Fármacos para dejar de fumar, en tela de juicio por baja efectividad o posibles efectos secundarios

Dos de los medicamentos más usados para dejar de fumar tendrán, en Estados Unidos, una etiqueta negra que especifique los riesgos que su uso puede traer a la salud de sus consumidores.

Los mencionados efectos no son una cosa menor. La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés), de E.U., que ordenó, hace dos semanas, la inclusión de las advertencias en los envases de vareniclina (Champix, de Pfizer) y bupropión (Zyban, de GlaxoSmithKline), fundó su decisión en informes que señalan la ocurrencia de trastornos de conducta (agresividad) y mayor riesgo de suicidio entre sus usuarios.


La FDA pidió a estas personas estar atentas: si experimentan cambios serios y poco comunes en su comportamiento o sienten ganas de dañarse a sí mismas, deberán suspender de inmediato estos fármacos.


No obstante, las autoridades de salud de ese país pidieron también no dejarse llevar por el miedo y valorar cada caso con el médico.
"No queremos apartar a las personas de medicamentos que podrían ayudarles a dejar el cigarrillo. Sólo les pedimos que sean cuidadosas", dijo Curtis J. Rosebraugh, director de la Oficina de Evaluación de Medicamentos de la FDA.


La vareniclina ya había estado en el centro del debate a causa de sus efectos secundarios hace dos años; de hecho, su uso fue prohibido en pilotos y controladores aéreos (razón por la cual sus ventas cayeron).


Pfizer aseguró, en su momento, que el laboratorio ya incluía esa información en los envases. Ahora, tendrá que hacerlo dentro de un recuadro negro, como lo pide la FDA.


La noticia fue un golpe para los fumadores, que esperaban encontrar en la vareniclina una nueva opción para ganarle la pelea al tabaquismo. Este fármaco no contiene nicotina, sino que actúa sobre los mecanismos cerebrales que regulan el síndrome de abstinencia y la satisfacción que los fumadores obtienen al consumir cigarrillo. En otras palabras, mimetiza la acción de la nicotina.


Hasta su aparición, estas personas sólo podían echar mano de la llamada terapia de remplazo de la nicotina (TRN), con base en la cual se han desarrollado chicles, parches e incluso inhaladores, y del antidepresivo bupropión, al cual la agencia regulatoria estadounidense ahora mete en el mismo talego con la vareniclina.

Eso sí, la FDA dejó claro que, de momento, no hay evidencia científica que demuestre que estas medicinas causen los mencionados efectos. Como estos fármacos no tienen nicotina, la agencia cree que los cambios de comportamiento de los usuarios podrían deberse, justamente, a la falta de esta sustancia.


Para salir de dudas, pidió a ambos laboratorios llevar a cabo ensayos clínicos para determinar, de una vez por todas, cuáles son sus efectos secundarios.


Los fumadores aguardan los resultados del estudio, pues para ellos es evidente que, sin ayudas, dejar el cigarrillo es una meta imposible para muchos, si no cuentan con este tipo de medicamentos.


¿Por qué es tan difícil dejarlo?


Siete de cada diez personas que tratan de sacar el cigarrillo de su vida fracasan. La mitad de los que sí lo logran, no abandonan el hábito del todo.


Un estudio publicado hace algunos años demostró que, cada vez que se pregunta a las personas si tienen la intención de dejar de fumar, la mitad contesta que sí y además fija un plazo: "Espero hacerlo en los próximos seis meses". El 65 por ciento también se lo propuso antes y reconoció haberlo intentado, sin éxito.


Una investigación hecha en el 2005 en el Hospital Italiano de Buenos Aires (Argentina) concluyó que la mayoría de quienes tratan de renunciar al cigarrillo empiezan solos y sin orientación alguna. Sólo el 2 por ciento consigue algún tipo de resultado, así sea por un tiempo corto.


Lo mismo logra el 30 por ciento de aquellos que sí buscaron ayudas terapéuticas. Sobre bases como estas se ha hecho extensiva la premisa de que los fumadores necesitan, casi siempre, ayuda terapéutica (medicamentos incluidos) para dejar este hábito.


Pese a que hay médicos, fármacos y terapeutas de por medio, nueve de cada diez consumidores de cigarrillo no consideran que fumar sea un problema de salud que deba ser tratado como tal o que amerite consultar. En definitiva, estas personas tienden a creer que renunciar al cigarrillo es una decisión que pueden tomar por su cuenta, en cualquier momento; sin embargo, cuando se animan a hacerlo, perciben que no es tan fácil.


Comparada con otras adicciones, el fumador puede necesitar hasta cuarenta 'dosis' de nicotina al día para lograr los efectos placenteros, que son sutiles.


A diferencia de lo que ocurre con otras sustancias, como el alcohol, la heroína y la cocaína, la nicotina no causa disfunciones fuertes, es decir, que no saca a la gente de la realidad ni produce cambios aparentes en las personas; vale decir que estar bajo los efectos del cigarrillo nunca se ha tenido en cuenta como agravante en casos de delito, por ejemplo.


