Colegio al sur de Jerusalén es
ejemplo de una verdadera escuela de paz
Para
los niños no hay mayor conflicto con sus dos culturas y por eso pueden
compartir sus juegos en los recreos. En las aulas siempre tienen dos
profesoras.
Se
trata de un proyecto pedagógico en el cual niños palestinos y judios estudian, aprenden ambos idiomas, respetan sus
costumbres y religiones, lejos de la crisis de las dos naciones.
A
pesar de la conmoción que causó hace unos días la noticia de la toma de la
'flota de la libertad' que viajaba rumbo a Gaza con
ayuda humanitaria para los palestinos y del rechazo mundial a esta acción,
incluido el anuncio de la liga árabe, que aseguró romper el bloqueo a la franja
'por todos los medios', en una pequeña escuela al sur de Jerusalén, cerca de
500 muchachos árabes y judíos coexisten sin problemas en un ambiente educativo.
Allí, en el colegio bilingüe Mano a Mano Max Ryen árabes y judíos viven en paz.
Se trata de un proyecto que alberga a niños de ambas culturas desde los 5 hasta
los 17 años, dos directores Dalia Perez, judía y Ala Khatib, árabe. Juntos han trabajado para levantar un modelo
de igualdad, desde las oficinas administrativas hasta los salones de clase
donde cada salón tiene dos profesoras, una árabe y una judía. Además, se cuidan
de mantener el porcentaje de 50-50 entre los niños.
Todo comenzó por Lee Gordon, un judío americano que
hacia finales de los 90 tenía la idea de construir colegios para niños judíos y
árabes. Sólo en 1998 encontró compañeros para desarrollar su proyecto y
entonces empezó la primera institución en Galilea, al norte de Israel. Luego
siguió en Jerusalén, hasta hoy la más grande; después en Kfar
Qara, una población arábe-israelí,
al sudeste de Haifa, que cuenta con 150 estudiantes y hace tres años se abrió
el nuevo colegio en Ber Sheva,
al sur del país.
Además de esta cadena, en realidad el primer colegio nació en el asentamiento
árabe-israelí, de 25 años, Nevé Shalom, cerca de la
capital.
"Es el resultado del interés de los padres. Sin eso no había la
posibilidad de empezar. Ellos son muy responsables y creen en este camino.
Judíos y árabes", explicó Perez. Así lo confirma
Guiora Thalelderg, un padre
judío cuyos hijos estudian en este colegio: "Yo creo que debemos ver todas
las culturas de nuestro país, conocer al otro, vivir con él y encontrar
nuestras similitudes.
En realidad hay muchas cosas conjuntas que ni sabemos. En educación este es el
mejor camino".
Por su parte Imad Furri,
palestino, cree que saber el idioma y la cultura de otros pueblos es vital para
el entendimiento: "Tú puedes ser mi amigo si sabes mi idioma".
Todo un reto
Inicialmente, el proyecto no estaba reconocido por el Ministerio de Educación y
les designaron, dentro de otro colegio, un curso separado. "Al comienzo
fue más difícil: era una idea nueva, especialmente para los padres
judíos", contó Perez sin tapujos.
Pero con el tiempo la idea empezó a rondar, los padres se enteraron por otras
familias y el número de estudiantes creció.
Después de dos años de intenso trabajo, en el 2000 pasaron a ser un colegio
oficial del Ministerio y, junto a la autoridad educativa y a
No ha sido fácil. El reto ha sido siempre lograr que niños de pueblos con
historia en conflicto crezcan y estudien juntos.
"Nosotros creemos que realmente este es el camino para hacer un
cambio", asegura la directora. "Traer niños pequeños es el camino,
porque sabemos que los estereotipos nacen desde edades muy tempranas. Muchos de
los miedos y el odio existen porque no hay oportunidad de encontrarse en una
base de igualdad". Este es un colegio para ciudadanos israelíes, es decir,
judíos y árabes israelíes. Sólo un 20 por ciento llegan desde el este de
Jerusalén, que no tienen ciudadanía israelí.
Iom Kipur y Ramadán
El Max Ryen necesita
también un programa de estudios especial y, como es simplemente imposible unir
los diferentes esquemas que existen para colegios judíos y árabes, utiliza
parte de los dos sectores. Todo está en manos de un grupo que hace años se
dedica a eso y trabaja especialmente por construir y enseñar a construir
identidad personal, colectiva, ciudadana y cultural obviamente bajo la igualdad
conjunta.
El calendario escolar está cargado de festividades, no sólo de las judías y las
musulmanas sino también de las católicas y del resto de las religiones del
mundo. "Lo interesante es que aquí los niños aprenden de la persona que
pertenece a esa cultura, del lugar original y amigos del mismo curso. Este día
a día es lo que hace la experiencia mas especial", explica Ala Kathib, el rector.
Imad Furri se compara con
su hijo: "Yo, por ejemplo, no aprendí hebreo hasta la edad de 17 años,
cuando empecé a estudiar solo. Ahora, lo que yo entendí a los 36 años, él lo
entiende a los nueve".
Así como el día del ayuno judío Yom Kipur no hay clases, tampoco los últimos tres días del
Ramadán. Eso no significa que tengan más vacaciones de lo habitual. Lo
importante es que los niños saben a qué se debe cada festividad. Para Ulfat Salman, profesora de árabe y cultura islámica desde
hace 9 años, enseñar allí es divertido pero difícil: "Son dos culturas,
dos lenguas y es difícil acoplarlas, pero es lindo porque aprendes".
¿Y el conflicto? "Sí, tienen sentimientos y los manifiestan, pero saben
arreglar las cosas mejor que los viejos, ponerse de acuerdo y volver a estar
juntos", enfatiza Khatib con una sonrisa.
"Para sus padres es más difícil", puntualiza.
Aún así, tanto Guiora como Imad
esperan que en el futuro se abran más colegios como este en Jerusalén y en
Israel, porque ya ven los resultados: "En el día a día de los pequeños,
saber otra lengua, no tiene estigmas, por ejemplo mi hija está aprendiendo a
tocar el oud, un instrumento árabe". Para Shajar Viso, profesora de inglés desde hace 5 años e
inmigrante de Argentina hace 20, es un honor hacer parte de este colegio.
Asegura que allí no hace falta nada especial para ser un lugar especial: ¡todo
es especial! "Por ejemplo pasamos juntos los días de la caída de los
soldados judíos y el de los soldados árabes. Realmente estamos haciendo algo
especial aquí, estamos teniendo fuerza para estar
aquí, juntos".
En los pasillos se exhiben trabajos en los dos idiomas y en los patios se ve a
los niños bailar, pelear por una bola, por temas de niños y niñas. Shajar mira por la ventana del salón de profesores y dice:
"lo más lindo es ver que los niños realmente juegan y se quieren, y se
quieren no por ser judíos o árabes, sino porque son personas".
POR
CINDY ROTTERMAN
Jerusalén