Editorial: Un norte para la ciencia

 

La situación de Colciencias es preocupante, agravada por la renuncia de su director. El panorama actual exige acciones urgentes, ajenas a la marea política.

 

 La reciente salida de Carlos Fonseca de la dirección de Colciencias constituye un remezón más para la entidad llamada a garantizar el óptimo funcionamiento de la locomotora de la innovación. Quien reemplace a Fonseca será la cuarta persona en ocupar este cargo –en propiedad o en forma interina– desde el 7 de agosto del 2010. Tantos relevos en una posición de la que dependen todos los esfuerzos estatales en materia de ciencia y tecnología preocupan y se suman, además, a los cada vez más frecuentes reclamos sobre su ineficiencia y exagerada lentitud de sus procesos.
La renuncia de Fonseca coincidió, precisamente, con la polémica que suscitó la reducción de los recursos para financiar estudios de doctorados, sobre todo en el exterior.

Si en las orillas académicas ya había inconformidad sobre cómo se ha venido gestionando la entidad, este episodio atizó la hoguera. De tales esferas surgen mensajes de preocupación por la merma evidente en este campo. Y es que las cifras muestran cómo se pasó de los más de 140.000 millones de pesos del 2012 a los 34.000 millones destinados en el 2013 a financiar no solo doctorados en el exterior, sino también en Colombia, además de semilleros de investigación y programas de reinserción de talentos. Así las cosas, este año apenas se financiaría con recursos de la Nación a unos 50 aspirantes a doctores matriculados en universidades de otros países. Inquietante panorama.

Se argumenta desde Colciencias que el faltante será cubierto, y con creces, con los recursos que le confiere la Ley 1530 del 2012, que les asignó a la ciencia, la tecnología y la innovación el 10 por ciento de las regalías que anualmente recibe la Nación.

De tal suerte que, alcaldes y gobernadores quedarían con buena parte de la responsabilidad de financiar esta formación de alto nivel. Son ellos quienes orientarán dicho gasto, previo visto bueno del Órgano Colegiado de Administración y Decisión (Ocad), del Fondo de Ciencia, Tecnología e Innovación, compuesto por representantes de los gobernadores, de las universidades y del Gobierno Nacional.

Y es aquí donde aumentan los interrogantes. Por ejemplo, muchos se preguntan cómo se va a garantizar que efectivamente los entes territoriales aporten porcentajes de sus regalías para el apoyo a doctorados, que los mantengan año tras año y que estén a salvo de los vaivenes políticos. Varias regiones no tienen universidades de calidad y, menos, centros de investigación de alto nivel. Este es un tema sensible, de confirmarse que el propósito ahora es que un porcentaje importante –se habla del 70 por ciento– de los doctores se forme en el país.

Todo lo anterior señala un camino empinado para esta locomotora, sin lugar a dudas la más rezagada.
Tal panorama exige acciones urgentes, que deberían lograr, por ejemplo, que Colciencias se consolide como un ente técnico, blindado contra la marea política. Esta transformación debería acompañarse de la promulgación de una ley de ciencia y tecnología que fije objetivos monitoreables y sintonizados con las prioridades del país, más que con las del gobierno de turno, sin dejar de apoyar a quienes incursionan en campos quizás no tan estratégicos, pero de los que pueden surgir notables experiencias de auténtica innovación. Es necesario también ofrecer incentivos antes que obstáculos a quienes regresan de formarse en el extranjero. No se puede seguir posponiendo la atención a este campo. Que, visto desde una perspectiva de larga duración, es en extremo importante.