Editorial: El costoso despilfarro de alimentos

Por: EDITORIAL | 6:01 p.m| 14 de Enero del 2013

El aumento de la demanda de comida requiere acciones de los gobiernos y también de la gente, que deben comenzar por reducir la gran cantidad que hoy desperdician.

 

El dato es contundente: entre el 30 y el 50 por ciento de la comida que anualmente se produce en el planeta no llega a los estómagos. La revelación hace parte de un estudio que acaba de ser publicado, con gran repercusión mediática, por el Instituto de Ingenieros Mecánicos con sede en Londres.

La investigación se llevó a cabo en el marco de la creciente inquietud por los retos que plantea el aumento de la población del planeta, pero, sobre todo, porque cada vez es mayor el porcentaje de personas con recursos suficientes para aspirar a una dieta que no se limite solo al consumo de granos. Dicho de otra forma, el reto que representa que países en pleno ascenso, como China y otros del África Subsahariana, introduzcan la carne al menú diario de sus habitantes.

Frente al desafío que supone el aumento de nada menos que el 70 por ciento sobre la producción agrícola mundial para el 2050, consecuencia del crecimiento demográfico, los esfuerzos, como es lógico, se concentran en encontrar el camino por medio de la ciencia, la tecnología, la cooperación internacional y las políticas públicas para evitar hambrunas. Pero, al mismo tiempo, y de ahí surge este estudio, muchos han puesto la mirada no tanto en lo que se puede hacer, sino en lo que hoy estamos haciendo mal.

Y es que algo debe revisarse para que dos mil millones de toneladas de comida no se despilfarren cada año, desperdicio que se da, de acuerdo con la investigación, en diferentes niveles. Mientras en países pobres se suelen perder por cuenta de inundaciones, plagas y, en general, deficientes técnicas de cultivo, transporte y bodegaje, en los países desarrollados los motivos muchas veces se reducen a lo estético: supermercados que rechazan comprar unas papas o unas manzanas por no tener un aspecto lo suficientemente apetitoso.

Aquí también entran a jugar las fechas de vencimiento excesivamente conservadoras que, por curarse en salud, imprimen sobre los productos muchos distribuidores, pese a que no corresponden al proceso real de descomposición.

También tiene su parte el mercadeo. Las promociones de pague uno lleve dos, entre otras, hacen que el consumidor termine llevando a su nevera más provisiones de las que está en capacidad de aprovechar. Pero no siempre hacen falta ganchos de este tipo. En muchos casos, la falta de conciencia sobre el valor de los alimentos es la que lleva a miles de hogares a arrojar a la basura grandes cantidades de productos perecederos.

Mucho ha tenido que ver, asegura el informe, el que ahora la gente cada vez conozca menos el origen de la comida.En tiempos pasados, el consumidor final de un alimento tenía más conciencia del camino que este había seguido antes de llegar a su plato, habiendo participado activamente en él en muchos casos. Este cambio ha traído como resultado que se valoren menos los recursos. Y no solo se pierde el artículo; al cesto se van también el agua y la energía que se utilizaron en su producción, y el combustible que hizo falta para llevarlo hasta la mesa.

Se trata de un asunto en el que el Estado tiene mucho que aportar en materia de infraestructura, de vías y de centros de acopio. También es hora de estimular programas de agricultura urbana y darles nuevos bríos a los existentes,como el que en su momento llevó a cabo la Alcaldía de Bogotá por conducto del Jardín Botánico.

Pero, más allá de lo que esté al alcance de los gobiernos, este es un caso en que cada ciudadano puede hacer un aporte que, seguro, tendrá repercusión. El primer paso, además de revisar hábitos de consumo, es ser conscientes del camino que debió transitar cada producto que se deposita en el carro del supermercado.