Por: REDACCIÓN
ELTIEMPO.COM |
El
cerebro siempre ha sido uno de los más grandes misterios del mundo científico.
Lo
fue antes para los egipcios, que se lo sacaban a sus muertos porque creían que
no les servía para nada en el más allá, y lo sigue siendo ahora. Tanto, que el
presidente de Estados Unidos, Barack Obama, anunció esta semana la puesta en marcha del más
ambicioso proyecto para construir el mapa exacto de este órgano, con el
objetivo de conocerlo en toda su extensión.
Durante
diez años, tal como se hizo con el Proyecto del Genoma Humano, en 1990, el
Gobierno de Estados Unidos liderará un trabajo con la participación de empresas
privadas, agencias estatales, universidades y grupos de científicos de todo el
mundo que pretende develar los secretos inmersos en los 100.000 millones de
neuronas encerradas en el kilo y medio de cerebro que tienen todos los humanos.
Tres
mil millones de dólares, a razón de 300 millones por año, será el monto total
de la inversión que, en el 2023, deberá reflejarse en un mapa que permita saber
cómo es, qué hace, cómo se puede dañar y qué potenciales tiene cada microgramo
del relieve de esta masa gelatinosa.
“Cada
dólar que invertimos para mapear el genoma humano le devolvió 140 a nuestra
economía”, dijo el presidente Obama en su discurso
del estado de la Unión la semana pasada, a la par que citaba la investigación
del cerebro como un ejemplo de inversión de su gobierno en las “mejores ideas”.
Y acotó que se trata de una tarea similar.
“Hoy
–dijo el mandatario– nuestros científicos pueden
mapear el cerebro para descubrir respuestas contra la enfermedad de Alzheimer;
también, con su conocimiento, se podrán desarrollar fármacos o métodos para
regenerar estructuras dañadas o incluso para elaborar nuevos materiales que permitan
hacer baterías más potentes”.
Más
con aire de científico que de estadista, Obama
enfatizó, con mucho entusiasmo, en que “no es hora de desperdiciar acciones
que, a través de la ciencia y la innovación, puedan crear puestos de trabajo y
promover el desarrollo”.
Pero
esta cartografía va más allá de curar enfermedades.
El
neurofisiólogo colombiano Rodolfo Llinás Riascos, uno de los científicos que desarrollarán semejante
tarea, manifiesta que se trata de adentrarse profundamente en el conocimiento
del órgano que rige la evolución y el desarrollo humanos.
“Desde
la aparición del cerebro –señala el científico– la
estructura evolutiva de la humanidad ha sido diferente, porque esta
responsabilidad dejó de ser de los genes para ser asumida por la actividad de
este órgano. Él es el eje de todo”.
Dura
sentencia la del neurocientífico, si se tiene en cuenta que hasta el 2005,
cuando la revista Science publicó un estudio de la
Universidad de Chicago que sugería lo contrario, se creyó que con la aparición
del Homo sapiens la evolución del cerebro había cesado. Es decir, que el
cerebro humano había alcanzado el máximo de sus posibilidades.
Humanos y chimpancés
Según
algunos cálculos, la historia cambiante del cerebro se remonta a cinco millones
de años atrás, justo al momento en que seres humanos y chimpancés separaron sus
caminos en forma definitiva.
“Desde
que fue asumida por el cerebro, la evolución humana ha sido veloz, casi
instantánea”, ratifica Llinás, que además manifiesta
euforia cuando dice que a expensas de los genes el hombre jamás adaptó su
cuerpo para volar, pero que por acción del cerebro hoy es capaz de levantarse
del suelo, de viajar de un lado para otro por el aire, gracias a la tecnología
que el mismo órgano permite desarrollar.
Paradójicamente,
esas mismas tecnologías que se crean desde el cerebro hoy están a la mano para
que sea posible observar y adquirir una comprensión más completa de él. Tanto,
que en junio pasado la revista Neuron publicó el
trabajo de seis científicos que se adelantaron al proyecto de Obama al proponer una serie de métodos para hacer mapas del
cerebro humano. Uno de ellos, a través de moléculas que actúan como sensores que miden la actividad de cada neurona sin invadir
el tejido cerebral. “Es como utilizar un ADN sintético en el que se deposita la
actividad cerebral”, decía la revista.
Aunque
los detalles del proyecto “mapa cerebral” no son conocidos, se sabe que sus
alcances podrían sobrepasar incluso a los del Genoma Humano.
