Que no sea usted el típico padre de familia que
se convierte en el consumidor de todos los desperdicios que dejan sus hijos.
Estudios.
Están ahí, cinco conchitas de pasta, anidadas en un baño poco profundo de
mantequilla derretida y queso parmesano: los restos de la cena de mis hijos. Me
estiro y tomo el plato y me llevo un bocado a la boca. En ese instante, me di
cuenta que algo andaba mal.
Hace una década, mi colesterol alcanzó dos veces niveles alarmantes, y
varios médicos me alentaron a adoptar una dieta más sana. Saqué el salami y las
salchichas de mi refrigerador, y aprendí a que me encantaran las claras de
huevo y el queso bajo en grasas. No obstante, el colesterol estaba en el límite
superior. Redoblé la disciplina.
Sin embargo, ahora hay dos personitas cuyos gustos sesgan los menús de la
cena y los bocadillos: quesos cremosos y salami grasoso, pasta, salchichas con
sal, papas a la francesa y galletas. Nada de eso es comida básica del diario,
pero no son precisamente cosas extrañas.
Es a la mitad del camino de meterme el resto de las conchitas de pasta a la
boca, que me doy cuenta de lo mucho que he recaído. Hago la función de basurero
en la cena (orgullosamente, odio desperdiciar ese bocado extra), y cuando
preparo un bocadillo de buenas noches para mis hijos, hago uno para mí. Hace
unos días, consideré comerme un pedazo de mozarela
que se le cayó a mi hija. Al pavimento. En el zoológico.
Seguro, muchos hombres pueden subir de peso una vez que se casan, y, luego,
cuando sus esposas están embarazadas (ninguna mujer debería beber una malteada
sola). Sin embargo, descubrí que hay poca investigación sobre lo que sucede con
las dietas y el peso de los padres cuando entran en escena los hijos, aunque se
encontró en un estudio de la Universidad de Duke, de
casi una década de antigüedad, que el riesgo de obesidad de un padre aumenta
cuatro por ciento con cada hijo (y el de la madre, siete por ciento).
Truls Ostbye, un
profesor de medicina general en Duke, quien coordinó
la investigación, dijo que el incremento en el peso de los hombres es más
sorprendente; las mujeres presentan cambios hormonales. Sin embargo, el estudio
no llegó a ninguna conclusión sobre las razones del fenómeno.
Al buscar respuestas, me acerqué a papás que escriben blogs
sobre alimentos y cocina, así como a expertos en nutrición. Hicieron algunas
sugerencias para volver a encarrilarme con la dieta, y compartieron algunas
teorías sobre por qué la paternidad puede llevar a una recaída alimenticia.
“Es muy apropiado para mí”, se quejó Mike Vrobel, padre de tres hijos en Copley,
Ohio, y autor de DadCooksDinner, un blog donde hace la crónica de sus esfuerzos nocturnos por
cocinar cosas como filete T-bone marinado en aceite
de oliva, ajo y romero; ejotes en papel de aluminio, y salchichas de un pie de
largo. Y prepara carbohidratos, eso que le encanta a
sus hijos, en especial al mayor, Ben de 11 años.
No mucho después de que nació Ben, Vrobel, quien mide 191 centímetros, bajó de 118 a 81
kilogramos con una dieta energética rígida, control de porciones y nada de
carbohidratos. Luego, “mi peso empezó a retornar lentamente”. Ahora pesa 102 o
quizá 106 kilos.
En cuanto al motivo, ¿por qué lamer el plato de la pasta hasta dejarlo
limpio? Estuvimos de acuerdo en que ambos sentíamos un deseo de no dejar
comida, de ser el basurero. Cualquiera de los dos lo hacía al levantar la mesa,
pero encuentro que es una sensación extrañamente viril, como beber ese último trago
para demostrar algo. Quizás es algo heredado.
Para no comer de más
Divida en porciones la comida en la estufa, antes de empezar a comer.
Agregue algo de distancia y esfuerzo para servirse por segunda vez.
Trate de dividir las porciones en el refrigerador, como repartir el bloque de
queso en pequeños recipientes. Según Rena Wing, de la Escuela de Medicina Alpert
en la Universidad Brown, cuando las porciones son
grandes, las puede seguir nuestro apetito.
La gente inventa todo tipo de pretextos para seguir comiendo. El clásico es
no querer que se desperdicie comida “Que te comas la
comida no ayuda a nadie que sufra inanición”, señaló.
Prepare un solo platillo que cada quien puede acompañar a su gusto. Por ejemplo,
puede asar un pollo con tomillo, pimientos rojos, cebolla, ajo y papas rojas.
Luego se sirve en distintas fuentes: el pollo en una, las papas en otra y una
ensalada. Así, cada uno se sirve a su propio gusto.
Revise las etiquetas de los productos que consume pero no se obsesione con
una medida nutricional (colesterol, sal, azúcares o, incluso, grasas
saturadas). Es mejor pensar en términos de la dieta en su conjunto, permitiendo
la pizca de parmesano siempre que el todo sea saludable.
Ante el inevitable hecho de que no podrá restringir ciertos alimentos usted
podrá:
1. Volverse un asceta, un monje, que hace respiraciones profundas de
limpieza antes
de abrir el refrigerador para liberarse del deseo de comerse las tiras de pollo
que quedaron.
2. Ceder a sus brotes de sabor, el machismo paterno y la aversión a
desperdiciar cualquier comida con abundante mantequilla o grasa. Eso, sin
pensar que el precio lo pagarán sus arterias.
3. Exhibir la misma disciplina que trata de inculcarle a sus hijos. Aunque
también puede echar toda la comida que los niños no se comieron a la basura.
Y así el plato le lance miradas que invitan a comer, en últimas, usted es el
hombre de la casa.