El Yagé, de toma sagrada a moda riesgosa en Cali

Acabo de probar algo que me juran es yagé. Un líquido oscuro y espeso como una sopa de vísceras. Un brebaje de olor selvático, sucio de rastros de licor que se advierten en la mezcla. Una pócima ofertada como un remedio preparado en un ritual sagrado, pero que ahora está envasado en un frasco de mermelada.

Acabo de probar algo que estoy seguro no es yagé y un hormigueo me duerme la punta de la lengua, como si la mujer que me ofrece el bebedizo hablándome cerquita me hubiera dado un beso con anestesia.

La mujer es una anciana de pelos blancos y sonrisa postiza. Afuera de un puesto de hierbas aromáticas que atiende en una galería del sur Cali, dice que aquello fue preparado por su hijo. Qué el hijo nació en Putumayo y que él es un chamán de los buenos. Entonces levanta el frasco a contraluz y agita el contenido para mostrar cómo eso se adhiere a las paredes de vidrio: “Vuelva y meta el dedo, pruebe otra vez para que vea cómo emborracha”...

Lo que sea que hay allí adentro tiene gusto a barro y a aguardiente; pero también a petróleo, a hierba muerta, a cáscara de limón, a salvia; lo que hay en el frasco tiene un sabor terroso, metálico, café. Sólo me ha caído una gota en la punta de la lengua y todas esas sensaciones me invaden la boca, la atontan. Acabo de probar algo que no me cabe duda nada tiene que ver con el espíritu del yagé y me pregunto quién, quiénes, habrán comprado el resto de ese menjurje del que tan sólo queda un par de onzas resbalándose en el frasco de mermelada: “Se agotó en diciembre. Pero si necesita se le hace: medio litro en cincuenta, uno en cien”...

De la barriga de los sapos

La anécdota se repite en uno y otro lado: plazas de mercado, puestos de yerbateros callejeros, consultorios de falsos brujos. El yagé, planta utilizada ancestralmente por las comunidades indígenas del Amazonas para limpiar su cuerpo y trascender a otros estados de conciencia, está siendo ofertada como un pasaje expreso a mundos de alucinación. La ayahuasca, o el bejuco del alma como es conocido entre las etnias del sur del país, pasa de mano en mano como una droga más, un juego, otro exceso sumado a todo eso que algunos, en esta ciudad, llaman rumba. Y como ocurre con los esnobismos, la tradición termina convertida en una moda irresponsable.

Entonces ya es común que grupos de chicos universitarios atiendan convocatorias de Facebook sin entender el fondo del rito. Y que se sometan a lo que la limpieza física implica (pueden ser varias horas de vómito y diarrea) con tal de acceder a visiones sicodélicas ofertadas desde el desconocimiento. Y que paguen sumas que oscilan entre los cincuenta y doscientos mil pesos, por participar en ceremonias con chamanes de dudusa reputación.

Pero eso no es lo más grave. Lo complejo del asunto es que hay gente que se está aprovechando de esa ignorancia. Maurix Fernando Rojas, toxicólogo del Hospital Universitario del Valle, sabe de falsos brebajes mezclados con sustancias sicoactivas, medicamentos de uso restringido, incluso con escopolamina, para que adquieran el efecto de enajenación buscado por quienes buscan el yagé como un simple experimento sensorial.

A finales del año pasado un chico suizo fue víctima de aquella perversión en el Perú: compró un bebedizo en una plaza y se encerró en su hotel. Ante el incumplimiento del chamán que se había comprometido a asistirlo en el cuarto, decidió tomarse la pócima a su antojo. El viaje del chico rubio y ojos azules terminó luego de diez días de coma.

“Le pueden echar cualquier cosa para que al tomarlo la gente sienta borrachera, pérdida de conciencia. Es muy complicado hacerle seguimiento a esa situación porque generalmente cuando hay una intoxicación los pacientes la asocian con otra cosa”. En los últimos tres años en el HUV se registra un caso: un taxista de 50 años que convulsionó en una toma. El hombre, atendido a tiempo, sobrevivió.

