"Lo que me hace más feliz es no saber", dice el científico
colombiano Alejandro Jadad, que en el 2005 fue
escogido por la revista 'Time' como uno de los genios que cambiarán al planeta en
este siglo. El verbo que lo identifica, en consecuencia, es 'preguntar'. Y fue,
justamente, con una pregunta -muy simple, en apariencia- que este anestesiólogo
con doctorado en síntesis del conocimiento y tratamiento del dolor de la
Universidad de Oxford causó revuelo internacional: "¿Qué es la
salud?", interpeló a un grupo de expertos reunidos, en el 2008, durante la
celebración de los 60 años de la Organización Mundial de la Salud (OMS). El
auditorio se quedó en silencio. También hubo risas. "Me motivó no saber la
respuesta. Luego me dijeron, 'usted nos metió en este lío, usted nos saca'. Un
año después estaba con 30 expertos en La Haya, creando un nuevo concepto de
salud".
Nacido en Cereté (Córdoba) y de 49 años, Jadad es fundador y director del Centre for
Global eHealth Innovation,
de la Universidad de Toronto (Canadá), una red de más de 3.000 personas en el
mundo que apoya proyectos de innovación en los que participan gigantes tipo
Disney y Apple, y asesora a gobiernos, como China y Luxemburgo, que quieren
cambiar sus sistemas de salud para buscar un mayor bienestar en sus habitantes.
Jadad estuvo en Bogotá y habló con EL TIEMPO.
¿Por qué cambiar el concepto de salud?
Según la OMS, salud es "el estado de completo bienestar físico, mental
y social, y no solo ausencia de enfermedad". Con esa definición nadie
podría ser saludable porque cualquier molestia afecta ese bienestar. Nuestra
propuesta es que la salud es la capacidad de las personas o de las comunidades
para adaptarse, o para autogestionar los desafíos físicos, mentales o sociales
que se les presenten en la vida.
Entonces, ¿cuál es el papel del médico hoy?
Desde la antigüedad, se decía que es curar pocas veces, aliviar a menudo y
consolar siempre. Pero, desde el descubrimiento de los antibióticos, creemos
que podemos curarlo todo, y lo pusimos al revés: tratamos de curar siempre,
aliviar de vez en cuando y consolar raras veces.
¿Y los sistemas de salud?
No funcionan porque continúan enfocados en eliminar enfermedades, y porque
nos enferman. En Estados Unidos la principal causa de muerte es el sistema
sanitario, por errores médicos, efectos secundarios de medicamentos y
complicaciones de intervenciones, incluyendo infecciones. El 70 por ciento de
lo que ocurre en los hospitales no debería pasar ahí. Ir a una consulta a que
le chequeen la presión arterial es como ir a la tienda de la esquina a comprar
leche en helicóptero.
Entonces, ¿para qué son los hospitales?
Para atender solo las enfermedades agudas, como las fracturas, la apendicitis
o las que requieren cuidados intensivos porque la mayoría de las dolencias de
la sociedad contemporánea son crónicas e incurables, como la artritis, la
diabetes o la demencia.
Usted habla de cambiar modelos, ¿por qué?
Porque todos los modelos que guiaron nuestras vidas en el siglo XX ya no
funcionan, se han vuelto nuestros enemigos: el sistema sanitario nos enferma y
nos mata, el educativo nos embrutece y el financiero nos empobrece.
¿Y esto qué tiene que ver con la medicina?
Hace mucho que esto dejó de ser un tema de medicina. En nuestra red mundial
estamos tratando de crear un futuro mejor, con nuevos modelos de cómo
vivir, aprender, trabajar, entretenernos, etc.
¿Cree que lo va a lograr?
No, soy un pesimista feliz. Esta es mi estrategia para no frustrarme. No
espero que haya cambios. Esto va a ser cada vez peor. Tal vez no tengamos
salvación. Pero, como dije, me levanto cada día tratando de probar que estoy
equivocado y que sí es posible el cambio. Si no hacemos algo radicalmente
distinto, la mejor opción que nos queda para cambiar sería una pandemia, otra
peste que elimine a tres cuartas partes de la humanidad.
¿Por qué tan trágico?
Primero, nos haría menos soberbios. Segundo, seríamos menos y el impacto en
el planeta sería menor, y por lo menos nos daría la oportunidad para sobrevivir
un poco más como especie. No hay especie que haya sobrevivido dominante ni para
siempre. Creo en la Hipótesis Gaia (James Lovelock),
que considera a la Tierra como un superorganismo que se autorregula, en el que
nosotros nos hemos convertido en una infección. El calentamiento global es como
la fiebre; los terremotos, como escalofríos y los tsunamis, como una gripa. La
Tierra se está defendiendo y se va a deshacer de nosotros, si no nos portamos
bien.
¿Qué podemos hacer?
Entender que está en juego nuestra supervivencia como especie y que los
desafíos que enfrentamos necesitan respuestas que trasciendan los nacionalismos
o regionalismos triviales. Las tecnologías de la información, en particular las
móviles, nos están dando la oportunidad de unir esfuerzos a nivel global para
promover altos niveles de bienestar para nosotros y el planeta. Y hay recursos
para hacer esto posible. No hay justificación para que más de mil millones de
personas en el mundo tengan hambre y no tengan techo, mientras que el
consumismo de una minoría amenaza con acabar los recursos finitos que tenemos.