Ralph
Greenspan, director asociado del Instituto Kavli para
el Cerebro y la Mente de la Universidad de California, en San Diego, manifiesta
que “entre otras cosas esperamos comprender cómo actúa el cerebro de manera
normal y en cada enfermedad, no solo para buscar terapias contra estas, también
para adquirir las bases que permitan desarrollar estructuras artificiales
similares al mismo cerebro por fuera del cuerpo; es algo maravilloso”.
Parece
ciencia ficción, si se tiene en cuenta que los mismos griegos en la antigüedad
no tenían claro si la mente estaba en el cerebro o en el corazón y que René
Descartes, en el siglo XVII, partidario de la existencia separada de cuerpo y
mente, tenía la creencia de que la segunda se alojaba en la glándula pineal.
Sea
como sea, lo que hoy plantea el presidente Obama no
es más que la progresión de las primeras hipótesis que sobre el cerebro y sus
funciones se iniciaron con Alcmeón de Crotona, que
propuso, por allá en el siglo VI a. C., que el cerebro era el centro donde las
sensaciones se hacían conscientes.
Hoy,
la iniciativa de mapear el cerebro tiene la dimensión de una política de
Estado, que será organizada por la Oficina de Política Científica y Tecnológica
de los Estados Unidos, con la participación de todos los institutos nacionales
de salud, la Fundación Nacional de la Ciencia, la Agencia de Investigación de
Proyectos Avanzados de Defensa, al igual que muchas organizaciones privadas,
como Howard Hughes Medical Institute, Chevy Chase y el Instituto Allen para las Ciencias del
Cerebro, de Seattle, sin dejar de lado a Google, Microsoft, Qualcomm
y cientos de científicos de todo el mundo.
Es
apenas entendible la dimensión de este proyecto: en el cerebro convergen la
evolución biológica, la social, del conocimiento, la tecnológica, la económica
y la política; “entender las propiedades cerebrales permite entender al hombre
y su cultura”, decía el padre de la teoría neuronal, Santiago Ramón y Cajal,
premio Nobel de Medicina en 1906.
Aunque
hay que reconocer que los avances en bioquímica, informática, neuroimágenes y neuropsicología han permitido plantear
teorías que intentan explicar las funciones del cerebro y la emergencia de la
mente, no todo está zanjado.
Si
bien es cierto que hoy se pueden comprender la capacidad de este órgano y sus
proyecciones, hay temas que aún son etéreos, como la existencia de la
consciencia en un ser cualquiera.
Todos
los avances apenas logran rasguñar superficialmente la inmensidad que suponen
la mente humana, la adquisición de conocimientos, la toma de decisiones, los
efectos y las propias motivaciones.
Estas
limitaciones le dan más valor al proyecto “mapa cerebral”, que Llinás resume en su intención en dos componentes
principales: optimizar el entendimiento del sistema nervioso para beneficio de
la medicina, la biología y la educación, y entender cómo funciona para
proyectarlo como herramienta del desarrollo tecnológico y cultural de toda la
humanidad.
Llinás
opina que Colombia tiene que ser parte de esta revolución cerebral. “Los
colombianos –insiste– son inteligentes y muy
talentosos, pero muchas veces se estancan porque no se ayudan”.
El
neurocientífico enfatiza en que es necesario entender qué procesos simples de
estímulo, como la educación, son fundamentales para modular positivamente los
cerebros y lograr así cambios trascendentales.
Como
miembro de este equipo, recomienda al Gobierno aprovechar este ímpetu para que
lidere acciones oficiales y privadas que canalicen recursos a través del
proyecto en beneficio de todo el país.
Y
mientras el presidente Obama presenta oficialmente su
proyecto (en marzo), se espera que al finalizar esta década sus resultados
honren a los antecesores de este proceso, como el ya mencionado Alcmeón de Crotona, que inició el estudio; Hipócrates, que
sentó la inteligencia en este órgano; Herófilo de
Calcedonia, que describió su anatomía; Franz Joseph Gall,
que relacionó las capacidades mentales con zonas específicas del cerebro;
Guillaume Duchenne, que diferenció las funciones de
los hemisferios cerebrales; Paul Broca, que describió
los centros que controlan el lenguaje; Hanna Damásio,
pionera en el uso de imágenes; Alfred Binet, con sus
estudios sobre la inteligencia, y el mismo Rodolfo Llinás,
con sus investigaciones de fisiología e inteligencia artificial.
Todos
ellos esperarían que en el 2023 los beneficios de esta tarea vayan más allá de
multiplicar un dólar por 140.
Carlos
F. Fernández
Asesor médico de EL TIEMPO