Está comprobado que el efecto del Yagé no es igual en los indígenas que en la gente de la ciudad.Delia Hernández. Psiquiatra.Jorge Quiñónez, coordinador de Toxicología de la Secretaría de Salud Municipal, conoce de mezclas de hierbas con veneno de sapo que en la ciudad han sido ofrecidas como yagé.

Aunque no hay una sola entidad oficial, ninguna ONG, ningún centro médico del país que llevé estadísticas de los casos, en los últimos tres años ya se cuentan dos víctimas mortales: una mujer de 40 años que en el 2008 falleció en el centro indígena del barrio Normandía de Bogotá y Juan Fredy Ruiz, ingeniero industrial de 33 años que murió en una toma realizada el pasado 12 de noviembre en una bodega de plásticos de Ciudad Bolívar.

No te vayas Juan

Kelly Obando es la esposa del ingeniero fallecido. La chica, de 24 años, ahora habla con una voz opaca, desgastada, intermitente. Los dos habían idos juntos a la toma de yagé. Era su tercera vez. Aquel día el taita Juan Chindoy (ver entrevista anexa) les había avisado que la ceremonia tendría que hacerse en una bodega del barrio Perdomo, al sur de Bogotá. Que por el invierno era mejor así. Que 60 personas asistirían al rito.

Esa noche ella sintió el mismo sabor amargo, las ganas de vomitar, el sueño invencible como las otras veces; todo parecía repetirse. Hasta que su esposo empezó a gritar y estallar brazos y piernas contra el suelo. Hasta que dos ayudantes del chamán empezaron a meterle trapos en la boca y a decirle que no gritara. Hasta que lo amarraron de pies y manos. Hasta que se lo llevaron a la parte trasera del depósito y empezaron a decirle “Juan, no te vayas, por favor quédate con nosotros...”

Kelly cuenta que todo eso sucedió mientras ella estaba medio dormida, con la voluntad perdida. “Trataba de levantarme pero el sueño me doblaba”.

Cuando pasó el trance y la chica pudo salir de la bodega, Juan Fredy Ruiz permanecía recostado en la parte trasera de un taxi con un líquido café y espeso goteándole por nariz y boca. “Pero ya estaba rígido, morado... Yo salí a correr desesperada por la calle y de casualidad me encontré una patrulla de la Policía donde lo montaron. Cuando llegamos al hospital lo primero que dijo el médico fue ¿para qué lo traen si ya no hay paciente”.

El caso de Juan es llevado por la Fiscalía 298 de Bogotá. Pero hasta el momento no hay implicaciones legales sobre nadie porque la necropsia aún no ha salido. Es decir, dos meses después, no ha sido posible establecer las causas específicas de la muerte y los chamanes comprometidos siguen dirigiendo rituales. Consultados por El País, en Medicina Legal dijeron que la necropsia tardará dos o tres meses más porque en los casos de intoxicación deben hacerse cotejos de por lo menos 90 sustancias en el cuerpo, “pero con el yagé todo es más complicado”

Un viaje al interior

El indio Eme, un supuesto chamán amazónico que vende yerbas y lee el tabaco en el centro de Cali, dice que puede preparar una botella especial de yagé.

Hasta él es posible llegar siguiendo recomendaciones escuchadas en galerías del sur y el oriente de Cali. El indio Eme es un tipo recio, de carnes cobrizas, tal vez de unos 50 años, que atiende en un puesto ambulante plantado hace varios años en la Carrera Séptima, bajo la saliente de un viejo edificio que lo resguarda del sol. Desde allí, cuenta, ha preparado yagé para “gringos, peladitos gomelos, gente rezada y para cualquiera que pague lo que vale”.

