EFE REPORTAJES Un nuevo trabajo, un viaje, una prueba médica importante, una
entrevista que nos abrirá las puertas: pese a que se trata de sucesos
cotidianos, pueden generar estados de ansiedad tales que incluso alteran el
ritmo de las comidas.
Una persona ingiere más o menos cantidad de comida para tratar de aplacar
los nervios frente a una situación que desbarata su ánimo.
La psicóloga Nuria González explica que en etapas de mayor nerviosismo la
gente tiende a comer deprisa, en exceso, en defecto o en forma desorganizada o
compulsiva.
González reconoce que “hay personas que cuando están tristes comen menos o
no comen. A otras, por el contrario, la ansiedad o la angustia las lleva a
comer más”.
La alimentación es el primer vínculo que las personas tienen con la madre;
esa es una de las razones por las cuales la comida está muy unida a lo
emocional: “En el bebé el mecanismo de succión conduce a la calma, de ahí que
comer esté asociado a esa sensación”, dice la psicóloga.
Si se cronifica, preocúpese Los expertos consideran este tipo de desórdenes
alimentarios como puntuales.
Lo que hay que valorar es si la respuesta se cronifica y preguntarse: si
estoy nervioso, ¿como menos o más? A partir de ahí, hay que estar alerta para
saber a qué responde ese comportamiento: ¿Tenemos hambre o estamos intentando
calmar un estado emocional? “Es fácil detectar cuándo la conducta alimentaria es un problema”, comenta.
¿Quiénes se afectan? Estas alteraciones se relacionan con las formas de
autocontrol de cada persona, nunca con su edad. Quien no ha tenido formas de
autorregulación en una primera etapa de la vida, cuando sea adulto dará una
respuesta más de tipo oral a problemas emocionales; eso, además de comer en
forma compulsiva o desordenada, puede incluir el uso de drogas y el consumo de
trago.
Lo recomendable es prevenir, “reflexionar sobre esta conducta para evitar
que se instale como única forma de control de la ansiedad”, comenta González.
¿Quién puede sobrellevar más la presión, quien por nervios deja de
alimentarse o quien pica de todo sin parar? ¿Qué queremos: aguantar la presión
o manejarla? Para ello hay que tener el mayor número de respuestas posible. “Si
no puede salir a correr, pero se puede calmar dando un paseo o dejando el
trabajo y leyendo otra cosa, hay que hacerlo”, aconseja.
El psiquiatra Rodrigo Córdoba aclara que es necesario distinguir entre estas
alteraciones y trastornos más graves, “no toda persona que ‘pica’ todo el día
tiene un trastorno mental; esto es apenas un rasgo. Lo ideal es evaluar a la
persona en su conjunto”, dice el experto.
ojo .
a los niños.
Los más jóvenes tienden a ser proclives a sufrir este tipo de desórdenes. La
adolescencia es un periodo sensible: “Los padres deberían estar atentos a las
conductas alimentarias de sus hijos para que no se
hagan crónicas y se conviertan en la única forma de respuesta a un estado
emocional”.
Como ejemplo puede servir el hecho de que un niño empiece a pedir dulces o
golosinas ante momentos que le generen nerviosismo, como ir a un campamento o
presentar un examen. En ese instante hay que entrar en acción, hablar con él y
sugerirle que haga otra actividad, como jugar o ver una película.
“Los papás deben identificar qué forma tienen sus hijos de autorregularse y
ayudarles a encontrar otra respuesta a esa emoción; los niños no discriminan
entre hambre y nervios y hay que prevenir desórdenes mayores”, señala González.
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Hay que estar alerta para saber a qué responde esa conducta: ¿Tenemos hambre
o intentamos calmar un estado emocional?”.
Nuria González, psicóloga española.