Casi 600 jóvenes se suicidan cada año

El ritmo es brutal: tres menores de 24 años se quitan la vida cada dos días en el país.

Un problema de salud mental que, para algunos, se explica por la soledad íntima y el miedo al fracaso.

"Me di cuenta de algo que tenía que aceptar. Me siento muerto. Ni el consumo de heroína ni el sexo desenfrenado lograron satisfacerme. No puedo echarle la culpa a nadie. Ustedes se dieron cuenta de mi infelicidad; no tenía expectativa en la vida. Odiaba tener que ir a la universidad. Las pocas cosas buenas no fueron suficientes para amortiguar mi tristeza. Pensé que los antidepresivos me ayudarían, pero eso significaba vivir con la alegría de estar dopado. Ya no siento casi. No lloré escribiendo. Mejor para ustedes, ya que detestan el drama. Detestaría que la gente sintiera lástima por mí. Espero tener la paz y la calma que siempre he buscado. Esto no tiene nada que ver con la pelea que tuve con mi mamá...". El autor de esta carta tenía 21 años, estudiaba Psicología en una universidad privada de Bogotá y durante un año llenó un cuaderno con razones para su suicidio. Además de este texto, les dejó grabados a sus papás los últimos capítulos de la serie que estaban siguiendo por televisión. Con la intención de que su ausencia ni siquiera les cambiara la rutina.

Según la Organización Mundial de la Salud, tres de cada veinte jóvenes en el mundo tienen un trastorno depresivo mayor. Esto es cuando la tristeza, la apatía, la fatiga y la disminución de la capacidad de disfrutar, entre otros, ya no son síntomas esporádicos, sino crónicos, y requieren atención médica.

En Colombia, de acuerdo con un estudio de la Liga Colombiana contra el Suicidio, seis de cada diez jóvenes ha pensado en quitarse la vida. En el 2009, 598 menores de 24 años se suicidaron en el país. Esta cifra ha venido en aumento desde el 2007 (ver gráficos).

Cartas como la de este muchacho que se suicidó demuestran una tristeza infinita, que los especialistas ven como efecto de una soledad íntima tan grande que es considerada sin salida.

En un estudio realizado por la Fundación Merani entre 10.000 jóvenes de 11 a 18 años, y de ocho ciudades del país, el 65 por ciento afirmó no tener un buen amigo. Y el 45 por ciento de los que dijeron tener relación de pareja, la definieron como "insatisfactoria y aburrida". "Esta soledad los está conduciendo a la depresión. Y soledad más depresión (normalmente no diagnosticada) es igual a alto riesgo de suicidio", señala el psicólogo y director de la fundación, Miguel de Zubiría.

Muchos jóvenes han perdido las motivaciones afectivas. Es un problema global. En una investigación del Instituto de Salud Infantil de la University College de Londres, presentada esta semana en la revista científica The Lancet, se muestra que, por primera vez en la historia, las muertes de jóvenes entre 15 y 24 años de edad superan a las de niños de 1 a 4 años. Y las causas son los suicidios, la violencia y los accidentes de tránsito, principalmente. "Tienen tres veces más riesgo de morir prematuramente -explica Russell Viner, autor del informe -. Los profundos cambios sociales que han venido atados al desarrollo económico y la urbanización han sido particularmente nocivos para los jóvenes de altos y bajos ingresos. No se está haciendo lo suficiente para detener el problema de salud mental que están enfrentando".

Nada ni nadie les produce la alegría de vivir. Químicamente, su cuerpo deja de producir las sustancias necesarias para sentir felicidad (como las endorfinas). "La depresión es el mal número uno del presente. Mucho más que el sufrimiento", agrega De Zubiría. Hoy en Estados Unidos alrededor del 5 por ciento de la población menor de 18 años sufre de trastorno distímico: carecer de emociones.

Comienzan los cambios

Cuatro días antes de matarse le dijo a su mamá que no estaba contento con su vida. Acababan de pasar por una discusión en la que él, de 19 años, había amenazado con lanzarse por una ventana. Su muerte, sin embargo, llegó después, colgándose de una cuerda en su cuarto. Lo hizo borracho y dopado, con vodka y pastillas que compró con el dinero que le pagaron por sus audífonos (no contaba con su mesada porque, como método de control, sus padres la habían reducido, asustados por sus comportamientos). Estaba peleado con ellos, ya no se adaptaba a las reglas de la casa. Se rapó la cabeza. Dejó de participar en las reuniones familiares y comenzó a frecuentar bares en las noches. Se mantenía en tensión con su papá, el estricto del hogar, y detestaba el papel de conciliadora que ejercía su madre. "La vida cambia, hay que cambiar", le dejó escrito a ella en un papel.

