Desigualdad y voluntad

Alejandro Gaviria recordó la semana pasada en El Espectador que Colombia ha pasado de ser el segundo país más desigual del continente a un deshonroso primer puesto, reemplazando a Brasil en ese lugar. Brasil disminuyó la desigualdad durante el gobierno de Lula. Se hizo un esfuerzo importante en nutrición, educación, empleo y se puso en práctica un programa como Familias en acción, muy orientado a mejorar las condiciones de vida de los más pobres, pero sin las secuelas electorales de ese programa entre nosotros. Cuando Lula y su partido llegaron al gobierno muchos empresarios temían lo peor. Sorprendió a todos y pudo cambiar la tendencia hacia una mayor desigualdad sin desbaratar la economía.

En Colombia hemos estado sometidos por años a un régimen clientelista que posee lenguaje y resultados populistas: usa el discurso social para desviar recursos y robar oportunidades a los pobres. Nos debería avergonzar haber sido, con Honduras y Guatemala, uno de los tres países del continente que aumentó su desigualdad y haber pasado al primer puesto. Sin experimentos caudillistas o de izquierda, debemos presionar para aumentar la justicia social y reducir la diferencia en ingreso y oportunidades no sólo entre ricos y pobres sino entre la clase media y las clases populares o entre el sector urbano y el rural.

Un campo de acción muy promisorio debe ser disminuir la enorme diferencia de ingreso y oportunidades que existe entre el campo y la ciudad en Colombia. El Estado tiene la posibilidad de hacer un cambio que se sienta, orientando la inversión en servicios públicos e infraestructura social de manera que se privilegie a la población que no tiene acceso a estos servicios. La brecha que existe en provisión de agua potable, alcantarillado, educación y salud entre el campo y las ciudades es abismal. Con imaginación y no tantos recursos se puede reducir y mostrar resultados en el corto plazo. El programa de restitución de tierras, facilitar el acceso de los campesinos a los medios de producción y un impulso efectivo a la agricultura, apartándose de la tradición de beneficiar a los ricos, muy posiblemente se traducirán en un descenso de la desigualdad.

En las ciudades, si se le da prioridad a aumentar el acceso a los servicios esenciales de los habitantes que no lo tienen, se puede progresar también en forma acelerada. La inversión en transporte masivo tiene efectos redistributivos importantes. Como los pobres viven más lejos, una disminución en su tiempo de transporte induce un enorme aumento de su productividad, de su bienestar y posiblemente de su ingreso.

El otro frente de trabajo en pos de una mayor igualdad es la eliminación de las diferencias de oportunidades en el mercado laboral en el que los trabajadores capacitados se llevan la tajada del león. Para remediar esto hay que aumentar la producción industrial y de servicios de alta tecnología y el empleo en esos sectores, y se debe capacitar a los jóvenes que no tienen acceso a la educación superior. Es urgente encontrar atajos y metodologías novedosas para educar a los jóvenes de bajos ingresos. Posiblemente los colombianos de clase media para arriba podemos ayudar si cada uno le da empleo a una persona menos capacitada para que pueda estudiar o auxilia a un joven de bajos recursos para que se capacite. Idealmente, esto lo debería hacer el estado con sus recursos, pero como no lo hace es un pequeño esfuerzo individual que traería consigo un gran salto social colectivo.