Según la Biblia, Dios durmió a Adán para evitarle dolor al extraerle la
costilla y después castigó a Eva y a su descendencia con el dolor del parto
cuando los expulsó del paraíso. Desde entonces, el dolor está presente en la
historia de la humanidad.
Ha sido una alarma para detectar múltiples enfermedades físicas o mentales,
motor de importantes investigaciones científicas, elemento modificador de
comportamientos, de sanación o de expiación espiritual, de terror, de guerra y,
más recientemente, filón económico de laboratorios farmacéuticos o de
editoriales, que venden analgésicos o publican libros sobre el tema.
Pero sabemos poco sobre el dolor y nuestro diálogo con él apenas comienza. Por
eso, investigadores sociales, historiadores y filósofos, como el español Javier
Moscoso, indagan acerca del tema. Profesor de investigación de Historia y
Filosofía de las Ciencias en el Instituto de Filosofía del Centro de Ciencias
Humanas y Sociales (CSIC), de Madrid, Moscoso habló sobre la materia en la
Universidad de Harvard y en Chicago, Londres, París, Berlín y, por supuesto, en
España, antes de venir a Colombia.
Moscoso, autor de La historia cultural del dolor, editado en español, traducido
al inglés y a punto de salir en italiano y alemán, habló de su obra, invitado
por la Universidad de los Andes.
¿Por
qué atravesar el mundo para dar una conferencia sobre el dolor?
Por responsabilidad. Porque, aunque odio volar, creo que hay que hacer un
esfuerzo por intentar ofrecer respuestas allí donde otros puedan tener
preguntas y, al mismo tiempo, plantear otras nuevas.
El dolor es uno de los grandes interrogantes de la condición humana y entraña
dificultades interpretativas que deben ser analizadas. También aquí en
Colombia.
¿Por
qué es una responsabilidad hablar sobre el dolor?
Es una responsabilidad en un doble sentido. En primer lugar, porque los
académicos somos también agentes sociales, que podemos tener un impacto sobre
la política o la sociedad civil y porque espero que mi trabajo permita pensar
sobre las formas de abordar el problema del dolor.
¿De
qué trata su libro?
Trata de las formas que hemos utilizado los seres humanos a lo largo de la
historia para hacer comprensible nuestra experiencia del daño. Trata de la
simpatía, de la representación, de la imitación, de la narración del dolor,
entre otras cosas. Por ejemplo, si usted sufre un dolor y quiere que los demás
lo comprendan, buscará representarlo mediante gestos o signos expresivos, que
pueda ser narrado o imitado, o que produzca simpatía, o que haya otras muchas
personas que digan tener sus mismos síntomas. Estas son solo algunas de las
formas retóricas para expresar el dolor y dotarlo de significación colectiva.
Lo que yo he intentado decir en mi libro no es sobre si el dolor cambia con el
contexto cultural (esto es muy evidente), sino de qué manera cambia, cuáles son
las formas culturales que hemos venido utilizando los seres humanos para
percibir una determinada experiencia como dolor.
¿Por
qué es importante conocer 'La historia cultural del dolor' en un país en guerra
como Colombia?
Creo que mi trabajo afecta directamente a realidades sociales como la
colombiana. Al menos en dos sentidos: en primer lugar, urge acabar con todo
tipo de dolor innecesario, y, en segundo, sugiere formas por las que el dolor
pueda ser socialmente reconocido. Sin el reconocimiento del dolor, no hay
posibilidad de superación del daño.
En
su conferencia en los Andes dijo que "el dolor no solo es una sensación ni
una emoción, sino una experiencia". ¿Cómo aplicar esto al caso colombiano?
Lo que quiero decir es que es una quimera distinguir entre sufrimientos
meramente físicos o emocionales, pues los conflictos armados afectan física y
mentalmente a las personas. Los que no salen heridos físicamente son afectados
por otras formas de sufrimientos que requieren atención. Defiendo que el dolor
es una sensación o emoción culturalmente mediada y que, en consecuencia, está
modulada por valores, enseñanzas y expectativas culturales.
Usted
habla en su libro del dolor como elemento de sanación, como modificador de
comportamientos... ¿Podría hablarnos sobre el dolor como un elemento de guerra?