Mientras lo escucho hablar, recuerdo a las palabras de Alhena Caicedo, directora del programa de Antropología del Icesi, que dice que la forma en que la gente ahora está consumiendo la planta sagrada nada tiene que ver con la tradición, sino que corresponde a una cuestión enmarcada por códigos relacionados con el boom de lo étnico. “Entonces lo consumen con otros propósitos, otras intenciones”.

Mientras lo escucho y veo cómo oferta sahumerios y pócimas para el amor esquivo, recuerdo también las palabras de Eric Van Den Hove, el cónsul de Bélgica en Cali, que ha participado en una centena de tomas y asegura que el yagé le cambió la vida porque le armonizó su relación con la tierra, porque le alivió dolores, porque le permitió sanar el espíritu.

Mientras escucho al indio Eme, como no, recuerdo la experiencia de una maravillosa actriz de teatro que con un yagé responsable (entregado por un taita avalado por la asociación de médicos yageseros del Putumayo) ayudó a su madre, enferma de cáncer, a aliviar ese mal con el que no habían podido las medicinas tradicionales.

Mientras veo el engaño y me palpo la punta de mi lengua, otra vez despierta, recuerdo las palabras de un periodista amigo que después de tomar yagé escribió un día que aquello no era una droga, ni una moda, ni un fin en sí mismo, sino un medio para encontrarse.

Datos claves

Taita del Putumayo continúa presidiendo rituales con Yagé tras muerte de un cliente

Laureano Piaguaje (el taita mayor) y Juan Chindoy, al comienzo de la toma de yagé en la que falleció Juan Fredy Ruiz.

Dos meses después de que el ingeniero Juan Fredy Ruiz muriera en una toma de yagé dirigida por Juan Chindoy, el taita del Putumayo continúa presidiendo rituales en Bogotá.

Consultado por teléfono, Chindoy le reconoció a este diario que este fin de semana dirigiría una toma para diez personas que llegarían hasta su casa del barrio San Blas, al sur de la capital. Cuestionado sobre lo que sucedió con Ruiz, de 33 años, y de acuerdo con sus familiares en perfecta condición médica, Chindoy aseguró que aquello “fue un designio de Dios”.

Qué fue lo que pasó con Juan Fredy Ruiz. Él murió en una ceremonia que usted dirigía...

Usted está mal informado. Yo no estaba dirigiendo nada. Yo organizaba.

Bueno, si hacía parte de la organización de esa ceremonia, usted, supongo, debía estar al tanto de lo que pasaba con la gente que llegó hasta ahí. Usted ha dicho que toma yagé hace siete años y que heredó el conocimiento de sus mayores... Explíqueme por favor qué le pasó a Juan Fredy Ruiz...

Esta es una información delicada que yo no le puedo dar por teléfono. Si quiere pongámonos una cita y hablamos personalmente. Personalmente es mejor.

Justamente por lo delicado del tema lo estamos llamando. Juan Fredy Ruiz murió consumiendo yagé en una ceremonia en la que usted acepta haber participado desde su organización. Eso fue hace dos meses y aún nada se sabe ...

Él no murió por el yagé. Las personas mueren por muchas causas, tomándose un tinto, cruzando una calle...

Pero él no estaba tomando tinto...

¿Usted es médico para decir que él se murió por el yagé?

No. ¿Usted sí lo es?

Sí. Y el yagé no mata.

Señor Chindoy, Juan Fredy Ruiz asistió a la toma acompañado por su esposa Kelly. Ella cuenta que cuando él empezó a convulsionar ustedes lo amarraron, que cuando empezó a gritar le metieron un trapo en la boca. ¿A usted no le parece que eso va en contravía de una ceremonia espiritual?

Nosotros no lo amarramos, lo ‘chumbamos’ para evitar que se golpeara.

Entonces es evidente que le estaba pasando algo. ¿Ustedes no creen que tienen responsabilidad por no haber llamado una ambulancia a tiempo?

