El espectáculo es lamentable. Los adolescentes de todos los estratos se
emborrachan afuera de estancos, como si no hubiera mejor perspectiva. Es
posible que desde una perspectiva emocional no la tengan en esta sociedad, que
no les ofrece siquiera el derecho a la ilusión. Cierto es que el ser humano
tiene una irrefrenable tendencia a los estados alterados de conciencia. Como
señalaba hace años el médico norteamericano Andrew Weil, los niños disfrutan la sensación de pérdida de
control derivada de girar rápido. También es verdad que las comunidades sin
acceso a los servicios públicos se reunían alrededor del fuego y se intoxicaban
en rito colectivo ante eventos como la muerte. Baste recordar los arrullos de
la costa pacífica colombiana.
Lo que se presencia en las ciudades es indicio de que hemos construido una
sociedad con deficiencias en la atención a las necesidades. El mundo no permite
alimentar retos de transformación social, así sean necesarios para la supervivencia
de la especie. Por el contrario, rechaza cualquier planteamiento que conlleve
cuestionamientos a la forma como se han organizado la producción y distribución
de los bienes y servicios básicos. La prioridad la determina el menor costo del
acto de consumo en el corto plazo. No importa que las inundaciones sean más
recurrentes o las sequías más marcadas. Se supone que la solución al
calentamiento global llegará de quienes tienen capacidad tecnológica, y que
proponer otras formas de ordenamiento social para atender este problema es
perder el tiempo.
Las instituciones de la sociedad no están a la altura del reto, y los
peligros ambientales son fruto de mal diseño social, que trae pobreza,
corrupción, injusticia, angustia por incertidumbre, sensación de soledad,
incomprensión e intoxicación desmesurada como refugio transitorio. Los jóvenes
no tienen capacidad de escribir en su lengua materna, así tengan la educación
que los debería haber habilitado, y no se aprecia que las nuevas tecnologías
promuevan cambios de las lenguas. Se espera que los jóvenes desplieguen
destrezas para atender los cánones de una sociedad con referentes y normas de
convivencia estables. Si no se enfrenta la incertidumbre propia de nuestros
tiempos, los problemas de alienación seguirán agudizándose. El reproche no es
para los jóvenes. El problema es de todos. La ley de la jungla sin las
solidaridades más básicas es destructiva. En un planeta con siete mil millones
de personas hay más proporción de gente viviendo sola que en cualquier momento
de la historia. En algunas sociedades avanzadas las viviendas unipersonales, en
razón de la demografía, son cuarenta por ciento del total, y la expresión
espontánea tiene sanción tácita por perturbadora. Estas paradojas son
campanazos de alerta. ¿Escucharemos el llamado a defender los espacios para los
afectos?