Cultivos Arrasados Y Deudas Son La Cosecha De Las Heladas

El viento sopla fuerte sobre las praderas del altiplano cundiboyacense, que desde los primeros días del año empezaron a cambiar de apariencia: ya no son verdes.

Ahora, sólo se divisa un espeso tapiz dorado, amarillento, en el que las vacas mastican pasto marchito y los labriegos descuajan las pocas matas que las recientes heladas dejaron en pie.

Las bajas temperaturas de hasta cinco grados bajo cero que abrazaron las madrugadas en la región desde el 31 de diciembre hasta el 5 de enero –que amainaron pero que según el Ideam se extenderán hasta finales de febrero– lo devastaron todo a su paso. Tres agricultores cuentan cómo las heladas los dejaron, prácticamente, en la quiebra.

- Dora y sus vacas flacas Dora Pachón tiene 43 años, pero aparenta más edad. “El trabajo en el campo es muy duro”, cuenta esta mujer, madre de ocho hijos.

“Las papitas se ‘hielaron’ y los pasticos y el ‘agüita’ se secaron”, narra Dora al recordar cómo las heladas arrasaron las 10 cargas (20 bultos) de papa que su esposo, Paulino, y su hijo mayor, Héctor, tenían sembradas en su parcela de la vereda Los Pinos, en Tausa (Cundinamarca).

Para ella, las recientes han sido las heladas más fuertes de los últimos 20 años. “El hielo era negro”, dice temerosa, como si se tratara de un mal presagio.

Dora luce una trenza que le llega hasta la mitad de la espalda y camina cuesta abajo montada en un par de tenis desgastados. Se agacha para cruzar una cerca de alambre de púas y acaricia a una de sus cinco vacas. “Las vaquitas se ‘aflacaron’ porque es menester darles pastico tierno, pero el pastico se secó”.

Ahora, al ordeñarlas, sólo les exprime cinco litros a todas. Antes producían 20: tres los dejaba para los niños, y el resto lo vendía a un lechero que cada mañana pasaba por su rancho.

Ahora, con las papas yertas y el pasto achilado, su familia ha tenido que buscar estrategias. Su esposo y sus hijos varones mayores se emplearon como jornaleros, a 25 mil pesos el día, y están pensando en arrendar un pedazo de la parcela. Se les ocurrió vender un novillo, pero como está huesudo, le pagarían muy mal por su bajo peso.

Lo que más les preocupa a Dora y a su esposo es que no podrán responder con las cuotas del banco, que les prestó 20 millones de pesos para el cultivo de papa calcinado por el frío y para comprar las vacas y los novillos que están pasando hambre.

- ‘Nadie se preocupa por los campesinos' Javier Sierra no sabe hacer otra cosa que cultivar papa, oficio que aprendió de su padre. Fue jornalero, manejó tractores y camiones, y desde hace 10 años, en sus palabras, se convirtió “en patrón”.

Tiene varias hectáreas sembradas en inmediaciones de Tausa y Cogua (Cundinamarca) y emplea a 90 personas.

En su camioneta de estacas, este hombre de manos fuertes y callosas, rostro adusto y barriga prominente llega hasta el lote donde tiene 10 hectáreas sembradas con papa, que también fueron fumigadas por las bajas temperaturas.

Camina por entre las matas, que crujen con sus pisadas; ya están negras en la punta, y tostadas y amarillas en los tallos.

Con su mano derecha arranca una rama y lo que sale es una papita, pequeñita, del tamaño de una canica. Así quedó todo el sembradío. Las pérdidas, según sus cuentas: 60 millones de pesos.

“Los richicitos (así llaman a las papas pequeñas) tendré que venderlos para el ganado, a 7 mil pesos el bulto”, dice él con voz potente pero lastimera.

Si el tubérculo estuviera bueno, lo vendería a 50 mil pesos el bulto.

Javier, padre de dos hijos –una niña y un varoncito de tres años del que espera que le siga los pasos– cuenta que las heladas llegaron por sorpresa.

“Ya sabemos que a principio de año siempre ‘hiela’, pero esta vez ‘hieló’ más duro que nunca. Con las cosas de Dios no se juega”, se lamenta.

“Ojalá le ayudaran a uno con abono, con semillas o con algún subsidio del Gobierno, de esos que les dan a los ricos”, dice. Como sabe que eso será difícil, la única salida es conseguir un nuevo crédito.

- Toda la noche regaba los cultivos para que no se dañaran Cuando vio el cielo despejado y sintió que el viento le rozaba las mejillas, Luis Chaparro lo intuyó: llegaría una helada de esas que no dan tregua.

Llamó a un vecino y ambos empezaron a regar las dos hectáreas que tiene sembradas con espinaca, lechuga, cilantro y brócoli.

La jornada empezó el domingo 3 de enero a las 7 de la noche y terminó el lunes a las 2 de la madrugada. Sabía que, con la tierra mojada y las matas irrigadas, tendría un escudo contra las bajas temperaturas. Esa vez le funcionó.

Pero al día siguiente, en la madrugada del martes 5 de enero, el agua no alcanzó y la ventisca despiadada lo obligó a volver a casa. “Los tubos del agua no se dejaban coger de lo fríos, los ojos se cerraban y los dedos se entumecían; el frío le chuzaba los huesos a uno”.

Los cultivos de cilantro y espinaca quedaron chamuscados; 10 millones de pesos en pérdidas. Chaparro, quien vive en zona rural del municipio de Cota (Cundinamarca), mira el cilantro mustio y las espinacas desleídas, y hace una reflexión: no sólo perdieron los agricultores, también perderán los consumidores porque los productos subirán de precio.

“Tengo fe en que Dios nos regale una lluvia pronto para que podamos volver a sembrar. Donde se pierde la aguja es donde hay que buscarla”