El principal
obstáculo para que un país inmensamente rico como el colombiano logre un
desarrollo humano acelerado y sostenible es superar la inequidad. La
desigualdad es un desperdicio de capacidades que excluye a personas que podrían
aportar al desarrollo; es una injusticia social y es una forma de reproducir la
pobreza. El 32% de la población rural y el 13% de la urbana padecen pobreza
extrema, que en la fría definición económica significa que si una persona
gastara todo su ingreso en comida no alcanzaría a consumir el promedio de
calorías que requiere. En otras palabras, los pobres extremos están condenados
a morir poco a poco de hambre.
Estamos construyendo dos países distintos. En los años 2005 a 2007, los tres
años de mayor crecimiento económico del país en muchas décadas, la miseria
rural creció cinco puntos porcentuales; dos en las cabeceras urbanas y menos de
uno en las 13 ciudades más grandes. Esto es un crecimiento económico generador
de miseria, que, por afectar menos a las grandes ciudades, nos muestra la falta
de voz de los más débiles. La mayor parte de esta población son niños. La
consecuencia económica está claramente reconocida y medida. "Se
desarrollan proyectos mediocres a costa de proyectos rentables"; y el efecto
social y político es explosivo. "La inequidad excesiva y las instituciones
débiles pueden incentivar el crimen, la violencia, la inestabilidad y los
conflictos políticos, todos estos factores negativos para el crecimiento
económico".
Ante un orden económico como este, en el que, en épocas de mayor crecimiento
del país, la riqueza se concentra y pierden los pobres; cuando vienen períodos
de caída del producto, el desempleo aumenta y los más débiles pierden
oportunidades de acceso a tierra, crédito, educación y salud, uno quisiera ver
propuestas que, iniciando hoy, le digan al 46% de las familias (que las cifras
oficiales reconocen como pobres) que pueden sentirse orgullosos de una sociedad
donde ellos cuentan. Con la esperanza de que, aunando su esfuerzo al de todos,
se puede construir una nación en la que hoy, y no en un incierto futuro, vale
la pena vivir.
El criterio para juzgar la perspectiva de desarrollo de las propuestas
políticas, en este momento electoral, es analizar lo que se está proponiendo para
los 16,5 millones de colombianos que tienen menos de 18 años. Una sociedad
incluyente se construye desde el nacimiento: si en todo el territorio se accede
a una atención institucional antes del parto y al momento de nacer,
especialmente en Cundinamarca y Vaupés,
donde una cuarta parte no es atendida; si no se mueren más de 50 niños menores
de cinco años por cada mil en Vichada y Guainía; si
se logran coberturas útiles de vacunación (más del 90%) en los más de 300
municipios del país que hoy no la tienen.
En Colombia, tener menos de 11 grados de educación de baja calidad reproduce
la pobreza. Ambas, cantidad y calidad, importan. La transición demográfica hace
posible que a partir de 1998 y hasta el 2007 se puedan alcanzar coberturas
totales y de calidad similar a las de los países más desarrollados en
secundaria y media, con un plan de mediano plazo, que mantenga el gasto público
y lo oriente a la calidad.
No han sido aprovechados 12 años de la mejor época del bono demográfico,
restan aún 12 años. Programas para potenciar esta oportunidad nos dirán quiénes
son los tomadores de decisiones que realmente buscan el desarrollo para la
gente. No hacerlo es insensibilidad humana y una torpeza económica. Los modelos
de desarrollo contemporáneos y la experiencia de todos los países que entraron
a la senda del alto desarrollo en el siglo XX muestran que el crecimiento sólo
es rápido y sostenible si se invierte en la gente, a través del aumento de la
posibilidad de crear, absorber y aplicar el conocimiento, condición necesaria
para aprovechar las inmensas riquezas colombianas. Votemos por el país, votemos
por la niñez.