¿Doctores o bebés saludables?
Rudolf Hommes
La
corrupción, el clientelismo y el inepto manejo de los recursos suman varios
puntos del PIB que podrían utilizarse en educación
Corrupción
e inepto manejo de recursos suman puntos del PIB que podrían utilizarse en
educación.
Ofrecer
educación superior a jóvenes de clase media o alta en forma gratuita, una de
las solicitudes del movimiento estudiantil, puede ser un gasto innecesario
porque las familias que se benefician inicialmente de este privilegio son las
que podrían pagar matrículas que permitirían que las universidades se autosostuvieran en su parte pedagógica. Pero es
indispensable asegurar que todos los jóvenes calificados tengan acceso a la
universidad o a otras formas de educación postsecundaria de su elección sin que
la financiación o ausencia de ella se convierta en un obstáculo insuperable.
La fórmula de matrícula gratis asegura este objetivo en forma general, y por
eso la proponen personas prestantes como el rector de la Universidad Nacional,
que están convencidas de que este es un requisito para que los jóvenes de
menores ingresos tengan acceso a la educación superior.
Si se atiende este reclamo de los estudiantes, la forma de hacerlo es
imponiéndole a todo el mundo una sobretasa del orden
del 10 por ciento al impuesto de renta, equivalente a uno por ciento del PIB.
Un aumento del impuesto de renta de esa magnitud tendría impacto posiblemente
negativo en su primera etapa sobre la inversión, el consumo y el crecimiento.
Los economistas tendrían que evaluar si este impacto se compensaría
eventualmente por el efecto positivo de ofrecer educación superior de buena
calidad a un mayor número de gente en forma gratuita. Pero ahí no pararía la
discusión porque también es necesario analizar si la mejor manera de gastar ese
aumento de los impuestos es en la financiación de matrículas gratuitas y el
gasto de las universidades públicas.
El domingo pasado escribió Armando Montenegro en El Espectador que la prioridad
del gasto en educación y en salud debe ser la nutrición y la salud de los niños
en la primera infancia y en la etapa prenatal. Si esto no se hace, los niños
que no reciban este apoyo están predestinados a permanecer en la pobreza y
estarían fisiológicamente en desventaja desde un principio, en comparación con
los demás de su cohorte. El gasto social en etapas posteriores y la educación
gratuita a cualquier nivel no repararían este daño inicial.
Esto es muy válido, pero la disyuntiva no debe ser ¿niños sanos o doctores? Si
se le da prioridad a la educación superior y no se atiende la nutrición y la
salud de niños y madres en la primera infancia se comete una grave injusticia y
se priva al país de capital humano invaluable.
Pero si se le da toda la atención requerida a la primera infancia y no hay
manera de educar posteriormente a los niños que reciben este beneficio, se
sigue desperdiciando el recurso humano, aunque con mayor equidad, y se priva al
país de oportunidades de desarrollo científico y cultural, esenciales para su
porvenir.
La pregunta debe ser entonces qué otro gasto se debe sacrificar para financiar
estas prioridades, que son complementarias. Los universitarios proponen que se
reduzca el gasto militar en la misma proporción que se aumenta el gasto en
educación.
Esta idea no es viable porque el Estado colombiano está amenazado por la
guerrilla, las bandas criminales, la mafia y el paramilitarismo.
Se dice que las Farc les están soplando esa idea a
los jóvenes. Si esto es cierto, deberían responderles que, para poderla llevar
a cabo, es indispensable que las Farc depongan las
armas.
Los recursos que se necesitan provendrían del desperdicio inducido por los
enormes sobrecostos que le impone la venalidad al
gasto del Gobierno, incluyendo notoriamente el gasto militar. La corrupción, el
clientelismo y el inepto manejo de los recursos suman varios puntos del PIB,
que podrían utilizarse muy productivamente en educación y otras prioridades.
(Continúa)
Rudolf Hommes