las
exigencias pediátricas’ no aporta salud al mundo emocional de ninguno en el
hogar puesto que el miedo y la culpa no generan ninguna clase de sentimientos
amorosos. El cuerpo (si hablamos en términos fragmentados) puede recibir
alimentación sana que supla proporcionalmente la leche materna. Lo perfecto es
enemigo de lo bueno. Posiblemente menos nutrientes físicos ganando ‘nutrientes’
de satisfacción emocional.
Pensar en la
madre como mujer es uno de los retos básicos para construir equilibrio dentro
del hogar y no imponiendo cadenas de esclavitud que terminan afectando las
relaciones familiares. El hijo no puede ser el nuevo tirano del siglo. La madre
no elimina a la mujer: el ejercicio de buscar equilibrio entre sus aspiraciones
personales y el desarrollo del hijo es ya de por sí tan tensionante
como para que se la ‘obligue’ a vivir en función primordialmente de su hijo. La
lactancia prolongada nutre el cuerpo, pero afecta el campo psicológico y
hogareño. Y el hijo o la hija creen que la madre es una ‘prolongación’ de ellos
y pueden disponer de su cuerpo cuando se les antoje. No nutrimos sólo cuerpos…