Gobierno debe fortalecer IES con potencial de excelencia

Apr. 13 de 2013

Por: Ignacio Mantilla Prada,
Rector de la Universidad Nacional de Colombia

Modernizar y financiar las universidades que tienen potencial de sobresalir mundialmente debe ser una de las apuestas del Gobierno. El país necesita instituciones de excelencia. La política de repartir un escaso presupuesto adicional en igual proporción pone en riesgo la influencia académica y el respeto internacional de las mejores universidades.

Desde los años sesenta, cuando un pequeño grupo de universidades norteamericanas consiguió cuantiosos recursos y becas para patrocinar sus investigaciones –especialmente en el campo de las ciencias físicas y naturales–, la financiación de proyectos cruciales fue posible gracias a fondos que se incorporaron a los presupuestos de funcionamiento de las nuevas “universidades de investigación”, categoría que trascendió las habituales de “privadas” y “estatales o públicas”.

Con el tiempo, la competencia por obtener dineros adicionales incorporó la estrategia de la cooperación, no solo entre instituciones, sino también entre científicos de diferentes disciplinas.

Simultáneamente, el crecimiento demográfico y económico provocó un cambio significativo en su estructura. Así, por ejemplo, los campus históricos se transformaron en sistemas de múltiples sedes que abarcan áreas geográficas extensas o remotas.

El argumento principal para promover la creación de nuevas sedes y campus fue la necesidad de atender a más estudiantes y de llevar la formación de calidad a otras regiones. El medio para lograrlo fue la financiación estatal, que optimizaba así los recursos sin tener que fundar nuevos centros académicos.

En el país, la Universidad Nacional de Colombia es un ejemplo de esta transformación, con la consolidación de siete sedes y su apuesta por la investigación. 

Mejorar la categoría 

Aquellas instituciones de educación superior (IES) que optaron por este camino recibieron un impulso dinámico gracias a fondos externos que se sumaron a sus presupuestos (o que, al menos, así fueron contabilizados).

Lo que a menudo se pasó por alto fueron los costos adicionales ocultos que acarreaban los proyectos y los investigadores, derivados de las nuevas sumas presupuestales que debían disponerse para mantener, por ejemplo, las instalaciones de alta calidad que se necesitaban o para pagar salarios mayores a profesores más calificados y motivados a aumentar su propia productividad académica.

Las universidades tampoco han escapado al entorno social globalizado, en donde lo normal es lo impredecible. La academia actual debe responder con prontitud y de manera acertada, soportando presiones políticas, sociales y económicas. Y surgen ahora nuevas categorías de centros que se destacan por su alta calidad, como las “universidades de excelencia”.

Estas no solo son responsables del desarrollo de la ciencia y la tecnología, sino también de la cultura, la formación general, el conocimiento y la capacidad de comprender lo que sucede en el país y en el mundo. Especialmente en la última década, tener IES de esta categoría se ha convertido en un propósito y en una preocupación cada vez más grande para algunos países y sus Gobiernos.

De todo lo que se les pueda defender o criticar, hay algo que todos aceptan: la calidad de excelencia con que desempeñan sus funciones debe considerarse normativa para otras instituciones.

Colombia necesita y merece universidades de excelencia, apreciadas así por la sociedad, pero muy especialmente por el Gobierno: aquellas que hacen relevantes contribuciones al progreso del conocimiento mediante la investigación; las que enseñan con los programas de estudios y los métodos pedagógicos más innovadores, en las condiciones más propicias; y las que hacen de la investigación un componente integral de la enseñanza en pregrado.

Urgen universidades reconocidas por la superioridad de sus resultados, que formen profesionales excepcionalmente calificados: destacados por su éxito en ámbitos altamente competitivos durante su formación y después de su graduación; sumamente demandados en el mercado laboral; que llevan a cabo pesquisas de vanguardia; publican en las principales revistas científicas; y contribuyen con innovaciones técnicas a través de patentes y licencias. 

Modernizar las existentes 

El papel del Estado en fomentar el crecimiento de la educación de excelencia es un factor crítico. Es poco probable que una institución pueda alcanzar rápidamente esa categoría sin un entorno político favorable y apoyo público, debido, sobre todo, a los altos costos involucrados en la creación de capacidades e instalaciones avanzadas.

El Gobierno debe considerar la posibilidad de mejorar aquellas que posean el potencial de sobresalir. Pero, para eso, tiene que entender que el país necesita universidades de excelencia.

Tiene que estar decidido a modernizarlas, financiando su transformación y garantizando su sostenimiento, con la conciencia de que la abundancia de recursos es un elemento que caracteriza a la mayoría de las academias de ese nivel.

¿Cómo se financiará la transformación? ¿Qué proporción del gasto debería hacer parte del presupuesto público? ¿Qué sistemas de control, indicadores de resultados y mecanismos de rendición de cuentas se utilizarán? Estos son algunos de los interrogantes.

Un caso ejemplar que merece destacarse es el esfuerzo que ha hecho Alemania, recientemente imitado por Francia, para reforzar sus mejores universidades y así llevarlas al grado de excelencia.

Mediante una clasificación efectuada en el año 2006, llamada “iniciativa de excelencia” 
(Exzellenzinitiative), se dio un primer impulso financiero por cinco años a nueve de ellas (de las cerca de cien existentes) equivalente a 1.900 millones de euros.

En el año 2012, se extendió por cinco años más el aporte federal, ahora de 2.700 millones de euros, para fortalecer una decena de ellas consideradas “de excelencia” y consolidar así la formación de futuros científicos y la investigación.

En Colombia, por el contrario, se pretende repartir un escaso presupuesto adicional en igual proporción entre todas las universidades públicas o, peor aún –recurriendo a un extraño modelo “solidario”–, en proporción inversa a sus presupuestos, lo que no protege a las de mayor potencial y mejores resultados.

Esta política conducirá, indefectiblemente, a una nivelación con criterios políticos que no estimula su excelencia, desalienta a las mejores y pone en riesgo su influencia académica y el respeto internacional.

La medida es contraria a las recomendaciones hechas en el reciente informe del Banco Mundial y la OCDE, financiado por el mismo Gobierno nacional. Este sostiene:

“Colombia debe tratar de conseguir que su sistema de educación superior pueda competir con los mejores del mundo, y debe estar dispuesto a adoptar medidas y realizar reformas valientes para lograrlo. [...] Debe aumentar la inversión en la educación de posgrado, la investigación y el desarrollo”.

La atención urgente de estas recomendaciones y la decisión política de crear universidades de excelencia en el país no dan más espera.



Edición:

UN Periódico Impreso No. 165