Y no son felices.
¿Cómo un científico de Oxford termina hablando de este tema?
Porque lo considero el estado más importante al que podemos aspirar los
humanos. ¿Qué puede ser más importante que tener la vida más plena y feliz
hasta el último suspiro?
¿Cómo llegó a la felicidad?
He visto a mucha gente infeliz al final de la vida. Empecé como médico para
curar. Luego, me convertí en anestesiólogo para calmar el dolor, pero vi que el dolor y el sufrimiento seguían; entonces me
doctoré en tratamiento del dolor. Y, cuando trabajé con desahuciados, descubrí
que hay otro dolor más allá del físico.
¿Cómo es ese dolor?
Usualmente, es causado por una carga tremenda de remordimientos, de cosas
que dejamos sin hacer, de darle poca importancia a lo que es esencial en
nuestras vidas y darnos cuenta muy tarde.
¿Y estudió científicamente el tema?
Sí. Descubrí gran cantidad de estudios con respecto a lo que nos puede ayudar
a lograr niveles óptimos de felicidad. En mis años de formación, nadie me habló
de lo que era una buena vida y una buena muerte, o de mi papel para lograrlo.
Ahí, decidí que no iba a ser el médico tradicional y que quería aliviar esos
dolores.
¿Cómo podemos hacerlo nosotros?
Entendiendo que es posible, y una vez tengamos nuestras necesidades básicas
satisfechas. Y reconociendo que hay mucho que podemos hacer para aumentar
nuestros niveles de felicidad y que, en la mayoría de los casos, no cuesta dinero.
Todo parece indicar que el 50 por ciento de nuestros niveles de felicidad son
determinados genéticamente; el 10, por lo que la plata puede comprar y el 40
restante, por lo que hacemos y pensamos; en esto último están nuestras
oportunidades.
Entonces, ¿el dinero no compra la felicidad?
Hasta cierto punto. Luego de satisfacer nuestras necesidades básicas, parece
existir un tope. En Estados Unidos es de unos 70.000 dólares al año. De ahí
para allá, no solo no te hace feliz, sino que te perturba.
¿Esto es científico?
En su mayoría. Casi todo se puede medir. Hay métodos y muchísimos estudios
serios. Se puede, incluso, evaluar el nivel de felicidad que tenemos
individualmente y, aun, como naciones. Bután comenzó esta tendencia. Ahora,
países como Gran Bretaña y Francia están implementándolo para guiar sus
decisiones de gobierno.
¿Somos más felices ahora?
Las cifras de EE. UU. muestran que en los últimos
60 años los niveles de felicidad no han aumentado, aunque los niveles de
ingresos sí. Sorprendentemente, las mujeres parecen estar menos felices en la
mayoría de los países más avanzados del mundo, no obstante lo logrado con la
igualdad de género.
¿Cómo podemos buscar la felicidad?
Preguntándonos qué es lo que más nos hace felices e identificando el verbo
que mejor lo representa. En mi caso, lo que más feliz me hace es no saber. Por
lo tanto, mi verbo es preguntar. Una vez hayamos definido esto, hay que buscar
la mejor manera para conjugarlo tan frecuentemente como sea posible y ayudar a
todas las personas a que conjuguen el suyo. Esta tarea, usualmente, no se puede
hacer solo: uno necesita ayuda. Me di cuenta de que mi peor enemigo soy yo. Que
nadie como yo puede hacerme daño, y por eso creé una junta directiva personal,
que incluye a mis hijas, Alia y Tamen,
y a mi esposa Martha. Ella me enseñó la importancia de pensar en la máscara de
oxígeno.
¿Qué máscara?
Yo tenía la manía de complacer a todo el mundo. Mi esposa me decía:
"Primero tú". Nunca entendí. Una vez, en un avión, escuché las recomendaciones
de seguridad, esas que hablan de las máscaras de oxígeno. "Colóquese la
máscara primero, aun si viene con niños", y solo ahí la entendí.
Preguntarse lo que lo hace a uno más feliz y proteger su verbo es equivalente.
Solo si eres feliz puedes ayudar a los demás. ¿Sabes qué es lo que más feliz te
hace? ¿Cuál es tu verbo? ¿Tienes puesta tu máscara de oxígeno?
¿Quién es Alejandro Jadad?
Es el científico colombiano de mayor reconocimiento mundial por su trabajo
en ciencias de la información y tecnologías aplicadas en salud. Se graduó de
médico y anestesiólogo de la Universidad Javeriana, y a los 27 años fue
aceptado como estudiante de posgrado de la prestigiosa Universidad de Oxford,
en el Reino Unido. Allí se convirtió en el primer doctor en síntesis del
conocimiento de esa institución. Profesor de la Universidad de McMaster
(Canadá) y catedrático de la Universidad de Toronto, hoy es conferencista en
foros mundiales.
"Es claro que lo que se puede contar o medir no es suficiente para
entender los aspectos más importantes de nuestras vidas", dice. Por eso,
agrega, le ha tocado estudiar también filosofía, teología, historia y arte.
JORGE QUINTERO
Redacción Domingo