¿Usted es Dios? Entonces no me hable de responsabilidades porque esas son cosas de Dios. Si el señor llegó a un estado de conciencia superior y luego se desconectó pues fue una cosa de Dios. Es que el yagé es una cosa de Dios. Si el se desconectó de esa manera, pues bienaventurado porque pocas personas pueden. Y nosotros sí llamamos la ambulancia para que lo llevara al hospital.

Usted dice que llamaron la ambulancia, pero la esposa de Juan, que estuvo ahí, asegura que él llegó al hospital Meissen en una patrulla; una patrulla que casualmente pasaba por ahí. Ella cuenta que el médico que los recibió, apenas vio a Juan dijo que ya estaba muerto. ¿Usted insiste en que no hubo negligencia de su parte? ¿Por qué ustedes le habían hecho masajes de reanimación?

Nadie le hizo masajes de reanimación. ¿Por qué en vez de llamarme a mí, no le pide explicaciones a las autoridades?

Señor Chindoy nadie toma yagé buscando eso que usted califica como una “desconexión”; usted no puede negar que Juan Fredy Ruiz murió como consecuencia de la toma...

Él no murió por el yagé. ¿Si alguien se atranca comiendo empanadas, entonces la culpa es de las empanadas? ¿Entonces hay que cerrar las panaderías?

El Yagé perdió su esencia

Cada día aparecen “taitas” no acreditados que han convertido a las tomas del brebaje sagrado en negocio.

Muchas personas conectadas con la esencia del universo han encontrado en ciertas plantas la manera de trascender a otras dimensiones y percepciones distintas al plano en el que nos movemos. Estas plantas sagradas les ayudan a entender la vida desde un plano más sublime, lejos de los egos y más como un “todo” conectado con un universo cambiante que se mueve para el bien de todos los seres. Pero para experimentar estas dimensiones se tiene que estar preparado porque de lo contrario, en el proceso del “viaje”, uno se puede quedar “rayado”. Hay que tener claro que una cosa es la mirada indígena ancestral y otra la mirada del “blanco”. Existen muchas plantas sagradas como la Ayahuasca o Yagé, el Peyote de México, la coca de los Andes y hasta la Cannabis.

Muchas de estas plantas se han usado de manera incorrecta por una moda, con resultados nefastos y adicciones que no son comunes en estos hombres sagrados. Se les ha dado un uso para un plano distinto a su esencia. Normalmente estos hombres sagrados no se encuentran en las ciudades sino en sitios rurales, por lo cual es raro hablar de ceremonias de Yagé en medio de la urbe y menos cuando no se ha hecho una preparación adecuada.

En los años 60 un movimiento de jóvenes californianos llamados hippies empezaron una búsqueda para transformar una sociedad injusta, egoísta, racista. Encontraron en los indígenas y sus plantas “ una respuesta” por lo cual empezaron a experimentar con las “drogas sicodélicas” pero en el camino se perdió la mística y la búsqueda espiritual para llegar al consumo rumbero y erróneo de estas sustancias. Yo soy parte de estos soñadores y encuentro en la espiritualidad indígena muchas de las respuestas que he buscado por todas partes, incluyendo en el cristianismo. También estoy consciente de que el uso de estas plantas lo deben hacer personas que tienen la capacidad de usarlas de la manera correcta.

Sin embargo, hoy en día la moda de participar en estas supuestas ceremonias está tomando fuerza en los muchachos que incluso participan en tomas de Yagé después de haber ingerido bebidas alcohólicas. Cada día se ofrecen más “taitas” que por plata te dan Yagé y supervisan el “viaje”. Pero este no es el espíritu y la esencia de estas plantas y mucho menos cuando se vuelve un negocio. Se sabe de casos fatales. Por ejemplo, el mes pasado murió un suizo en el Perú. No se trata de una posición moral sino una de sanidad emocional y síquica. Sólo personas con mucho de eso son las que debieran experimentar con estos elementales sagrados.