Los diálogos de paz no solo tiene que ver con las
negociaciones entre el Gobierno y la guerrilla. La paz no sólo le atañe al
Estado, es una construcción en la que todos debemos participar y que se da
desde la familia.
La tolerancia, la resolución pacífica de las dificultades, el perdón y la
convicción de una vida sin violencia también empiezan en casa.
Los padres juegan un papel muy importante en la prevención efectiva y en la
intervención oportuna, sensible e inteligente de los conflictos para formar los
valores que son la base de la reconciliación tan anhelada.
Formar valores para
la convivencia
La familia es el ámbito mas propicio para estimular la formación de valores
como el respeto, la solidaridad y la tolerancia. Allí se desarrollan
habilidades emocionales básicas para prevenir la violencia, como la
responsabilidad por los actos, el manejo pacífico de los conflictos, la
resolución de los desacuerdos o la capacidad para defender los derechos sin
agredir.
Dichos valores se forman en los niños y jóvenes a través del ejemplo, la
estimulación permanente de los mismos y la oportunidad para ponerlos en
práctica.
Conocer a los hijos
Cuando los padres comparten con sus hijos, pasan tiempo efectivo con ellos y
se esfuerzan por saber que piensan y sienten, existen mayores posibilidades de
detectar a tiempo situaciones de violencia y actuar con prontitud.
Para generar confianza y crear un vínculo que dé seguridad y tranquilidad
con los hijos, es necesario fortalecer cada día una comunicación cercana,
amable y respetuosa.
Enseñar a resolver
conflictos
Es importante que los padres enseñen a sus hijos formas pacíficas de
resolver conflictos. Algunas estrategias se dirigen a centrarse en el problema
y no en la persona, actuar con sensibilidad para no agrandar el conflicto,
aclarar los puntos de vista de manera calmada y desarrollar la capacidad para
escuchar.
Se trata de tener la certeza de que sí podemos ayudar a los hijos a que
desarrollen habilidades para defender sus derechos con firmeza, pero sin
violencia, a ponerse en el lugar del otro, ser sensibles a los sentimientos de
los demás y ser capaces de reparar cuando han agredido a alguien.
Crear un vínculo
afectivo seguro
Detrás de la violencia hay vacíos de afecto, cariño y seguridad emocional.
Con frecuencia, los niños o jóvenes que actúan con violencia tienen
dificultades con su autoestima y quieren llamar la atención y ser importantes
para otros, incluso sus padres.
La familia está en capacidad de satisfacer, a través del afecto y el
cuidado, las necesidades afectivas más profundas de los niños, como son la
identidad, el sentido de pertenencia, la aceptación y reconocimiento que los
haga sentir amados, confiados y seguros de sí mismos. Condición que disminuye
la posibilidad de buscar ser reconocidos a través de la violencia y el maltrato
a otros.
Promover el buen
trato
Muchas investigaciones muestran que las conductas agresivas y violentas que
se dan en distintos ámbitos como el escolar, han sido aprendidas en la familia
o son la reacción a ambientes familiares violentos. Los malos tratos hacia el
niño o entre los padres, además de mostrar la violencia como una forma de
dirimir las dificultades cotidianas, genera angustia, resentimiento y rabia en
los niños que pueden extrapolar a las dificultades con otras personas.
Asumir el papel de
padres
Los comportamientos violentos de los jóvenes y niños tienen su origen en la
dificultad que tienen muchos de ellos para aceptar la autoridad y los límites,
entender el sentido de las reglas y las normas y acatarlas con autonomía y
responsabilidad.
Parecieran no distinguir entre lo que está bien y está mal, entre lo
positivo y lo negativo. Los jóvenes necesitan saber que los padres sí están a
cargo y son quienes marcan la diferencia entre actuar correcta o
incorrectamente.
MARÍA ELENA LÓPEZ
Psicóloga de familia