En el contexto
refrescante de una democracia que parece resucitar desde la caída del
referendo, hay cientos de consideraciones que van desde el vestuario de los
candidatos, pasando por su historia y desempeños, hasta las propuestas
ideológicas y de gobierno que nos obligan a pensar en forma muy cuidadosa cuál
es el tipo de país que quisiéramos ayudar a construir con nuestro voto.
Por fortuna, hay muchas personas versadas en temas económicos, políticos y
sociales que están aportando sus opiniones para ayudar a los electores a
valorar el menú que está sobre la mesa.
Yo quisiera hacer mi modesto aporte en torno al tema del cual me he ocupado
toda la vida, que es la educación. Es alentador reconocer que este tema, crucial
en el desarrollo de nuestro pueblo, está en la boca de todos los aspirantes a
la primera magistratura. Sin embargo, no todos logran superar los lugares
comunes: más oportunidades universitarias, mejor calidad, educación
tecnológica, computadores en los colegios...
Pero poco dicen sobre eso qué significa y cómo lo van a hacer. No basta
proclamar que la educación es importante, también hace falta avanzar en la
forma como se concibe el proceso y ello supone contestar muchas preguntas
difíciles. Me gustaría proponer algunas, como una especie de cuestionario que
los ciudadanos deberíamos hacer a los candidatos en todos los escenarios donde
se presentan:
¿Cuál es la propuesta para la primera infancia? Allí la cobertura todavía es
mínima y profundamente inequitativa: los ricos
reciben atención de ricos y los pobres atención de pobres, para que la
inequidad se perpetúe desde el comienzo.
¿Cuál será la política de educación pública? ¿Seguirá fortaleciéndose el
sistema de contratación privada de la educación o se buscará un mecanismo para
valorar y reconocer el papel de los maestros oficiales que redunde en mejores
resultados?
¿Se mantendrán las medias jornadas para los niños y jóvenes que asisten a la
educación pública, o se iniciará el proceso de ampliación de tiempo escolar?
¿Se incrementará el presupuesto de transferencias para educación, o se
asumirá que un millón de pesos por año es suficiente para dar a un niño pobre
educación de la misma calidad que se ofrece al que paga seis veces más?
¿Se seguirán saturando de estudiantes las universidades públicas con
presupuestos proporcionalmente muy inferiores a los de las mejores
universidades privadas? ¿Qué propuestas de fondo hay para que la educación
superior pública se fortalezca? ¿No harán falta nuevas universidades diseñadas
en consonancia con los contextos de la sociedad contemporánea?
¿Qué alcances debe tener el desarrollo de la descentralización? ¿Cuál debe
ser la responsabilidad y autonomía de las regiones?
Hasta ahora no he escuchado desarrollos sobre este tipo de cosas. Me gusta que
el Partido Verde esté en cabeza de dos reconocidos educadores. Su sola manera
de hacer política educa más que muchas escuelas. Pero también es importante
hacer propuestas susceptibles de ser discutidas en su conveniencia y viabilidad.
Si prima la concepción de Lucho, con quien tuve el privilegio de trabajar, me
sentiré completamente tranquilo. Pero no lo estaría tanto si prima la tendencia
a las concesiones. Pardo tiene unas propuestas fuertes que apuntan a fortalecer
la educación pública como herramienta de equidad y, como persona de principios
liberales, me identifico con ellas. Pero es importante que todos hagan un
esfuerzo por mostrar algo que vaya más lejos de los enunciados.
En aspectos más fundamentales, me apunto de manera definitiva a la defensa
de la legalidad, porque ni la mejor educación del mundo puede contra el imperio
del todo vale. Basta ver cómo y con quién se viene agrupando el conjunto
tenebroso de personajes oscuros que han medrado en estos años en torno al poder,
para sentir pánico. A ellos les tengo tanto miedo y fastidio como a todos los
violentos que han justificado su protagonismo.
frcajiao@yahoo.com