Casi 600 jóvenes se suicidan cada
año
El
ritmo es brutal: tres menores de 24 años se quitan la vida cada dos días en el
país.
Un
problema de salud mental que, para algunos, se explica por la soledad íntima y
el miedo al fracaso.
"Me
di cuenta de algo que tenía que aceptar. Me siento muerto. Ni el consumo de
heroína ni el sexo desenfrenado lograron satisfacerme. No puedo echarle la
culpa a nadie. Ustedes se dieron cuenta de mi infelicidad; no tenía expectativa
en la vida. Odiaba tener que ir a la universidad. Las pocas cosas buenas no
fueron suficientes para amortiguar mi tristeza. Pensé que los antidepresivos me
ayudarían, pero eso significaba vivir con la alegría de estar dopado. Ya no
siento casi. No lloré escribiendo. Mejor para ustedes, ya que detestan el
drama. Detestaría que la gente sintiera lástima por mí. Espero tener la paz y
la calma que siempre he buscado. Esto no tiene nada que ver con la pelea que
tuve con mi mamá...". El autor de esta carta tenía 21 años, estudiaba
Psicología en una universidad privada de Bogotá y durante un año llenó un
cuaderno con razones para su suicidio. Además de este texto, les dejó grabados
a sus papás los últimos capítulos de la serie que estaban siguiendo por
televisión. Con la intención de que su ausencia ni siquiera les cambiara la
rutina.
Según
En
Colombia, de acuerdo con un estudio de
Cartas
como la de este muchacho que se suicidó demuestran una tristeza infinita, que
los especialistas ven como efecto de una soledad íntima tan grande que es
considerada sin salida.
En
un estudio realizado por
Muchos
jóvenes han perdido las motivaciones afectivas. Es un problema global. En una
investigación del Instituto de Salud Infantil de
Nada
ni nadie les produce la alegría de vivir. Químicamente, su cuerpo deja de
producir las sustancias necesarias para sentir felicidad (como las endorfinas).
"La depresión es el mal número uno del presente. Mucho más que el
sufrimiento", agrega De Zubiría. Hoy en Estados
Unidos alrededor del 5 por ciento de la población menor de 18 años sufre de
trastorno distímico: carecer de emociones.
Comienzan
los cambios
Cuatro
días antes de matarse le dijo a su mamá que no estaba contento con su vida.
Acababan de pasar por una discusión en la que él, de 19 años, había amenazado
con lanzarse por una ventana. Su muerte, sin embargo, llegó después, colgándose
de una cuerda en su cuarto. Lo hizo borracho y dopado, con vodka y pastillas
que compró con el dinero que le pagaron por sus audífonos (no contaba con su
mesada porque, como método de control, sus padres la habían reducido, asustados
por sus comportamientos). Estaba peleado con ellos, ya no se adaptaba a las
reglas de la casa. Se rapó la cabeza. Dejó de participar en las reuniones
familiares y comenzó a frecuentar bares en las noches. Se mantenía en tensión
con su papá, el estricto del hogar, y detestaba el papel de conciliadora que
ejercía su madre. "La vida cambia, hay que cambiar", le dejó escrito a
ella en un papel.
Todo
lo quiso vivir al límite. Cuando su grupo favorito de rock vino a Bogotá, dijo
que después de verlo en escena ya podía morir tranquilo. Pero se sintió
traicionado al saber que su novia se dejaba coquetear por el líder de la banda.
Quince minutos antes de colgarse de una cuerda, le envió un correo electrónico
a la gente con la que compartía ese entorno musical: "Hicieron de mi vida
un infierno. Me voy a matar y los culpables son ustedes". Ese mensaje, la
carta y un casete con canciones para su ex novia, fue lo que dejó. El ruido de
la estantería que cayó con su cuerpo despertó a la familia. Alcanzaron a
llevarlo a una clínica, pero después de 36 horas de agonía, murió. Este joven
se mató a la edad más frecuente de suicidio en el país, y con el método más
recurrente en Bogotá. En el 2009, 405 muchachos entre 18 y 24 años se quitaron
la vida. El 55 por ciento se ahorcó. Del total de suicidios ocurridos en
Colombia durante el mismo año, más de la mitad se concentraron en Bogotá y
Antioquia.
Compañía
aparente
Nadie
podría creer que los jóvenes estén padeciendo de soledad si, precisamente,
nunca están solos. O eso parece. Abren cuentas de Facebook
con centenares de 'amigos' y andan en parche como si no fuera posible vivir de
una manera distinta. Pese a ello, o en parte por ello, hoy les es más fácil
comunicarse de forma virtual, según terapeutas. No pueden saludar a una
muchacha ni tienen nada que decirse si no hay un computador de por medio.
"Y si no hay vínculos, ¿cómo construir estrategias sanas para enfrentar
los problemas?", dice el médico Javier Augusto Rojas, director nacional de
Psiquiatría de Medicina Legal.
De Zubiría lo define como un mal de la época: "Una
generación completa de incompetentes afectivos".
Y
esto ocurre, en gran parte, porque la crianza cambió. Hoy los jóvenes, en lugar
de contar con una extensa red de 'profesores afectivos' -abuelos, tíos, primos,
padrinos, hermanos, profesores, nanas, vecinos- en la cual se aprendía a
relacionarse con el otro, viven bajo un esquema familiar caracterizado por la
ausencia y bajo la presión de la entrega de resultados y del éxito. Por eso,
cuando algo sale mal, se vienen abajo. "No están preparados para
enfrentarse a un fracaso ni se les ofrecen herramientas para superar la
frustración. Habría que enfocarse menos en que aprendan trigonometría y más en
que sepan cómo manejar el perder y el equivocarse", dice la psicóloga
Margarita Hoyos, especializada en muerte y duelos. Por eso, algunos, cuando
pierden una materia o los deja su pareja o no encuentran trabajo después de
graduados, terminan por pensar que el camino es el suicidio.
