Comer con la cabeza, no con el estómago
Por: ADRIANA LA ROTTA
HONG KONG. Por lo menos 45 millones de personas murieron de hambre entre
1958 y
Medio siglo más tarde, China crece y prospera y lo mismo
se puede decir de las cinturas de sus habitantes: el número de niños obesos en
el país se ha quintuplicado en las últimas dos décadas, debido al cambio en los
hábitos alimentarios que ha traído el progreso. Haber pasado de la hambruna a
la gordura parece una ironía de la historia, pero es en realidad una prueba de
la vertiginosa transformación que se ha experimentado en esta parte del mundo.
El consumo per cápita de carne
en China, que en 1985 era de 20 kilos por año, pasó en el
Lo que la población en China come o deja de comer parece
trivial, pero no lo es porque afecta el suministro y el precio de los alimentos
a escala global.
Al igual que en otras naciones emergentes, los chinos
consumen cada vez más proteína animal y atender esa demanda pone presión en
recursos como la tierra, el agua y también en otros alimentos. El resultado es
que granos como el maíz y la soya, que deberían ir al estómago de los humanos
-en especial de los más pobres-, se usan para alimentar vacas, cerdos y pollos,
que solo los más privilegiados pueden costear.
La cría de ganado ya ocupa un tercio de la superficie
habitable del planeta y el día en que los pobladores de China consuman la misma
cantidad de proteína animal que los norteamericanos comen ahora -algo así como
123 kilos por cabeza al año-, la ecuación alimentaria
se volverá todavía más perversa.
No estoy sugiriendo que los chinos deberían consumir
menos carne, sino que TODOS lo deberíamos hacer. Comer menos proteína animal es
un imperativo no solo por el impacto económico y ecológico de la cría de ganado
y de aves, sino también por sus implicaciones éticas.
La forma industrializada como se manipulan y se
sacrifican los animales es escalofriante y, personalmente, cada vez me incomoda
más hacerle concesiones a un sistema tan deshumanizado, cuando debería buscar
otras alternativas de comida para poner en la mesa.
La dieta asiática, al menos la que prevalecía antes de
esta fiebre carnívora, debería ser promovida como cualquier otro producto de
exportación. Compuesta esencialmente de arroz y de diferentes tipos de
vegetales, requiere más imaginación que dinero y es, sin duda, mucho menos
tóxica.
Me temo, sin embargo, que esa no es la tendencia de
consumo de la población china, que parece fascinada por lo que Occidente
produce, no solo en lo comercial, sino también en lo cultural. Kentucky Fried Chicken, la famosa cadena
de pollo frito estadounidense, tiene más de 3.200 restaurantes en China y el
cálculo es que cada 18 horas abre una nueva sucursal. McDonald's
ya tiene 1.100 locales y espera tener el doble en el 2013.
Muchos comerciantes, y hasta sectores industriales
enteros, esperan beneficiarse del apetito chino por los animales. Los criadores
de canguros de Australia, por ejemplo, han empezado a intensificar su lobby en
China para posicionar la carne del marsupial como un alimento delicioso y
abundante. El gobierno argentino, que ya le vende soya a China, está trabajando
intensamente para lograr que los asiáticos le compren maíz en gran escala.
Corresponde que los hombres de negocios piensen con el
bolsillo, pero a nivel del consumidor otra cosa ocurre. La forma como nos
alimentamos se ha vuelto un tema crucial: que hay que pensar menos con el
estómago y más con la cabeza.