Conozca como enfrentar el duelo de un hijo

Sin palabras. ¿Qué se le puede decir a los padres cuando han perdido un hijo? Los psicólogos dan pautas para enfrentar el duelo más difícil para el ser humano.

Si va a ayudar...

Comprender que los padres en proceso de duelo están muy sensibles: de 1 a 10, registran 1.000. Por lo tanto:

Jamás debemos decirle al doliente que no llore. “No ser fuerte es también parte de la curación del duelo”, dice la psicóloga María Fernanda Rodríguez.

No decir a los padres que tienen otros hijos y que deben ser fuertes para velar por ellos. Brindarles el hombro, el abrazo sincero y la escucha para permitirles que se desahoguen.

Hacerles sentir el afecto por lo cual se elige estar con ellos, acompañarlos.

No utilizar expresiones como ‘ya tienes un angelito en el cielo’. “Ellos quieren es a su hijo y sentirán que ya hay muchos angelitos y que ‘por qué Dios se llevó al mío’, dice la psicóloga Patricia de Recio.

Jamás decir: ‘Dios sabe como hace sus cosas’ o ‘es que a tu hijo le iban a pasar cosas peores’. En un duelo, esos padres se están muriendo por dentro y esas palabras son como una ofensa.

Antes de hacer la visita de duelo, llamar y preguntar: ‘¿Te parece bien que vaya ahora? ¿Quieres mi compañía?’.
Ser puntuales en la visita de duelo. No dar discursos espirituales ni decir cosas como “mire que a fulano le pasó esto y lo superó”.

Utilizar sólo el lenguaje no verbal: una mano en el hombro, un abrazo o tomarle la mano y ofrecerle su hombro para que se desahogue es más reconfortante que decir palabras huecas y vacías.

Dejar que el doliente marque la pauta, escucharlo, dejarlo llorar, que exteriorice su dolor. El duelo es tan natural como alimentarse y qué bueno encontrar a alguien que le dé al doliente la mano, lo acompañe y lo apoye.

Las relaciones de pareja pueden superar un duelo si no hay culpas y si hay aceptación de la pérdida del hijo.

Archivo/ Pais

Si un niño es tan indefenso y abandonado sin sus padres. Pero, ¿qué es de los padres sin sus hijos? El solo hecho de haber perdido un hijo ya es demasiado dolor, así que sin importar la edad ni la circunstancia, este es el duelo más complicado de entender y de manejar para el ser humano.

Y tienen sus razones. Los psicólogos coinciden en que, primero, la relación padre-madre e hijo es la que más apego genera, porque entre las prioridades de los adultos, los hijos siempre están en primer lugar, “por lo tanto, el nivel de apego es muy alto y por ello el duelo es el más duro de comprender, de resolver y de elaborar”, dice la psicóloga María Fernanda Rodríguez.

Otro agravante que complica más el duelo filial es si la muerte del hijo es de repente o accidental, porque en todas las muertes intempestivas hay cero preparación. No es igual que cuando hay enfermedad en la que se puede hacer un duelo por plazos, que empieza desde el diagnóstico, avanza con el desarrollo de la enfermedad, y cuando ese niño comienza a minimizarse ante los ojos de sus padres, los prepara para su muerte.

“Incluso, casi que hasta la piden para que termine el sufrimiento del pequeño. Pero las muertes que son ocasionadas por muerte violenta y repentina son muy complicadas y hacen más duro aceptar la muerte de un hijo”, dice María Fernanda, de la Unidad de Apoyo Emocional y Espiritual del Camposanto Metropolitano de Cali, Uname.

La psicóloga Patricia Carvajal de Recio, fundadora y directora de la Clínica del Duelo de Cali, señala que la muerte de un hijo es diferente porque rompe el ciclo vital natural, porque se espera que los hijos entierren a los padres y no los padres a los hijos. “Hay una diferencia con otros duelos porque los padres siempre serán mayores que el hijo y como erróneamente asociamos la muerte con la edad, si ese hijo muere de 5, 10, 15, 20, o 30 años, el ciclo se rompe de manera abrupta y eso es lo que más causa dolor”.

Expresiones de las mamás como “es que este hijo era parte de mis entrañas”, o “era la razón de mi vida”, de parte de los papás, significan que cuando un hijo se muere, la sensación real es como si les hubiesen abierto una herida y les hubiesen arrancado un pedazo de sí mismos. “Es una sensación de desgarro interior, en la que sienten que literalmente están desgarrándose por dentro”, dice Carvajal de Recio, certificada por el Instituto para la Recuperación de la Pena Emocional de los Estados Unidos.

