Editorial: La drogadicción de diseño, otro reto

 

La salud mental de las personas, en especial jóvenes, está de por medio. La situación plantea un desafío a todas las autoridades con el objetivo de buscar soluciones.

 

Resulta preocupante que en menos de tres años se hayan creado en el laboratorio 85 nuevas drogas ilícitas, de las cuales el mundo sabe poco. El último ‘Informe mundial de drogas 2013’, presentado esta semana en Viena por la Oficina contra la Droga y el Delito de la ONU (UNODC), lanza una alerta por el constante crecimiento del uso y el abuso de sustancias psicoactivas elaboradas mediante sofisticadas técnicas químicas, cuyas fórmulas no son conocidas y, por ende, tampoco sus efectos y sus consecuencias.

Si bien los nombres casi genéricos de ellas caen sobre la sombra del éxtasis, el spice, el miau-miau y las sales de baño, lo cierto es que muchas corresponden a estructuras que actúan sobre centros nerviosos que condicionan mayor capacidad de adicción. Este efecto criminal es la base fundamental de un negocio que mueve millones de dólares en el mundo y que ya preocupa a países de ingresos medios como el nuestro.

Según el informe, mientras que en el 2009 el registro de nuevas drogas psicoactivas hecho por los países miembros de la UNODC era de 166, en el 2012 se reportaron 251. Esto significa un riesgoso aumento del 50 por ciento. Hoy, superan las 234 sustancias lícitas con efectos similares que están bajo la supervisión internacional, lo que pone en evidencia la salida de control de un mercado que toca a la salud pública.

Para los expertos, problemas ligados a la mala calidad en la síntesis y manipulación de las ilegales y la marcada diferencia que existe entre ellas por carecer de procesos estandarizados hacen que tengan efectos inciertos y desenlaces que en ocasiones desbordan la capacidad de los equipos de salud para enfrentar no solo su consumo, sino los procesos de desintoxicación mediante técnicas de rehabilitación, e, incluso, efectos fatales en casos de sobredosis. Estamos ante un problema muy serio. En realidad, no se sabe con exactitud qué es lo que la gente está consumiendo.

Si bien en Colombia el consumo aún se centra en sustancias naturales como la cocaína y la marihuana, desde hace varios años se ha advertido contra el abuso creciente de medicamentos que son vendidos sin fórmula médica, como las benzodiacepinas, los tranquilizantes y los analgésicos derivados del opio, que se han convertido en las drogas de moda.
Pero hay alarmas encendidas. Recientemente, el Consejo Nacional de Estupefacientes, liderado por el Ministerio de Justicia, lanzó una alerta sobre la Ketamina (un anestésico de uso clínico), que se encontró en la droga conocida como 2CB, por generar delirio y psicosis similares a la esquizofrenia. Esto es apenas un mínimo avance frente a la gran cantidad de elementos de esta clase que circulan sin control.

Hasta ahora, las cifras oficiales no registran un impacto significativo por estas adicciones. Sin embargo, la misma ONU y las autoridades colombianas son enfáticas en reconocer el preocupante subregistro y la impotencia de la Policía ante las drogas de diseño, de las cuales, lamentablemente, se conoce tan poco que al no estar incluidas en listas específicas que permitan su control circulan entre adolescentes y jóvenes de manera masiva.

La salud mental de las personas, en especial de los jóvenes, está de por medio. La situación plantea un reto a todas las autoridades, con el objetivo de buscar soluciones. Más cuando se habla de la drogadicción como un problema de salud pública, de legalizaciones, del porte y de la dosis mínima. Estos son urgentes ejes de discusión política.