Editorial: Letra, sangre e
informática
Por:
REDACCIÓN ELTIEMPO.COM | 8:14 p.m. | 12 de Diciembre del 2011
El
artículo de un profesor universitario que renunció a su cargo ante el fracaso
de sus alumnos de comunicación social en una sencilla prueba de redacción ha
agitado a los lectores de EL TIEMPO, a diversos columnistas, a varios programas
de radio y a las redes sociales. Una vez más, los colombianos se preguntan por
la calidad de la enseñanza que reciben, la influencia de los medios
informáticos en los jóvenes y las responsabilidades que corresponden a diversos
protagonistas (alumnos, profesores, padres, instituciones, Estado) en la
educación.
En los últimos tiempos, el país ha fortalecido el presupuesto del ramo,
construido colegios e inaugurado espléndidas bibliotecas. Pero estos esfuerzos
cuantitativos no se ven premiados por avances en la calidad. El proyecto
Educación Compromiso para Todos (ECPT) examinó el período 2002-2009 y concluyó
que, a pesar de los mayores recursos, las cosas no han mejorado en forma
notoria.
Existe la sensación general de que, como se decía antes, "la letra no está
entrando". Una encuesta de ECPT hecha hace dos años indicó que solo el 16
por ciento de los padres están muy satisfechos con la enseñanza que reciben sus
hijos y los demás se muestran apenas conformes o descontentos.
No es una percepción subjetiva. Las pruebas Pisa, que miden la calidad de la
educación en más de 70 países, dejaron a Colombia en muy mal lugar. En el 2009,
el nuestro quedó entre los últimos lugares de la tabla, tanto en lo que hace a
comprensión de lectura como a capacidades en ciencias y matemáticas. El hecho
de que mejorara algunos de sus registros respecto al examen anterior no es
consuelo ante los pobres resultados obtenidos. Resultados que son sensiblemente
inferiores en los colegios públicos que en los privados, lo cual constituye una
desventaja antidemocrática, que condena a miles de estudiantes procedentes de
familias de estratos bajos.
En contraste, los primeros puestos fueron para Finlandia, China y Corea del
Sur. Los dos últimos pertenecen a la cultura del trabajo agotador: los jóvenes
de esos países prácticamente viven para estudiar y quienes más los obligan a
ello son sus padres. Es una concepción llevada al extremo sobre la necesidad de
ser superior a los demás, más una competencia entre las mamás que entre los
niños. Finlandia, por el contrario, es más laxa en horarios y menos
esclavizante en tareas hogareñas. Su secreto son los profesores. Bien
preparados, bien pagados, socialmente respetados, ellos son el motor de la
educación y la garantía de su calidad.
El problema es que ni los padres exigentes ni los excelentes profesores son los
únicos factores que inciden en la instrucción de los alumnos. La sociedad en
que viven y, cada vez más, las tecnologías informáticas también entran en el
juego. Ya no es solo la discutida influencia de la televisión y la falta de
lectura en la formación de valores, sino aquello que les dan y aquello que les
quitan las redes sociales y las jergas fragmentarias. En el caso de los
estudiantes de comunicación social, el profesor señala que, año tras año,
aumenta la incapacidad de comunicarse por escrito con coherencia, claridad y
sin graves atentados ortográficos ni gramaticales.
El desafío en esta materia es general: ¿cómo conseguir que las tecnologías del
siglo XXI sean aliadas y no enemigas del desarrollo intelectual de los jóvenes?
¿Cómo hacer para que la letra entre sin sangre y con informática? Es inevitable
que todos los interesados reflexionen sobre la bomba que estalla en sus manos y
se adapten a una nueva realidad que, por ahora, ofrece muchas más preguntas que
respuestas.