La psicóloga y tanatóloga Isa Fonnegra de Jaramillo, fundadora de la Fundación Lazos en Cali, indica que entre más pequeño es el niño fallecido es más profundo el dolor porque ese hijo todavía es una promesa, el futuro y los padres no conciben la vida sin él.

“La relación de padre-madre e hijo es la más importante e incondicional de todas las relaciones humanas. Además, cada hijo representa algo especial en la vida de papá o mamá y muy distinto de los otros porque cada uno conforma una expectativa en la historia de los padres”, argumenta la especialista.

La culpa

Como los padres llevan la misión intrínseca del cuidado de los hijos y la responsabilidad de protegerlos, siempre les queda el sinsabor de “qué me faltó”, “qué no hice bien”, “porqué no me di cuenta” y/o caen en el abismo profundo del “si yo hubiera...”. Sensación que se traduce en culpa y le da connotaciones diferentes a la muerte de un hijo que a la de otro ser querido.

Los especialistas confirman que las culpas se manejan como parte del proceso entre los grupos terapéuticos de apoyo. Cada papá o mamá expresa su sensación de culpa y así la desmitifica, se vuelve más real y se mira como parte de un proceso en el cual la culpa se convierte en esperanza, en recuerdo”, explica María Fernanda Rodríguez.

“Es importante saber perdonarse porque la culpa está relacionada con el cuidado de los hijos, la misión principal de los padres, y siempre queda esa sensación de que el cuidado no fue suficiente y por eso llegó la muerte. Hay que entender que la muerte es parte de la vida y llega”, sostiene la psicóloga.

Para el conferencista en crecimiento espiritual y duelo Gonzalo Gallo, “el antídoto de la culpa es el perdón, es comprender que nunca se quiso hacer nada malo y que así iba a suceder. Una madre o un padre no mata a su hijo, sólo ayuda a su hijo a cumplir lo que él mismo eligió en otra dimensión. Cuando un niño muere de forma trágica, así iba a pasar y tanto él como sus padres eligieron ese exigente aprendizaje. Muere el cuerpo, no el espíritu”, argumenta Gallo.

Igual se recomienda a los padres dolientes mirar más allá del hecho trágico: por ejemplo, todo los cuidados que brindaron a su hijo, para luego comprender que “no hay nada que uno pueda controlar absolutamente. Hay situaciones que son incontrolables, como los accidentes”, señala María Fernanda.

Por todo ello, aceptar la muerte de un niño es complicado por las expectativas de vida, siempre se acompaña de una frustración de que no pudo vivir ni desarrollar los sueños, tanto los sueños de los padres con su hijo, como los del niño fallecido. “Es difícil imaginarse sin ellos y aceptar que no va a vivir el futuro con ellos es una cruda realidad para los padres”, dice María Fernanda Rodríguez.

Aceptar el vacío

En cuanto al duelo, ella sugiere a los padres que han perdido un hijo hacerse una pregunta: ¿cómo no vamos a sentir dolor ante la muerte de alguien que amamos tanto? Hay que llorar todo lo que sea necesario y si llorar y hablar es la única manera, hay que darse ese permiso.

También hay que saber que a ese niño nadie lo va a reemplazar, ni siquiera teniendo otro hijo. “Hay que aprender a vivir con el vacío y creer que ese hijo va a estar vivo mientras lo lleven en su corazón. El día que los papás entienden eso, pueden volver a vivir o tener sentido de vida”, sostiene María Fernanda.

El conferencista Gonzalo Gallo, especializado en talleres de duelo, afirma que para superar un duelo ayuda mucho aceptar que el modo y la forma de morir no los decide Dios, sino que es parte de un Plan de vida. “Es un aprendizaje de desapego, aceptación, fe y fortaleza”, señala.
Gallo declara que un duelo es un proceso largo y con retrocesos. “Hay que ayudarles a esos padres a cultivar la aceptación, serena, el desapego, el perdón. Es clave cambiar la pésima visión que tenemos de la muerte. Nos parte el alma, pero es una liberación, un paso entre vidas y un regalo para quien trasciende”.

Finalmente enfatiza en la importancia de asumir la muerte como un enigma, no para entenderla con la razón, sino para aceptarla con el corazón. “Una muerte trágica se da para despertar conciencias y cambiar las vidas de muchas personas. Es un acto de amor de quien elige morir como lo hizo Jesús”, concluye.

