La sobreoferta de mano de obra que están ofreciendo las 788 mil familias
desplazadas que tiene el país está abaratando los salarios en el sector
informal, que es el que absorbe a esta población.
La caída en esta remuneración es del 47 por ciento, según estudios de Ana
María Ibáñez, economista que acaba de ganar la medalla Juan Luis
Londoño, por el impacto de sus investigaciones.
En Colombia, mientras el trabajador formal vinculado a una empresa con el
salario mínimo gana 581.815 pesos, una persona que labora informalmente tiene
un ingreso de 217 mil pesos. En cambio, el desplazado solo recibe, en promedio,
127 mil pesos al mes.
El estudio, con la coautoría de Valentina
Calderón, se hizo en las 13 mayores ciudades del país, pero, según Ibáñez, “el
efecto es mayor en ciudades intermedias como Sincelejo, Santa Marta y
Florencia”.
Las primeras investigaciones concluyeron que, entre el 2001 y el 2005, por
cuenta del desplazamiento, la fuerza laboral informal aumentó en 200 por
ciento. De ahí en adelante, “con cada incremento del 10 por ciento de los
desplazados frente a la fuerza laboral, los salarios disminuyen en 2,3 por
ciento”, calcula Ibáñez . “No tenemos la capacidad
productiva para insertar a toda esa fuerza laboral que se nos vino. El empleo
informal ha aumentado en un 2,8 por ciento con el desplazamiento”.
En consecuencia, los desplazados viven mal, compitiendo con los más
vulnerables de las zonas urbanas y, contribuyendo así a generar más pobreza.
“Para el hombre, el deterioro es mayor. La tasa de empleo en el área rural,
de donde viene el desplazamiento, es de un 96 por ciento de los hombres, acá se
reduce a 81 por ciento. En cambio, para las mujeres, la situación mejora, pues
en el campo, solo el 35 por ciento de ellas trabaja y en el área urbana, el 35
por ciento de las desplazadas no solo trabaja, sino que aporta mayores ingresos
al hogar que el hombre”.
La solución, según la investigadora, no es tan sencilla. “Por un lado, está
la rigidez de los mercados laborales en Colombia que, en lo formal, no deja
mover los sueldos, lo que genera desempleo y subempleo”. Además, agrega, “el
retorno también es complejo. Los desplazados, tras años de violencia, sin
presencia del Estado en sus lugares de origen, llegaron a las ciudades y, mal
que bien, pueden darle una buena educación a los hijos, mejores oportunidades
en salud, entre otras. Allá, en cambio, no ven el incentivo para devolverse”