Entre pertinencia e impertinencia

Las exigencias de "pertinencia" a la Universidad se han vuelto recurrentes. Las hace el Gobierno en varios niveles y en todos los ministerios; el de Educación Nacional pone a la pertinencia como condición en casi todas sus acciones de fomento y de seguimiento, Colciencias en sus convocatorias, la prensa, las ONG y hasta los académicos la incluyen en sus declaraciones y compromisos. Entiendo que se quiere decir que la Universidad debe responder a problemas reales, pero no podría asegurar que todo el mundo se refiere a los mismos.

 

Sin duda, la Universidad debe comprometerse con la sociedad. Los profesionales y posgraduados nuestros deben ser capaces de insertarse en sus ámbitos de trabajo y aportar creativamente en la solución de los problemas que se presenten. La investigación, además de ser buena, debe ser capaz de generar desarrollo y bienestar. Los proyectos de extensión, que son la forma como la Universidad aborda preguntas puntuales y específicas de la sociedad, deben responder de verdad a esas preguntas y no desvariar. Hay que decir a favor de la Universidad Occidental que si se estudia su historia ya casi milenaria, sin tantas declaraciones, ha sido pertinente en la mayoría de los casos.

 

Pero toda moneda tiene dos caras. Hay quienes esconden la segunda, la "impertinencia", como se esconde al niño especial en las familias de abolengo. Ella corresponde a ese espíritu libre e independiente que se arriesga a decir las cosas que no son comúnmente aceptadas, que confronta verdades establecidas, que imagina cosas que no existen y problemas que no se han planteado, que crea cultura además de repetirla, y que es fundamentalmente crítica.

 

Durante el siglo XX vivimos extremos que nos pueden servir muy bien para entender lo que no hay que hacer. El primer extremo es el de una universidad absolutamente pertinente, tan alineada con el sistema que se volvió indistinguible de él como aquella de la Unión Soviética y de sus países de influencia. Muy tecnificada, muy de avanzada y capaz de adelantar las investigaciones necesarias para cumplir (o intentar cumplir) con los planes quinquenales y capaz de producir exactamente los profesionales necesarios para los objetivos específicos en la calidad y cantidad definidas por sus gobiernos. Esta Universidad explotó en fragmentos cuando se quebró el sistema y dispersó por todo el mundo a sus mejores talentos ávidos de libertad académica. Fue difícilmente reconstruida siguiendo el modelo del mundo que antes criticaba.

 

El otro extremo es el de muchas universidades latinoamericanas y europeas conocidas por nosotros durante los años 60, en las cuales imperó una posición contestataria a ultranza; la oposición destructiva a todo y también a su contrario. Un infantilismo político que la llevó a aislarse en forma autista de la sociedad y, en lugar de movilizar fuerzas a favor de sus tesis, generó una profunda desconfianza y un rechazo de las mismas. Aunque se autodenominó la defensora del interés público se constituyó de hecho en el principal argumento y motor para el fomento de la educación privada.

 

El equilibrio entre pertinencia e impertinencia hace a una buena universidad. La ausencia de ese equilibrio justo y delicado entre las dos genera universidades minusválidas como las descritas anteriormente. La pertinencia es la búsqueda de lo eficiente, es la forma de llevar a cabo los grandes planes de la sociedad, es el hombro empujando en la dirección acordada por una mayoría. La impertinencia es el espíritu alerta, la duda, el control de calidad, el filtro de los errores.

 

Mientras que la pertinencia busca la utilidad la impertinencia busca la verdad. Mientras que la pertinencia ayuda a realizar los planes de gobierno la impertinencia ayuda a mantener el norte del Estado. Mientras que la pertinencia es necesaria hoy, la impertinencia forja el mañana. Los países que han desarrollado un sistema universitario fuerte y que se soportan en él para su desarrollo económico, social y cultural reconocen este hecho y respetan, defienden y financian las dos caras de la moneda.

 

 

Por: Moisés Wasserman. Rector de la Universidad Nacional de Colombia