Cómo afecta a la familia

La muerte prematura de un hijo puede desencadenar dificultades en la pareja. Por expresiones como “pero fuiste tú” y “pero tú tampoco”, muchas pareja terminan separándose porque no logran vivir su duelo en forma adecuada.

Busque ayuda

Unidad de Apoyo Emocional y Espiritual, Uname, se reúne los sábados a las 10:00 a.m en la Calle 5 con Cra. 27, junto a la sala de velación In Memorian, en San Fernando. Tel: 5184600.

Es un espacio para los adultos y también para los niños donde los hermanitos, primos o amiguitos, pueden elaborar la pérdida mediante un trabajo terapéutico orientado por psicólogos especialistas. Los días jueves a las 5:30 p.m hay grupo terapéutico.

Uname es un servicio gratuito creado hace dos años y medio por los psicólogos William Losada, Ximena Roa con componente espiritual mas no religioso.

La Fundación Lazos de Occidente fue creada en Cali en 1995 por Isa Fonnegra de Jaramillo. Coordinadora de reuniones: Margarita de Rizo. Tel: 5511042. Hace reuniones gratuitas los martes cada quince días.

Gonzalo Gallo atiende en el teléfono: 3390055.

La Clínica del Duelo fue creada por Patricia Carvajal de Recio en Cali. El 17 a las 7:00 p.m. dictará la conferencia ‘Viviendo mi duelo, hacia una recuperación emocional’. Informes: 316-5322429.

Jamás debemos decirle al doliente que no llore. “No ser fuerte es también parte de la curación del duelo”, dice la psicóloga María Fernanda Rodríguez.

La muerte prematura de un hijo puede desencadenar dificultades en la pareja. Por expresiones como “pero fuiste tú” y “pero tú tampoco”, muchas pareja terminan separándose porque no logran vivir su duelo en forma adecuada.

Uno de los factores de esta crisis es que cada cónyuge lo asume de una manera diferente: las expresiones de duelo no son iguales o el dolor no se sincroniza y los padres no lo pueden vivir al mismo ritmo.

“Las mamás lloran con facilidad y los papás son agresivos. Como ella no lo ve llorar como ella, puede lanzar expresiones como “es que parece que no te importara lo que me pasa” o “nuestro hijo ha fallecido y tú sigues como si nada”. Entonces al dolor que ya sienten por la muerte de su hijo, le crean otro conflicto”, señala la psicóloga Patricia Carvajal de Recio.

Un punto sensible es el de las relaciones sexuales. “Es probable que ellos, (los hombres) quieran reanudar la vida íntima más pronto, y ellas (las mamás) piensan que es demasiado rápido y lo ven como una falta de respeto al duelo”, explica.

Hay que evitar esas reacciones como la de culpar al otro porque uno de los dos se empieza a cansar y eso crea fisuras. Por el contrario, es cuando la relación más se debe fortalecer para unirse y apoyarse el uno al otro, aconseja Patricia de Recio.

Para Isa Fonnegra de Jaramillo, autora de los libros De Cara a la Muerte y El Duelo en los Niños, lo más difícil es que los padres se llenan de temores, sintiendo que no pueden confiar en el mundo y se lanzan a sobreproteger a los otros hijos.

Otros padres tienden a idealizar al niño fallecido, a convertirlo en ser especial frente a sí mismos y pueden descuidar a los otros hermanitos porque no tienen la capacidad para asimilar y procesar ese duelo, señala la especialista.

“Es entonces cuando pueden caer en frases como ‘para qué sigo viviendo’,‘quisiera morirme’, ‘para mí la vida no tiene sentido’, que al ser escuchadas por los otros niños que aún no comprenden cómo con la partida del hermanito se ha ido el encanto de la vida para sus padres y entonces se pregunta qué significa él en esa familia”, explica Isa Fonnegra de Jaramillo.

La psicóloga señala que el duelo de los niños no es igual al de los padres, sino intermitente, en el que reaccionan con episodios de tristeza y de pronto como sino hubiese pasado nada, porque ellos se desconectan de la realidad.

Entonces los adultos erróneamente piensan que los niños no comprenden o no sienten, pero no es así. Ellos sienten rabia o los invade la culpa. Incluso razonan: ‘yo me peleé con mi hermanito, entonces soy responsable de que haya muerto’. Es cuando se recomienda la ayuda profesional.