La
sin salida
El
día anterior pidió prestados unos guantes y una chaqueta con capucha. Así llegó
a la universidad. Estuvo en la primera clase de la mañana y después se guardó
en un cine hasta que empezó a atardecer. Tomó un bus hacia el sur y se bajó en
un potrero. Regó por el suelo las cosas que llevaba en su morral y mantuvo en
sus manos
En
casa la habían visto triste los días anteriores. Como si quisiera contar algo y
no le salieran palabras. "Achantada", la describieron sus familiares.
Pero no insistieron en saber qué le pasaba. De niña fue una alumna juiciosa.
"No daba problemas", dijeron. Tal vez por eso no se atrevió a decir
que iba mal en los estudios, por temor a una mamá a quien nunca molestaba y a
un papá distante que le había advertido que si perdía el semestre no le iba a
pagar más estudios. Era la primera en casa que iba a lograr un título
profesional y seguramente sintió pánico de no poder responderle a la familia.
Le contó a un amigo lo que pensaba hacer y le dijo que en su casa no podrían
deducir que había sido un suicidio, sino un robo. Por eso regó las cosas en el
suelo y eligió un sitio abandonado. Él pensó que no sería capaz de hacerlo.
Pero el miedo a equivocarse pudo más en ella.
Los
anuncios
Solo
un 5 por ciento de los suicidios son actos intempestivos. Los demás son
calculados y preparados con detalle, según Rojas, quien explica que el 80 por
ciento de los jóvenes que han cometido suicidio lo han avisado. "A sus
padres, a sus pares, a un maestro. Además, el intento de suicidio es el mejor predictor de que puede suceder". Cuando va a suceder
-y eso solo se ve después-, la persona hace una especie de "ritual de
despedida", como lo denomina Margarita Hoyos.
Así
fue el caso de una joven a punto de cumplir la mayoría de edad: ella misma se
alisó el pelo el día anterior, lavó las cortinas de su habitación, ordenó la
ropa en el armario, organizó su cuarto. Después, se tomó unas pastillas y
murió. Sin escándalo, ni cartas. Sin ruido. Otro muchacho, 18 recién cumplidos,
se cortó un mechón de pelo, lo puso sobre una mesa y le dijo a su mamá:
"Aquí dejo mi pasado". Ella creyó que ese gesto significaba que el
tratamiento que iba a empezar contra su depresión surtiría efecto y que por fin
dejaría atrás esa sensación de no poder con el mundo. Pero era su frase fue su
despedida.
La
investigación del Instituto de Salud Infantil británico, publicada en The Lancet, no solo expuso el
dramatismo padecido por la generación de los más jóvenes del mundo. Da en el
blanco: "Esperamos que esta investigación promueva un nuevo enfoque global
sobre las muertes y sus causas en adolescentes. Los objetivos globales en salud
de esta población deben ir más allá del VIH e incluir accidentes y salud
mental". Que 15 por ciento de los menores de edad en el mundo tenga
depresión mayor y que el suicidio sea la tercera causa de muerte juvenil, según
Señales
de alarma
-
Cambios en los hábitos cotidianos, de comer o dormir
- Descuido en su apariencia personal
- Aislamiento
- Irritabilidad
- Comportamientos agresivos
- Señales verbales como decir que se siente culpable, que no quiere ser un
dolor para nadie, que nada importa.
- Si regala sus objetos preferidos o bota a la basura objetos importantes
- Estar atentos a frases como "me quiero matar", o "estoy
pensando que el suicidio es mi salida". Es vital tomarse en serio esas
palabras y buscar asesoría con un profesional en salud mental.
El
drama para las familias
"Es
que su hijo se quiso matar". Frases como estas invalidan el duelo de los
familiares. La muerte por suicidio tiene variables distintas a las otras e,
incluso, connotaciones legales, pues el primer sospechoso es la familia. Existe
una condena social, una especie de señalamiento con preguntas como qué clase de
familia disfuncional habría detrás de esta muerte. Esto resulta devastador,
pues la inmediata reacción de un padre es preguntar qué hizo mal, en qué falló.
Para los psicoterapeutas, esta experiencia requiere tratamiento especializado:
"Uno se reconstruye luego de un suicidio, pero es necesario integrar esta
experiencia a tu vida. De lo contrario, te destruye", dice Margarita
Hoyos, psicóloga especialista en duelos y madre de un joven que se suicidó.
"Las personas no tienen idea qué decir. Cosas como 'tenga paciencia' no
sirven. En los grupos de ayuda por fin encontré que me hablaran como yo
necesitaba", cuenta Yolanda, madre de un joven que se suicidó.
Personalidades
propensas
Según
especialistas en salud mental, existen rasgos de personalidad que pueden ser
indicadores de posible ideación suicida o de suicidio. Dentro de ellos, están
las personas con baja tolerancia a la frustración o quienes le atribuyen
importancia exagerada a la aprobación de los demás. También se encuentran
personalidades impulsivas y, sobre todo, en exceso perfeccionistas, a quienes
les cuesta reconocer una derrota, una pérdida o un error. De igual manera,
están las personas con algún tipo de trastorno 'borderline',
trastorno compulsivo o del estado de ánimo. Estas características, sin embargo,
solo hablan de propensión. No se refieren a que, necesariamente, quienes las
tengan piensen en quitarse la vida.
Dominique Rodríguez Dalvard
y María Paulina Ortiz
Redacción de EL TIEMPO