Si a esto se suma el hecho de que este hábito tiene mayor aceptación social, se entiende por qué se crea en el adicto la falsa creencia de que fumar es menos dañino que usar otras drogas.


La nicotina afecta el sistema de recompensa inherente a la parte más profunda del cerebro; este actúa bajo el influjo de sustancias como la dopamina, cuya producción es estimulada, de manera natural, por el ejercicio, la risa, el sexo y la comida. Sustancias externas, como la nicotina, pueden sobreestimular el sistema del placer. El problema es que el cerebro se acostumbra a esta situación, al punto de generar un nuevo patrón de normalidad, "a grado tal que piensa que esta sustancia es necesaria para la sobrevivencia de la especie", explica David Abrams, investigador de adicciones de los Institutos Nacionales de Salud de E.U.


Abrams asegura que esto ocurre casi de manera ineludible en personas con una predisposición genética; estas -que ya no fuman para sentir placer sino para no estar mal- tienen las peores dificultades para superar el tabaquismo. Cuando no consumen, experimentan abstinencia, que empieza a manifestarse entre 20 y 60 minutos después de haber apagado el último cigarrillo. Eso las obliga a fumar de nuevo. Al compensar la sustancia que falta, se sienten mejor. Por eso no es raro oírlas decir: "Fumar me hace sentir bien, me equilibra".


El tabaquismo, además, no produce enfermedades agudas ni deterioro mental inmediato, razón por la cual los adictos se autoconvencen de que van a tener mucho tiempo para dejar de fumar.


De los chicles a las terapias


Estos hallazgos sobre las relaciones orgánicas, bioquímicas y psicológicas que determinan la adicción al tabaco han sido la base para crear estrategias terapéuticas para ayudarle a la gente a dejar de fumar.


Dentro de lo bioquímico se han desarrollado medicamentos que remplazan la nicotina, mimetizan su acción o bloquean su actuar.


Las terapias de reemplazo de la nicotina. Buscan evitar que los fumadores recurran al cigarrillo (con sus cientos de sustancias cancerígenas y nocivas) para consumir nicotina. Los chicles, los parches, los inhaladores bucales y los aerosoles nasales proveen esta sustancia. Dependiendo del grado de adicción, los médicos formulan a sus pacientes las dosis, que van disminuyendo poco a poco hasta llegar a cero. Son de venta libre, pero la recomendación es utilizarlos como parte de un tratamiento guiado. Muchos fumadores que emprenden su uso por cuenta propia consumen cigarrillo al mismo tiempo. La sobredosificación empeora el problema.


La vareniclina (mimetizador de nicotina). Este fármaco tiene la particularidad de enmascarar la acción de la nicotina lo suficiente como para ocupar sus receptores en el cerebro. Eso hace que se reduzca el deseo de fumar. Una hora después de usado, logra ocupar tantos receptores, que, cuando la nicotina verdadera llega, no tiene dónde actuar. A las advertencias sobre sus posibles efectos secundarios, se sumó lo dicho en un editorial por el Journal of the American Medical Association (2006), que dejó sentado que no es un medicamento milagroso. A largo plazo -asegura- no logra mantener lejos del cigarrillo a más de la mitad de los fumadores.


El bupropión (antidepresivo). Fue utilizado en un comienzo para tratar la depresión, hasta que se observó que muchos de los pacientes que lo usaban perdían las ganas de fumar. Nivela la cantidad de dopamina en el cerebro, sustancia que regula el placer; en otras palabras, mantiene el cerebro satisfecho sin necesidad de nicotina. La FDA hizo extensiva la orden de que sus envases lleven una etiqueta negra para advertir sobre sus efectos secundarios.


Vacunas. En el 2005, la Universidad de Minnesota creó una vacuna que activa el sistema inmunológico para que produzca anticuerpos que rechazan la nicotina e impiden su acción. En los ensayos clínicos, la mitad de las personas que la recibieron dejaron de fumar. Se espera que, en uno o dos años, ésta pueda comercializarse.


Psicoterapia. El tratamiento se enfoca en modificar conductas (adquirir hábitos saludables), reestructurar conocimientos respecto del consumo de cigarrillo y suprimir el comportamiento que la persona adquiere al fumar. Suele combinarse con la terapia farmacológica.


Hipnosis. Los tratamientos que recurren a esta técnica parten de la premisa de que a muchas personas no les alcanza la fuerza de voluntad (que depende de la mente consciente de los individuos) para dejar de fumar, así que buscan recursos latentes en el insconsciente para ayudarle al fumador a superar el hábito. Carece de efectos secundarios, pero su eficacia no está científicamente demostrada.


Por CARLOS FRANCISCO FERNÁNDEZ
Asesor médico de EL TIEMPO