La valiente decisión de la actriz Angelina Jolie es un
poderoso llamado de atención a las mujeres en riesgo de padecer cáncer de mama,
pero también al sistema de salud para prevenirlo.
La decisión
tomada por la famosa actriz estadounidense Angelina Jolie de extirparse sus
glándulas mamarias tras enterarse de que es portadora del gen BRCA1, que le
confiere un riesgo del 87 por ciento de sufrir cáncer de seno, es tan compleja
y delicada que no puede caerse en el error de pasarla por un tamiz farandulero.
Jolie es apenas la
cara más visible entre todas aquellas mujeres que a lo largo de los años han
tenido que enfrentarse a la disyuntiva de una mutilación, pese a no haber
enfermado todavía, para evitar el posible crecimiento de un tumor.
Aunque se trata de
un alto precio, muchas prefieren pagarlo a someterse a un desenlace incierto, y
más ahora, cuando la ciencia, la genética y la biología molecular ofrecen
mayores posibilidades de identificar factores pronóstico y hasta de acceder a
tratamientos personalizados.
Más allá de ser un
problema de salud pública, el cáncer de mama constituye una verdadera tragedia
para las mujeres. Cada año se registran en el mundo más de un millón de casos
(6.700 de ellos en Colombia, con alrededor de 2.200 muertes) y se estima que el
25 por ciento de las afectadas tienen una marcada susceptibilidad genética a
padecerlo.
Hace casi dos
décadas se localizaron los genes relacionados con esta susceptibilidad. Se
trata de los BRCA1 y BRCA2, dos mutaciones que resultan definitivas en el
desarrollo de cáncer de seno y de ovario. Estudios muy serios consideran que sus
portadoras tienen un riesgo 27 más alto que las demás de enfrentarse a estos
males antes de los 50 años. Ese es el caso de Angelina Jolie.
La ciencia, por
fortuna, logró en poco tiempo pasar de la simple identificación de tales
alteraciones genéticas a desarrollar pruebas para detectarlas. La actriz
decidió someterse a una de ellas, dados sus antecedentes familiares: su mamá, Marcheline Bertrand, murió a los 56 años tras luchar por
años contra el mal y haber ayudado a otras víctimas a través de una fundación.
Las colombianas
también cuentan con la posibilidad de acceder a test genéticos y consejerías,
que las orientan en la toma de esta difícil decisión. No es solo la expectativa
de vida la que entra en juego; también, los riesgos inherentes a dichos procedimientos
médicos, las afectaciones psicológicas generadas por la modificación del cuerpo
y hasta la imposibilidad de amamantar a los hijos e, incluso, de tenerlos.
Cabe recordar que
las portadoras de las mutaciones tienen, a lo largo de la vida, un 80 por
ciento de probabilidad de sufrir cáncer de seno, y entre un 20 y un 30 por
ciento, de padecer uno de ovario.
Nadie pone en duda que es deber de los sistemas de salud garantizar que toda
mujer en riesgo acceda a estas herramientas diagnósticas y terapéuticas, así
como a las consejerías genéticas y psicológicas necesarias, independientemente
de su condición social. No puede perderse de vista, sin embargo, que, del total
de los casos de cáncer que se registran en el mundo, no más del 10 por ciento
tienen una base genética.
Una gran mayoría del
90 por ciento restante puede prevenirse con medidas sencillas de salud pública,
como la promoción de hábitos saludables y la eliminación de riesgos
potenciales, y la detección y tratamiento tempranos. Pero la realidad indica
que más del 70 por ciento de los tumores malignos están siendo detectados en
fases avanzadas en Colombia, cuando la enfermedad es mucho más difícil de
tratar, lo cual empeora las posibilidades de ganarle la batalla. El sistema de
salud sigue estando en deuda con todas estas mujeres.