Dos de cada diez caleños sufren trastornos
alimentarios, un mal que sigue extendiéndose y que puede ser mortal. Buscar ayuda
profesional a tiempo, clave para evitar tragedias.
La anorexia, escribió
Diana Marcela Rincón Urrutia en su diario, es un silencioso acercamiento a la
muerte. La anorexia, esa pérdida decidida del peso del cuerpo, añadió, es un
monstruo que si se menosprecia mata lentamente, como el cáncer. A ella,
justamente, le sucedió.
Diana escribió ese
diario como terapia. Lo tituló Saliendo del Infierno. Seis meses después de
haberlo terminado, murió. La editorial Planeta decidió publicarlo. Diana tenía
la aspiración de vivir y que su historia y su lucha fueran una lección al mundo
para no caer en ese trastorno alimenticio tan común en los jóvenes y adultos de
nuestros tiempos. Conocer cómo funciona la mente de quien lo padece es entender
el poder de la enfermedad.
Diana
era hija única, el centro de atención de su familia y eso, sospechaba, la
convirtió en una mujer perfeccionista. Le daba miedo desilusionar a los demás.
No se permitía un error, un fracaso, sentía vergüenza si se equivocaba. Una
vez, recordó, perdió un examen de matemáticas. Esperó a su mamá con los
pantalones abajo, esperando un castigo. Su madre, por supuesto, no la sancionó,
pero Diana se sentía culpable.
Para
evitarlo terminaba siendo la mejor del colegio, la de los diplomas y mejores
notas, la mejor en la iglesia cristiana a la que asistía, la líder, la hija
perfecta. En una ocasión, incluso, escuchó a su papá decir que hubiera querido
tener más hijos. Eso la hizo pensar que tenía que esforzarse aún más de lo que
lo hacía para no decepcionarlo, que ella no era suficiente para su padre. Fue,
reconoció, otro de sus errores.
Diana pensaba que el
amor había que ganarlo. Que había que ser digno de él, con acciones. Que por sí
misma, no era valiosa. Era, por un lado, además de perfeccionista, extremista.
Era, por otro, rígida mentalmente. Le costaba considerar pensamientos distintos
a los suyos.
Los
psiquiatras lo afirman, Diana lo escribió como advertencia: las personas que
sienten la obligación de ser perfectas para agradar a los otros, las personas
extremistas, rígidas y con falta de amor propio están en riesgo de padecer un
trastorno alimenticio, sobre todo en estos días en los que la delgadez del
cuerpo es sinónimo de belleza, de éxito, de popularidad y te lo repiten en
televisión una y otra vez.
Porque
Diana, en ese diario, se recuerda como una gordita feliz. Pero todo cambió
cuando iba a entrar a la universidad y el grupo al que pertenecía en la iglesia
se acabó.
Ella,
sobre todo, agradaba a los otros a través de su trabajo en la iglesia: lideraba
vigilias, grupos de oración. Como eso se terminó, buscó otra forma de agradar.
Se enfocó en su cuerpo. No podía seguir siendo gordita. Era, pensaba, su único
defecto. Y un perfeccionista no admite ningún defecto. Entró a un centro
comercial, se vio obesa en un almacén atestado de espejos, rechazó el helado
que le ofrecieron sus padres y se impuso una dieta peligrosa: tres días sin
comer y uno sí.
Al
principio le dolía la cabeza, perdía el conocimiento, se desmayaba. No le
importó. Pasó que sus amigos de la universidad la empezaron a elogiar por su
pérdida de peso. Diana aumentó el ritmo, había que seguir agradando a los
otros. El extremismo la empujaba.
Comer
media pera, por ejemplo, la hacía sentir culpable. Vomitaba, usaba laxantes.
Vomitar, escribió, se convierte en una forma de expulsar la culpa, una manera
de liberar la ansiedad, un camino para reconciliarse consigo mismo, una suerte
de bienestar por el deber cumplido: bajar de peso.
Después
de los desmayos sufrió arritmias cardiácas. La falta
de alimentos hace que se bajen los niveles de potasio, sodio, magnesio. Una y
otra vez fue llevada de urgencias a los hospitales. En todo caso la obsesión
por bajar de peso es tan poderosa, que ni el miedo a la muerte hace que la
víctima decida comer.
Diana, 21 años, llegó
a pesar 37 kilos, lo que pesa un niño de 12. En el espejo, sin embargo, se veía
gorda. Y ser gorda, tenía esa idea anclada, es fallarle a los otros, había que
seguir bajando. La anorexia genera un trastorno de la imagen, de la mirada ante
el espejo.
Diana
lo repite una y otra vez en su diario: para vencer, para superar la enfermedad,
se requiere ayuda profesional. Es imposible estando solos. No es un asunto de
comer simplemente. Es un estado mental, una obsesión que domina, que quiere
quitar la vida, que te quiere hacer quitar la vida.