La guerra es un buen ejemplo de la experiencia del dolor, al menos en la medida
en que suele considerarse un estado transicional. Cuando los conflictos armados
se vuelven crónicos, como ha ocurrido muchas veces en la historia de la
humanidad, la guerra también aniquila las razones que la originaron, así como
las condiciones bajo las cuales podría ponerse un punto final al conflicto
armado. En su forma crónica, la guerra, como el dolor, es lo más parecido al
infierno.
¿Cómo
define lo que usted llama la "política del dolor"?
La política del dolor es hacer visible no solo el dolor de los derrotados de la
historia, o el dolor de las víctimas, sino, sobre todo, el dolor de aquellos
que ni siquiera describieron con ese nombre sus condiciones de vida. La
política del dolor por la que yo abogo no busca la reconciliación, sino, en
primer lugar, la denuncia.
¿Podría
explicarse un poco más?
Puesto que el dolor requiere siempre un espectador social, hablo de cualquier
forma de dolor que pueda y deba ser reconocido como tal. No solo el producido
por perversas condiciones de vida, sino el que los contendientes de un
conflicto armado no reconocen como resultado de sus actos, o el dolor
innecesario y prescindible al que se enfrentan muchos enfermos terminales, o al
que se somete a muchos animales. La política del dolor define un espacio de
responsabilidad colectiva, en el que los miembros de una comunidad, social o
política, comienzan por señalar el dolor de los demás como paso previo a la
búsqueda de su remedio o de su cuidado.
¿El
dolor cambia según el contexto cultural?
El dolor es una sensación o emoción culturalmente mediada y que, en
consecuencia, está modulada por valores, enseñanzas y expectativas culturales.
Lo que yo he intento decir en mi libro no es si el dolor cambia con el contexto
cultural (esto es muy evidente), sino de qué manera cambia, cuáles son las
formas culturales que hemos venido utilizando los seres humanos para percibir
una determinada experiencia como dolor.
¿Nos
podría dar un ejemplo?
Sí. El flagelo que golpea el cuerpo en las prácticas de mortificación del
ascetismo moderno no se distingue, desde un punto de vista físico o
fisiológico, del mismo flagelo que golpea el cuerpo del masoquismo sexual de
finales del siglo XIX. Sin embargo, la interpretación cultural, la valoración
emocional, la sensación, incluso, es muy diferente en ambos casos. El golpe
puede ser similar, pero la experiencia es muy distinta.
¿El
dolor producido por una guerra también cambia?
Durante el desembarco en las playas de Normandía, los soldados americanos que
se quejaban menos eran aquellos que se encontraban peor desde un punto de vista
clínico. Para estos soldados, muy malheridos, había, sin embargo, algo positivo
en su estado: iban a ser evacuados y, en consecuencia, no volverían al frente.
¿Consigue
usted dialogar con el dolor?
Al contrario de lo que podría parecer, el dolor no es una experiencia privada.
Lo difícil no es dialogar con esta experiencia, sino pretender que no puede
hacerse. La historia entera de la humanidad se apoya en este diálogo.
¿Cómo
hacer fructífero ese diálogo en un país como Colombia?
El diálogo con el dolor es siempre colectivo, porque el dolor se da bajo formas
culturales aprendidas. En un país como Colombia, pero también en un país como
España, hay una demanda social para transformar las singularidades del daño
personal en un relato histórico que pueda servir de alimento a la memoria y
que, al mismo tiempo, permita recordar para olvidar. En España, nada de esto se
ha hecho, con lo que las heridas de la guerra aún siguen abiertas y mal
curadas.
¿La
historia cultural del dolor cambia en nuestros días?
Nuestro mundo contemporáneo ha inventado la representación y el consumo del mal
radical; la violencia que no puede ser justificada desde ningún parámetro y el
dolor que no puede comprenderse desde ninguna lógica. También ha inventado las
voces de muchos otros que cuestionan tanto el consumo obsceno del dolor ajeno
como la banalidad del mal.
¿Le
duele hablar sobre el dolor?
Me produce placer el esfuerzo de hacer bien o intentar hacer bien el trabajo,
así como la sensación de cumplir con las obligaciones profesionales. Eso me
gusta en todo el mundo. No solo en mí, claro. No es más difícil,
emocionalmente, trabajar sobre la historia del dolor que hacerlo sobre otras
experiencias humanas. En mi investigación, también en mi libro, creo, hay
muchos momentos felices, humorísticos, incluso.
¿Qué
deja el diálogo con el dolor?
Esperanza, por supuesto.
GLORIA HELENA REY
ESPECIAL PARA EL TIEMPO