Todo lo quiso vivir al límite. Cuando su grupo favorito de rock vino a Bogotá, dijo que después de verlo en escena ya podía morir tranquilo. Pero se sintió traicionado al saber que su novia se dejaba coquetear por el líder de la banda. Quince minutos antes de colgarse de una cuerda, le envió un correo electrónico a la gente con la que compartía ese entorno musical: "Hicieron de mi vida un infierno. Me voy a matar y los culpables son ustedes". Ese mensaje, la carta y un casete con canciones para su ex novia, fue lo que dejó. El ruido de la estantería que cayó con su cuerpo despertó a la familia. Alcanzaron a llevarlo a una clínica, pero después de 36 horas de agonía, murió. Este joven se mató a la edad más frecuente de suicidio en el país, y con el método más recurrente en Bogotá. En el 2009, 405 muchachos entre 18 y 24 años se quitaron la vida. El 55 por ciento se ahorcó. Del total de suicidios ocurridos en Colombia durante el mismo año, más de la mitad se concentraron en Bogotá y Antioquia.

Compañía aparente

Nadie podría creer que los jóvenes estén padeciendo de soledad si, precisamente, nunca están solos. O eso parece. Abren cuentas de Facebook con centenares de 'amigos' y andan en parche como si no fuera posible vivir de una manera distinta. Pese a ello, o en parte por ello, hoy les es más fácil comunicarse de forma virtual, según terapeutas. No pueden saludar a una muchacha ni tienen nada que decirse si no hay un computador de por medio. "Y si no hay vínculos, ¿cómo construir estrategias sanas para enfrentar los problemas?", dice el médico Javier Augusto Rojas, director nacional de Psiquiatría de Medicina Legal.

De Zubiría lo define como un mal de la época: "Una generación completa de incompetentes afectivos".

Y esto ocurre, en gran parte, porque la crianza cambió. Hoy los jóvenes, en lugar de contar con una extensa red de 'profesores afectivos' -abuelos, tíos, primos, padrinos, hermanos, profesores, nanas, vecinos- en la cual se aprendía a relacionarse con el otro, viven bajo un esquema familiar caracterizado por la ausencia y bajo la presión de la entrega de resultados y del éxito. Por eso, cuando algo sale mal, se vienen abajo. "No están preparados para enfrentarse a un fracaso ni se les ofrecen herramientas para superar la frustración. Habría que enfocarse menos en que aprendan trigonometría y más en que sepan cómo manejar el perder y el equivocarse", dice la psicóloga Margarita Hoyos, especializada en muerte y duelos. Por eso, algunos, cuando pierden una materia o los deja su pareja o no encuentran trabajo después de graduados, terminan por pensar que el camino es el suicidio.

La sin salida

El día anterior pidió prestados unos guantes y una chaqueta con capucha. Así llegó a la universidad. Estuvo en la primera clase de la mañana y después se guardó en un cine hasta que empezó a atardecer. Tomó un bus hacia el sur y se bajó en un potrero. Regó por el suelo las cosas que llevaba en su morral y mantuvo en sus manos la Smith & Wesson que le había sacado a su papá del armario. Tenía 18 años y empezaba Psicología. No iba bien en dos materias. Se disparó en el pecho.

En casa la habían visto triste los días anteriores. Como si quisiera contar algo y no le salieran palabras. "Achantada", la describieron sus familiares. Pero no insistieron en saber qué le pasaba. De niña fue una alumna juiciosa. "No daba problemas", dijeron. Tal vez por eso no se atrevió a decir que iba mal en los estudios, por temor a una mamá a quien nunca molestaba y a un papá distante que le había advertido que si perdía el semestre no le iba a pagar más estudios. Era la primera en casa que iba a lograr un título profesional y seguramente sintió pánico de no poder responderle a la familia. Le contó a un amigo lo que pensaba hacer y le dijo que en su casa no podrían deducir que había sido un suicidio, sino un robo. Por eso regó las cosas en el suelo y eligió un sitio abandonado. Él pensó que no sería capaz de hacerlo. Pero el miedo a equivocarse pudo más en ella.

Los anuncios

Solo un 5 por ciento de los suicidios son actos intempestivos. Los demás son calculados y preparados con detalle, según Rojas, quien explica que el 80 por ciento de los jóvenes que han cometido suicidio lo han avisado. "A sus padres, a sus pares, a un maestro. Además, el intento de suicidio es el mejor predictor de que puede suceder". Cuando va a suceder -y eso solo se ve después-, la persona hace una especie de "ritual de despedida", como lo denomina Margarita Hoyos.

Así fue el caso de una joven a punto de cumplir la mayoría de edad: ella misma se alisó el pelo el día anterior, lavó las cortinas de su habitación, ordenó la ropa en el armario, organizó su cuarto. Después, se tomó unas pastillas y murió. Sin escándalo, ni cartas. Sin ruido. Otro muchacho, 18 recién cumplidos, se cortó un mechón de pelo, lo puso sobre una mesa y le dijo a su mamá: "Aquí dejo mi pasado". Ella creyó que ese gesto significaba que el tratamiento que iba a empezar contra su depresión surtiría efecto y que por fin dejaría atrás esa sensación de no poder con el mundo. Pero era su frase fue su despedida.

La investigación del Instituto de Salud Infantil británico, publicada en The Lancet, no solo expuso el dramatismo padecido por la generación de los más jóvenes del mundo. Da en el blanco: "Esperamos que esta investigación promueva un nuevo enfoque global sobre las muertes y sus causas en adolescentes. Los objetivos globales en salud de esta población deben ir más allá del VIH e incluir accidentes y salud mental". Que 15 por ciento de los menores de edad en el mundo tenga depresión mayor y que el suicidio sea la tercera causa de muerte juvenil, según la OMS, debe encender las alarmas.

Señales de alarma

- Cambios en los hábitos cotidianos, de comer o dormir
- Descuido en su apariencia personal
- Aislamiento
- Irritabilidad
- Comportamientos agresivos
- Señales verbales como decir que se siente culpable, que no quiere ser un dolor para nadie, que nada importa.
- Si regala sus objetos preferidos o bota a la basura objetos importantes
- Estar atentos a frases como "me quiero matar", o "estoy pensando que el suicidio es mi salida". Es vital tomarse en serio esas palabras y buscar asesoría con un profesional en salud mental.

El drama para las familias

"Es que su hijo se quiso matar". Frases como estas invalidan el duelo de los familiares. La muerte por suicidio tiene variables distintas a las otras e, incluso, connotaciones legales, pues el primer sospechoso es la familia. Existe una condena social, una especie de señalamiento con preguntas como qué clase de familia disfuncional habría detrás de esta muerte. Esto resulta devastador, pues la inmediata reacción de un padre es preguntar qué hizo mal, en qué falló. Para los psicoterapeutas, esta experiencia requiere tratamiento especializado: "Uno se reconstruye luego de un suicidio, pero es necesario integrar esta experiencia a tu vida. De lo contrario, te destruye", dice Margarita Hoyos, psicóloga especialista en duelos y madre de un joven que se suicidó. "Las personas no tienen idea qué decir. Cosas como 'tenga paciencia' no sirven. En los grupos de ayuda por fin encontré que me hablaran como yo necesitaba", cuenta Yolanda, madre de un joven que se suicidó.

Personalidades propensas

Según especialistas en salud mental, existen rasgos de personalidad que pueden ser indicadores de posible ideación suicida o de suicidio. Dentro de ellos, están las personas con baja tolerancia a la frustración o quienes le atribuyen importancia exagerada a la aprobación de los demás. También se encuentran personalidades impulsivas y, sobre todo, en exceso perfeccionistas, a quienes les cuesta reconocer una derrota, una pérdida o un error. De igual manera, están las personas con algún tipo de trastorno 'borderline', trastorno compulsivo o del estado de ánimo. Estas características, sin embargo, solo hablan de propensión. No se refieren a que, necesariamente, quienes las tengan piensen en quitarse la vida.

Dominique Rodríguez Dalvard
y María Paulina Ortiz
Redacción de EL TIEMPO